Siria celebra un año sin El Asad

Oriente Medio

El fin de la dictadura ha traído alivio a la población, pero el país tiene una lista interminable de heridas por sanar

A girl holds a Syrian flag during celebrations of the first anniversary of the ousting of the Bashar Assad regime in Damascus, Syria, early Saturday, Dec. 6, 2025. (AP Photo/Omar Sanadiki)

Una niña con la bandera Siria durante las celebraciones por la caída de Bashar el Asad, ayer en Damasco

Omar Sanadiki / Ap-LaPresse

Ladrillos nuevos cubren la herida de artillería de un bloque de pisos en Duma, a las afueras de Damasco. Los sirios llenan las calles entre el mar de ruinas en el que se convirtió el país tras 14 años de guerra, cuyo punto y final llegó hace justo un año con la marcha de Bashar el Asad.

Más de cinco décadas de régimen baazista que se evaporaron en tan solo once días, en una rebelión liderada por la Organización de la Liberación del Levante (HTS, en sus siglas en árabe). Los rebeldes entraron en la capital de Siria con turbantes y kaláshnikovs, mientras los soldados del ejército se desprendían de sus uniformes y el dictador huía a Moscú en avión.

Un año después, aquellos milicianos patrullan las calles con nuevos trajes y coches de alta gama regalados por Qatar. Su líder, Ahmed el Sharaa, también abandonó su nombre de guerrero, El Yulani, y su pasado como islamista radical. El nuevo presidente ha pasado de tener una orden de búsqueda y captura de la CIA a dar discursos en las Naciones Unidas y bromear con Donald Trump en la Casa Blanca.

Más de 100.000 sirios siguen en paradero desconocido, aunque el número podría ser mucho mayor

Pero en la Siria arrasada por las bombas cuesta mucho más pasar página. “Aún tengo pesadillas con la cárcel”, dice Saleh el Hajeh, uno de los miles de habitantes de Duma, detenido en el 2018, y que pasó por la prisión de Saidnaya. El penal, hoy vacío, se convirtió en el macabro ejemplo del sistema de torturas del régimen de El Asad.

Miles de personas desaparecieron en celdas masificadas, donde la violencia extrema formaba parte de la rutina. Las cifras oficiales aseguran que más de 100.000 sirios continúan en paradero desconocido, aunque el número podría ser mucho mayor e imposible de contabilizar. Solo en la calle de Saleh, cuatro padres de familia salieron por la puerta un día y nunca más volvieron. En los últimos meses, se han encontrado decenas de fosas comunes; millones de huesos sin nombre.

Él sobrevivió hasta su liberación. “Cuando salí, había perdido la voz, tenía dificultades para moverme y sufría dolor constante”, asegura. Las secuelas de la tortura se leen en su delgadez, una cojera ligera y una mirada que se extravía cada pocos segundos. “Al volver a casa, durante casi tres días no pude reconocer a nadie: los había olvidado”. Su esposa y sus tres hijos tampoco creyeron al principio que fuera el mismo hombre.

“Quiero volver a la normalidad, pero no puedo”, dice Saleh, detenido y torturado por el régimen

El regreso a la vida tampoco es fácil. “Quiero volver a la normalidad, pero no puedo”, dice. El dolor le impide trabajar, pero se aferra a la esperanza de ver a sus hijos sanos y “a la gente alegrándose”. “Antes no podías hacer nada: podían arrestarte sin motivo. Ahora las cosas están mucho mejor”.

Nawal, también de Duma, no tuvo tanta suerte. Vive en una única habitación con sus tres hijos. Una fotografía de carnet de su marido, Eid, pende de un espejo, bajo las grietas de la pared de su casa, bombardeada en dos ocasiones durante la guerra. Por los agujeros se cuela el aire, y la lluvia hace que se desprendan trozos del techo.

Su esposo desapareció cuando estaba embarazada de un mes. “Me duele porque mi hijo más pequeño, que nunca conoció a su padre, me llama ‘mamá y papá’”, dice. “Yo trabajo y proveo sola para mis hijos”, asegura. “Ojalá su padre estuviera aquí para verlos”.

Más del 90% de los sirios aún vive bajo el umbral de la pobreza, a pesar de la retirada de la mayoría de sanciones económicas que pesaban sobre la dictadura. Para organizaciones como la Asociación Benéfica para el Auxilio de los Necesitados de Duma, es mucho más fácil asistir a la población sin la presión de la policía del régimen.

“Ya no hay restricciones para investigar las desapariciones o para las familias que buscan ayuda”, dice el director del grupo, Mahjub el Bali, quien también reconoce que aún hay problemas: “Sufren una pobreza extrema. Nadie apoya a las familias de personas desaparecidas, excepto nosotros”, explica. “Hablamos con comerciantes para apoyarles con gastos mensuales y ayuda material”.

Sin embargo, la mayoría de los 350 hogares que acuden cada día a las oficinas de Bali continúan con muchas preguntas. “Las instituciones gubernamentales no han realizado un censo completo de la ciudad, de modo que no hay una cifra exacta de desaparecidos”, dice, y niega haber recibido ayuda del Gobierno hasta el momento.

Pese a que la mayoría alaba el Gobierno de Al Sharaa, las minorías religiosas han sufrido ciclos de violencia

Siria aún tiene una lista infinita de heridas por sanar. Otras barriadas del país continúan desoladas, habitadas por los fantasmas de los que murieron y de los nueve millones que abandonaron el país.

Sin embargo, los zocos del centro de Damasco viven un optimismo inimaginable el 7 de diciembre del 2024. Las banderas de la nueva República Árabe ondean en todos los comercios y casas. “Al menos tenemos libertad”, dice un tendero que fabrica cajas de madera y alabastro con el águila del nuevo escudo. Aunque la inmensa mayoría alaba el Gobierno de Al Sharaa, las minorías religiosas han experimentado ciclos de violencia, que han dejado al menos 10.000 muertos el último año. Un tejido social que tardará décadas en recomponerse, pero que hoy se centra en celebrar su libertad.

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