Pinochetismo con rostro humano

Pinochetismo con rostro humano
Senior Editor

La victoria de José Antonio Kast tiene regusto de derrota moral para la generación que despertó a la edad adulta con el golpe de Estado de Augusto Pinochet en 1973. Fue uno de los momentos claves de la guerra fría. La sublevación militar contra el gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende, con el apoyo de la CIA, provocó una oleada de protestas en Europa y fortaleció el antiamericanismo de la joven izquierda. El presidente derrocado, muerto en el asalto del ejército al palacio de la Moneda, se convirtió en un símbolo.

Hay un hilo que conecta la dictadura de Pinochet con la Alemania del Holocausto, y otro, todavía más fino, con la España de Franco. Después de la derrota del Tercer Reich en 1945, Chile acogió a destacados miembros de la Alemania nazi. En el libro Calle Londres 38 , el abogado Philippe Sands explora esos vínculos comparando las biografías del SS Walter Rauff, acusado de la muerte de 250.000 personas en el este de Europa, refugiado en la Patagonia y amigo de los militares, y de Augusto Pinochet, que en 1998 sufrió arresto domiciliario en la capital británica después de que un juez español, Baltasar Garzón, le acusara de genocidio y violación de los derechos hu­manos.

En tiempos de incertidumbre, la gente busca orden, venga de donde venga

La España que no supo juzgar a Franco quiso juzgar a Pinochet en el que fue uno de los casos penales internacionales más importante desde los juicios de Nuremberg. Finalmente, el gobierno británico decidió que no debía extraditar a Pinochet a España por razones de salud. Como Franco, Pinochet murió en la cama, en el 2006. Walter Rauff, que fue perseguido y vigilado por el Mosad, tampoco fue extraditado a Alemania. Murió en Santiago en 1984.

El padre de José Antonio Kast, integrante del partido nazi y de la Wehrmacht, era miembro de esa diáspora alemana que se refugió en Chile en la posguerra. El hombre que asumirá la presidencia del país el próximo mes de enero ha defendido siempre el legado de la dictadura (1973-1990). Un legado económico, el de la primera sociedad abiertamente neoliberal, una radicalidad solo superada estos últimos años por la Argentina de Javier Milei. Y también el legado moral de una dictadura que fue una catástrofe para los derechos humanos: 3.000 disidentes muertos o de­saparecidos, 30.000 detenidos y torturados, 300.000 exiliados.

José Antonio Kast es un hombre educado y amable. “El típico alemán, trabajador y callado”, dicen sus vecinos. No es un histrión. No frecuenta las redes sociales como el vecino argentino al que admira, como también a Trump. Ha borrado términos como ideología de género de su vocabulario. Ha eludido en los debates electorales hablar de los indultos a los jerarcas supervivientes de la dictadura, como le piden sus seguidores. Pero sus orígenes y sus vínculos son los que son. Empezó en un partido heredero de una dictadura con la que mantiene incluso vínculos familiares.

El dirigente del Partido Republicano ha intentado en tres ocasiones llegar a la presidencia de Chile. Esta vez lo ha conseguido con su mensaje de orden, deportación de inmigrantes irregulares (más de 300.000, en su mayor parte venezolanos) y promesas de reactivación económica. La gestión de la inmigración y la búsqueda de orden pesan cada vez más en el debe de los gobiernos progresistas de medio mundo. También en Chile, uno de los países más seguros de Sudamérica. Pero no subestimen el atractivo de Kast. En tiempos de incertidumbre, la gente busca orden.

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