“Si Dios no existe, todo está permitido”

Baúl de bulos

Con la revelación de la existencia de ‘safaris humanos’ en Sarajevo cabe preguntarse si existe un límite a la abyección a la que está dispuesto a llegar el ser humano

Coto de caza en Sarajevo

Coto de caza en Sarajevo

Martín Tognola

En los últimos años sesenta primeros años setenta del último siglo, en plena guerra de Vietnam, se puso de moda en las facultades universitarias anglosajonas, y no sólo en las de Letras o de Sociología, un jueguecillo diabólico.

El profesor -escaseaban las profesoras- dibujaba en la pizarra con tiza -aún no había pantallas- un punto, como el signo ortográfico que marca el final de una oración… o el de una vida. A continuación, explicaba a los estudiantes que, con sólo pulsar ese botón, moriría en algún remoto lugar del planeta, acaso en Vietnam o Biafra, una persona anónima, para luego invitarles a pulsarlo. Y como no podía ser de otra manera, había quien lo pulsara. Claro que no era más que un juego, ¿verdad?

En vista de las recientes revelaciones sobre la existencia de ‘safaris humanos’ organizados durante el asedio militar de Sarajevo (1992-1996), uno de los puntos más negros de las negrísimas guerras balcánicas, cabe preguntarse si existe siquiera un límite a la abyección a la que está dispuesto a llegar el ser humano.

Un desalmado ocioso occidental ricachón convertido en francotirador de fin de semana pagaba una fortuna por abatir a una embarazada en un Sarajevo asediado

El novelista ruso Fiodor Mijáilovich Dostoievski pone en boca de Iván Karamazov, uno de sus personajes, la siguiente tremebunda reflexión: “Si Dios no existe, todo está permitido”, que desde luego que da que pensar.

El siglo XX en Europa se desarrolló, por primera vez en la historia, en un escenario marcado por la ausencia de Dios. La I Guerra Mundial, la de trincheras, fue la última contienda a la vieja usanza entre ejércitos.

Cuenta Stefan Sweig que en plena guerra partían de Viena trenes que acercaban a las trincheras a curiosos -entre ellos no pocas damas de alta sociedad- ávidos por ver con sus propios ojos esa carnicería que engullía la crema y la nata de los jóvenes de toda una generación de europeos. Los afortunados testigos de la guerra regresaban a Viena a tiempo para acudir a la ópera o bien cenar un suculento Wiener Schnitzel en uno de sus excelentes cafés.

En la II Guerra Mundial, murieron más civiles que militares. Las grandes cuidades europeos sufrieron bombardeos masivos, dejándolas reducidas a escombros. Dios pintaba bien poco en esa orgía de destrucción y muerte, y ya no digamos en los campos de exterminio de los nazis.

Se dice que Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam por culpa de los telediarios que sus ciudadanos encendían todas las noches a la hora de la cena. O por unas fotos tremebundas de algunas de las atrocidades cometidas en ese país asiático. En todo caso, por ser la primera guerra televisada en directo. Ahora, es nuestro pan de cada día. Pero lo que desde entonces no es ninguna novedad es la persistencia de la atracción morbosa que ejerce sobre unas personas el sufrimiento ajeno, el pan y circo de los romanos.

Uno de los cuadros más tenebrosos y perturbadores del pintor barcelonés Ramon Casas, retratista de bellas damas, es “El garrote vil” (1894), en el que se ve una nutrida muchedumbre popular presenciando una ejecución al aire libre de un reo condenado a morir de esta manera tan española. Estos actos bárbaros hace ya tiempo que no ocurren, pero el morbo colectivo persiste y encuentra lo que busca en las plataformas, como asimismo para los pederastas y otros perturbados del montón.

Durante esa guerra balcánica atroz de los años noventa ya se publicaban reportajes sobre posibles viajes organizados entre Trieste y la ciudad croata de Splitz, desde donde llevaban al frente a gente con medios deseosa de ver con sus propios ojos como se mataban los combatientes. Pero nada se sabía o se publicaba de la existencia de ‘safaris humanos’.

Pues resulta que ahora, gracias a una investigación llevada a cabo durante años por el periodista italiano Ezio Gavazzeni, sabemos no sólo que existieron, sino los nombres y apellidos de los que participaron en ellos a la carta, ya que la tarifa que pagaban a los organizadores de semejante barbarie iba en función de la pieza cobrada.

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Un desalmado ocioso occidental ricachón convertido en francotirador de fin de semana pagaba una fortuna por abatir a una mujer embarazada que caminaba por una calle de un Sarajevo asediado. Algo menos se pagaba por matar de un tiro desde el anonimato cobarde a un bebé o a una jovencita camino de la panadería de la esquina. Pan y circo.

Ahora afirma Gavazzeni que también existe en Ucrania ‘turismo de guerra’. Ojalá no sea como el de Sarajevo. De todos modos, si hacemos caso a esa frase de Dostoievski, si Dios no existe, cabe preguntarse: ¿porque no pulsar ese punto dibujado con tiza en la pizarra? Y ya puestos, porque no bombardear sin clemencia a tus enemigos o poner en marcha un genocidio.

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