Este domingo algunos hongkoneses hacen ver que votan o incluso votan, mientras China hace ver que su voto sirve para algo. Por lo menos, para apuntalar la entelequia de “un país, dos sistemas”. El Consejo Legislativo de la excolonia británica renueva hoy sus 90 escaños, por segunda vez desde que, en 2021, las reglas del juego fueran remozadas en plena pandemia. No en un sentido más democrático y autonómico -como cientos de miles habían reclamado poco antes- sino todo lo contrario.
El carácter cada vez menos representativo de la Asamblea hace que las autoridades sufran para llevar a los ciudadanos a las urnas. Aunque el jefe de gobierno local -John Lee- haya vuelto hoy a implorar la participación, esta superaba apenas en un 1% los registros de hace cuatro años, cuando terminó en un raquítico 30%. Para intentar superar aquel listón tan bajo, los colegios electorales permanecerán abiertos nada menos que 16 horas, hasta las 23.30h..
Las elecciones se celebran mientras todavía huele a chamusquina en los Nuevos Territorios, donde hace dos miércoles ardieron siete bloques de 32 planta s de un polígono residencial, dejando 159 muertos confirmados. Sigue habiendo decenas de desaparecidos, en muchos casos empleadas del hogar indonesias y filipinas.
La magnitud de la tragedia llevó a suspender la campaña durante el resto de la semana pasada. Aunque algunos han intentado sacar tajada política del incendio, este ha descolocado a casi todo el mundo en la región administrativa especial. A las autoridades, leales a China, porque bajo su supervisión Hong Kong ha sufrido su peor desgracia en casi ocho décadas.
Y a los sectores furibundamente contrarios a Pekín, porque esta vez la especificidad de Hong Kong les ha salido muy cara a los cuatro mil hongkoneses evacuados de sus pisos. Mientras en el resto del país -de la China meridional- el bambú fue sustituido hace tiempo en los andamios, Hong Kong ha mantenido como un signo de identidad esta forma de hacer tercermundista, que comparte con Bombay.
Cartel animando a votar en las elecciones del 7 de diciembre. Hace cuatro años la participación apenas superó el 30%.
El jefe del ejecutivo, John Lee, pidió que no se hiciera política mientras todavía se estaban localizando e identificando cadáveres. Su continuidad, por cierto, no la decidirán estos comicios, puramente legislativos, sino un colegio electoral de 1500 “patriotas”, en 2027.
Se comprende que esta licencia democrática supiera a poco hasta 2021, cuando solo la mitad de los escaños (35/70) salían del sufragio universal. Pero desde las reformas de aquel año, la representatividad ha retrocedido, de manera que solo 20 de los 90 escaños, proceden del voto popular. Una caída del 50% al 22%. Una regresión agravada por el veto a los candidatos considerados desleales, merced a la Ley de Seguridad Nacional, aprobada un año antes. Esta permite desde entonces castigar con cadena perpetua los delitos de “terrorismo”, “insurrección” y “traición en aras de una potencia extranjera”. Aunque muchos otros países contemplan hasta la pena capital para los mismos delitos -no solo Vietnam, Indonesia y Birmania, sino también Corea del Sur, India o Estados Unidos- el efecto paralizante para la sociedad civil hongkonesa ha sido innegable. Un número difícil de cuantificar hizo las maletas rumbo a Reino Unido, Taiwán o Singapur.
Un abrupto cambio de horizonte, cuando a lo largo de la década pasada cientos de miles de hongkoneses salieron a la calle exigiendo mayores cotas de democratización. En 2014, con la revolución de los paraguas, y en 2019, con manifestaciones más nutridas pero también más violentas.
En Hong Kong, como en Japón, se desincentiva la politización de la población con limitaciones estrictas a la exhibicíon de carteles y propaganda electoral.
Los rostros mediáticos de la protesta estudiantil de entonces fueron Joshua Wong, Agnes Chow y Nathan Law, cofundadores de Demosisto (una entidad con patrocinadores extranjeros, como gustan de señalar en Pekín). Todos ellos cumplieron algunos meses de cárcel y los dos primeros siguen discretamente en Hong Kong, mientras que el tercero se exilió en Londres. Joshua, Agnes y Nathan encarnaron también el fuerte protagonismo de las iglesias -sobre todo evangélicas- en aquel movimiento, que a menudo entonaba por sus calles mayormente ateas el himno “Sing hallelujah to the Lord” (Cantemos aleluya al Señor).
