Postales de una Europa en ruinas entre el fin de la guerra y Nuremberg

Baúl de bulos

El hijo de Thomas Mann cubrió como periodista los últimos compases del conflicto bélico en el norte de Italia

Recreación de una postal de la Segunda Guerra Mundial

“Saludos desde la Segunda Guerra Mundial” 

Martín Tognola

Ya han pasado 80 años desde el comienzo del juicio a algunos de los jerarcas del régimen nazi, que se celebró a partir del 20 de noviembre de 1945, en Nuremberg. Fue un acontecimiento excepcional, ya que por primera vez en la historia los principales cargos de un Estado se sentaron en el banquillo de un tribunal internacional.

Unos meses antes de que esto ocurriera, cuando, a principios de mayo, los soldados alemanes, todavía armados, se batían en retirada del norte de Italia, el editor en Roma de Stars and Stripes, la revista del ejército americano, tuvo a bien enviar a cubrir dicha retirada a un joven periodista de origen alemán en calidad de corresponsal especial, acompañado de un fotógrafo apellidado Tewksbury.

De este viaje en un jeep militar conducido por Tewksbury, además de los reportajes que irían enviado a la revista, ha sobrevivido una extensa carta que el corresponsal remitió hacia el final de este periplo a su padre, con motivo de su 60.º cumpleaños. El padre no era otro que el Nobel de Literatura Thomas Mann, exiliado en Estados Unidos, y el remitente su hijo Klaus.

Siguiendo la ruta de las cuidades recién liberadas de la ocupación nazi, pasaron por Florencia, Bolonia, Verona, hasta Bolzano. Como confiesa Klaus a su padre, fue un estupendo viaje de vacaciones de primavera. Mas esta alegre sensación se desvanece al acercarse a los Alpes.

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Entre los soldados alemanes no detecta ni rastro de pánico o de motín. Siguen al pie de la letra las órdenes del mariscal Kesselring. La mayoría cree que el suicidio de Hitler en su búnker no es más que una patraña, un bulo, propaganda rusa.

Al llegar a Innsbruck, no hay ni alma por la calle, debido al toque de queda, que comenzaba a las siete de la tarde. A la mañana siguiente, sin embargo, había mucha animación y bullicio. Este contraste hace que se pregunte Klaus si se halla en una cuidad liberada o conquistada.

Es más: puesto que se les prohíbe a las tropas americanas “fraternizar” con la población, le hace suponer que están allí como vencedores y no como “libertadores”. La diferencia es fundamental, como ahora ocurre en Gaza y ya veremos si en Ucrania.

Encuentran el Berghof, la residencia alpina de Hitler, en ruinas, debido a los bombardeos de los aliados. Pero la escena que se presenta es carnavalesca, grotesca, medieval, puesto que una variopinta muchedumbre ebria lleva dos días armando alboroto tras saquear la bien surtida bodega del abstemio Führer.

Pero a Klaus Mann aún le queda por relatar a su padre el plato fuerte.

Visita el campo de exterminio de Dachau en el que están recluidos un par de cientos de canallas de poca monta de las SS, pero también está Hermann Göring. Las autoridades aliadas del campo sólo permiten que la prensa le haga una entrevista antes de que sea llevado a ser juzgado junto a otros jerarcas en Nuremberg. Klaus, por pura casualidad, se halla allí entre una veintena de periodistas acreditados procedentes de varios países.

Se sorprende al ver ante sus ojos “un hombre de estatura media-alta, con barriga y papada, pero sin rasgos monstruosos”. Eso sí, era evidente que se esforzaba por causar una buena impresión, acaso con la esperanza de un indulto. Sudaba. No paraba de secarse la frente con un pañuelo. Ruega a los intérpretes que digan a los periodistas que él había roto por completo con el Führer hacía tiempo. De lo campos de concentración nada sabía. Y en todo caso, ¡todo era culpa de Himmler!

Cuando le toca el turno a Klaus formularle una pregunta, aprovecha la oportunidad y lo hace en alemán: “¿Está muerto Hitler?”, a la que contesta Göring con rapidez: “¡Sí! Hitler está muerto. ¡No hay duda alguna!”.

Quién lo diría ochenta años después cuando los mayores monstruos del siglo XX -Mussolini, Hitler, Stalin, Franco, Mao…- están gozando de una especie de segundo advenimiento aupado por un resurgimiento de nacionalismos, amoralidad, xenofobia, racismo y odio.

Quizás ya va siendo hora de que abandonemos la montaña mágica en la que nos instalamos tan ingenuamente después del juicio de Nuremberg, en el que no fue condenado Göring, puesto que antes de que esto pudiera suceder, se suicidio en su celda con una cápsula de cianuro cuya procedencia aún sigue envuelta en misterio.

En cuanto a los monstruos del siglo XXI, éstos han aprendido a desmantelar los tribunales internacionales o bien zafarse de ellos, y por ahora todo indica que, llegada la hora de la verdad, si es que alguna vez llegara, todos se irán de rositas.

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