La insoportable realidad
El quinto largometraje del premiado cineasta griego, Vida en pausa, que se estrena hoy en España, está inspirado en hechos reales. Trata sobre un misterioso fenómeno que apareció en Suecia en la década de los 2000 y que afecta a los niños que llegan junto con sus familias pidiendo asilo político. Afectados por los traumas vividos, acogidos un tiempo mientras se estudia su caso y en el que se integran y se sienten seguros, llega la noticia de la deportación, entonces los niños entran en un inexplicable coma, el llamado síndrome de resignación infantil. “Vivimos en una sociedad de una creciente frialdad, una corrección política que construye muros en lugar de puentes, que nos vuelve apáticos en lugar de empáticos. Con esta película, intentamos encontrar una forma de contrarrestar todo esto, a través de la humanidad y el amor”.
En el 2018, me impactó un artículo en The New Yorker sobre el síndrome de resignación infantil, que ha estado en la sombra más de veinte años a pesar de haber afectado a cientos de niños en Suecia.
¿Qué es el síndrome de resignación?
Les ocurre a niños refugiados de entre 7 y 15 años, entran en un coma que suele durar de 5 a 7 años. No hay una explicación científica, es como si apagasen su cerebro.
Inquietante.
Una realidad absolutamente distópica, y había que contarlo, por eso rodé Vida en pausa.
¿Y no hay tratamiento médico?
No, lo único que hacen en el hospital es mantenerlos vivos y cuidados. Despiertan cuando los padres les hacen sentirse seguros.
Han vivido situaciones muy duras.
Sí, están en situación postraumática, han visto matanzas, violaciones, morir a sus familiares, situaciones muy violentas.
Y llegan a Suecia.
Un país donde se les integra, hacen amigos, aprenden el idioma y se sienten seguros, pero muy a menudo a los padres se les niega el asilo tras como mínimo dos años de burocracia, y los niños entran en coma cuando se enteran de que tienen que volver al infierno.
¿Sigue sin solución?
La única forma que hay para sanar a estos niños es que se sientan seguros. Se trata de un debate político que empezó en 1998 y, durante mucho tiempo, lo que hizo el Estado sueco fue deportar a esos niños en coma.
Qué duros.
En el 2014 el rey de Suecia dijo basta y el tema se paró, pero el Estado acusa a los padres de estresar a los niños y los padres acusan al Estado. Y también está la cuestión de cuántos refugiados puede asumir un país, hay que buscar un equilibrio.
¿Cómo está el tema?
Los suecos decidieron enseñar a los padres a controlar el estrés antes de reencontrarse con sus hijos. Pero el doctor Karl Sallin, designado por el Estado sueco para investigar este síndrome, afirma que es mejor que la familia permanezca unida. Otro problema es la ultraderecha.
¿Por qué?
Acusan a los niños de fingir.
Pero si están entubados, no comen, no hablan, no caminan…
Sí, es absurdo, los puedes pinchar con una aguja y no reaccionan. La doctora Elisabeth Hultcrantz luchó para que esta condición fuera reconocida por la comunidad científica y política y la mayoría de los médicos la apoyaron; pero es que Suecia es un país extraño.
¿En qué sentido?
El pueblo confía en lo que diga el Estado. En el 2008 un periodista hizo una investigación muy seria sobre el síndrome de resignación,
y los políticos le hicieron caer hasta el punto que tuvo que abandonar Suecia.
¿Es un síndrome que solo se da en Suecia?
Ha habido muy pocos casos en Lesbos y en Australia, pero en Europa solo es Suecia y con muchos casos. El doctor Sallin avanza la teoría de que Suecia es un país tan acogedor que es como llegar al paraíso, sobre todo para los niños, algo que no ocurre en Lesbos, por ejemplo, donde los refugiados se suicidan.
El mundo está lleno de niños en campos de refugiados; ¿qué futuro nos espera?
Los políticos crean guerras y las guerras crean refugiados. Todos los refugiados que llegaron a Grecia huían de guerras creadas por Estados Unidos: Irak, Afganistán, Siria… Nadie se quiere ir de su país, huyen del horror.
Cierto, ¿alguna idea?
Es hora de que las personas empecemos a comunicarnos, a mirarnos, a ser humanos, y dejemos de escondernos detrás del sistema; ha llegado el momento de que nosotros hagamos algo para que haya esperanza.
Igual la hemos perdido.
Vivimos en sociedades en las que nos sentimos solos y aislados y no somos felices, pero no hacemos nada para luchar y dar sentido a nuestro modo de vivir.
Vivimos en países burocratizados.
Sí, de una burocracia fría y deshumanizante. En Suecia todo está organizado para que el inmigrante no conozca a las personas
que van a decidir su futuro, no hay posibi-
lidad de que los refugiados expresen sus
sentimientos.
¿Cómo le afecta a usted?
Hace tiempo que decidí no tener hijos, en la sociedad hay una frialdad creciente porque el futuro nos provoca desconfianza: tenemos IA, llegaremos a vivir en Marte, estamos
hiperconectados, pero no hay esperanza.
…
Cuando ves esas salas llenas de niños en coma la sensación es desgarradora.
¿Humanidad y amor es la cura para estos niños y para el mundo?
Sí, un sí mayúsculo. Todos deberíamos dejar de mirarnos tanto el ombligo y mirar a nuestro alrededor, debemos recuperar la conexión cara a cara, la frialdad entre nosotros nos está haciendo mucho daño.