Mucho peor parados salieron los doce principales acusados por allanar y vandalizar el consejo legislativo y quemar su mobiliario el 1 de julio -aniversario de la retrocesión de Hong Kong a China- con penas de prisión de entre 4 años y medio a 6 años y diez meses. Cabe señalar que, un año y medio más tarde se produjo el asalto al Capitolio en Washington, que se saldó no con una docena, sino con setecientas condenas de cárcel, en muchos casos más largas, aunque Donald Trump las haya conmutado o reducido.
Asimismo, 45 personas fueron condenadas por la convocatoria ilegal de unas elecciones primarias. La mitad están ya en casa tras cumplir su penas, pero la otra mitad no, entre ellos el principal acusado, el jurista Benny Tai, condenado a diez años.
Pekín vio una o dos manos extranjeras en las protestas y movió ficha en el momento oportuno, con el aislamiento producto de la covid. El decano de la Facultad de Derecho de la prestigiosa Universidad de Tsinghua, Wang Zhenmin, voz rectora en las cuestiones relacionadas con Hong Kong y Macao, dijo que si en la proposición “un país, dos sistemas”, los “dos sistemas” son utilizados en detrimento de “un país”, adiós a los dos sistemas.
No puede hablarse de aglomeraciones para ir a votar esta mañana, cuando solo 20 de los 90 diputados salen del sufragio universal
Los hongkoneses votan poco porque tienen poco donde elegir y además no importa. Tanto es así que, por primera vez, ninguna empresa ha pedido permiso para hacer sondeos a pie de urna. El Partido Cívico, formado hace dos décadas por abogados, de carácter conservador, se autodisolvió en 2023. La otra fuerza histórica del enclave, el Partido Democrático, progresista, también está en vías de disolución, ante las múltiples trabas y la grave amenaza que supone la Ley de Seguridad Nacional.
Las formaciones próximas al Gobierno central como la Alianza Democrática para la Mejora y el Progreso de Hong Kong (DAB) y el Nuevo Partido del Pueblo han instado a sus bases a movilizarse. El suspense es mínimo: 161 candidatos compiten por 90 escaños: 51 en circunscripciones territoriales, 60 gremiales y 50 designados por el Comité Electoral, dominado por perfiles afines al gobierno central.
En aquel entonces, la economía de la República Popular de China era 5,5 veces mayor que la de Hong Kong. Hoy es 30 veces mayor. No porque a Hong Kong le haya ido mal, sino porque el ascenso de China no tiene parangón en la historia. Hong Kong ha seguido creciendo, aunque no se haya recuperado del todo del declive que empezó, precisamente, con las protestas del verano de 2019 -catastróficas para muchos negocios, mientras algunos temían y otros anhelaban un Tiananmen que nunca se dio- y continuó con la covid.
También es cierto que hace veinte años Hong Kong era el primer puerto de contenedores del mundo -no por ella, sino por China- y hoy ha caído de los diez primeros puestos, porque China se relaciona directamente con el mundo. Del mismo modo, en 1997, Hong Kong doblaba en habitantes a la vecina Shenzhen y hoy Shenzhen tiene dos veces y media más población y genera un 30% más de riqueza. Todo ello sin sus escandalosos contrastes entre multimillonarios globales y obreros viviendo prácticamente en jaulas. Sus respectivas bolsas están codo con codo, aunque la de Shanghai supera holgadamente a ambas. Eso sí, el índice Hang Seng de Hong Kong se ha revalorizado este año un 30%.
La larga sombra de los siete bloques chamuscados de Wang Fuk Court (159 muertos la semana pasada en Tai Po, Nuevos Territorios) hizo suspender la campaña y condiciona estos comicios
En cualquier caso, que a Hong Kong no le ha ido mal del todo lo demuestra que disfrute prácticamente de la mayor esperanza de vida del mundo. Aunque por el mismo motivo -en parte- sea una sociedad envejecida. El contraste con la vecina Shenzhen, a vista de pájaro, no podía ser más flagrante: en la capital tecnológica china el vecino medio es 15 años más joven que el vecino medio de Hong Kong.
No hace falta decir en qué sentido circula la población en fin de semana. Algo facilitado por la extraordinaria apuesta por las infraestructuras dede Pekín, a fin de vertebrar la región de la bahía del río de las Perlas. Uno de los grandes focos de producción de la economía mundial, que encadena Cantón, Shenzhen, Hong Kong, Macao y Zhuhai. Con trenes de alta velocidad y -en el caso de las tres últimas urbes- con uno de los puentes más largos del mundo.
La astucia y la mirada a largo plazo son evidentes. Pero un Hong Kong venido a menos -como prácticamente el resto del mundo- no es la mejor tarjeta de presentación para seducir a Taiwán con algo parecido a “un país, tres sistemas”. Al contrario, diluir “un país, dos sistemas” parece el camino más seguro para enrocar en el status quo a más de la mitad de los taiwaneses. Statuo quo que el presidente chino Xi Jinping ya ha dicho que tiene fecha de caducidad.
Hong Kong redimensionado
China no olvida que “el siglo de humillación” empezó allí, con las Guerras del Opio lanzadas por los británicos
Los portugueses llevaban tres siglos instalados en la cercana Macao cuando los británicos, con la “diplomacia de las cañoneras”, arrancaron Hong Kong por la fuerza al emperador de China. Todo ello para imponer en la población china el opio que el Reino Unido obtenía a precio de ganga en la India bajo su control. Solo así podía equilibrar las cuentas con la desarrollada China, que les vendía té, seda y porcelana más allá de sus posibilidades (y de su plata).
Aquel episodio fue el pistoletazo del “siglo de humillación”.
Luego vinieron concesiones a Francia, Reino Unido, Rusia, Alemania o Japón; la pérdida de Taiwán a manos de estos últimos; luego de Manchuria y finalmente la sangrienta invasión nipona a gran escala.
En la narrativa del Partido Comunista de China (PCCh), la proclamación de la República Popular, en 1949, terminó con aquella hemorragia. Pero la situación no se habrá enderezado del todo hasta la reincorporación de Taiwán, “preferiblemente de forma pacífica”, antes de 2049.
Volviendo a Hong Kong, cabe señalar que siempre habrá -como en Taiwán- un núcleo frontalmente opuesto al Partido Comunista de China, porque sus familias llegaron allí huyendo de los comunistas. Hong Kong triplicó su población en los años inmediatamente anteriores a 1949 (llevándose consigo, de paso, a las tríadas o mafias chinas, como Macao y Taiwán).
Luego llegaron los chinos que huían del hambre del Gran Salto Adelante o de los excesos de la Revolución Cultural. Era la época en que muchos hongkoneses trabajaban 359 día al año para sus jefes británicos o, más a menudo, chinos como ellos. Por todo ello, la “anticolonialista” China nunca quiso ver Hong Kong y Macao como un problema de descolonización -aunque lo fuera- sino como “un asunto interno”. Lo mismo vale para Taiwán.
Cabe señalar que el Ejército Popular de Liberación podría haber tomado Hong Kong y Macao con la misma facilidad con que la India de Nehru invadió Goa, colonia con el triple de solera que Hong Kong. Pero el caso es que no lo hizo, por lo que considera una auténtica insolencia e hipocresía cualquier revisionismo por parte de potencias o expotencias coloniales.
Puede cuestionarse el papel intachable que se atribuye el PCCh. Pero no hay que perder de vista que Hong Kong nunca fue una democracia y que un gobernador británico elegido a dedo en Londres gobernó durante un siglo y medio a un 98% de súbditos chinos sin voz ni voto. Hasta el 1 de julio de 1997. Al día siguiente de arriarse la Union Jack, por cierto, se desencadenó la crisis financiera asiática, empezando por Tailandia.
Pero Pekín tiene sus propios motivos, ahora como antes, para no desear una plena integración de Hong Kong de modo prematuro. Sigue siendo puerta de entrada de enormes inversiones extranjeras para la China continental. Y la existencia del dólar de Hong Kong, anclado al dólar estadounidense, seguirá siendo útil mientras el yuan no sea plenamente convertible.
Asimismo, la Common Law sigue rigiendo en Hong Kong, ya no en asuntos “de seguridad nacional”, pero sí en el resto de casos. En su Tribunal de Última Apelación, ocho de los magistrados son de Hong Kong, seis de países anglosajones y ninguno de la China continental. Para mayor tranquilidad de los inversores internacionales. No son consideraciones particularmente sentimentales ni idealistas, sino descarnadamente prácticas y materialistas. Algo que en Hong Kong, desde luego, se entiende a la primera.
