Amor propio
Empezó a jugar al tenis a los 4 años, a los 7 perdió a su padre y se agarró a la raqueta hasta que la competición se convirtió en el centro de su vida. Tenía que estar a la altura de ese aprecio que recibía hasta que la presión que se infligía le llevó a una bulimia severa. La superó, siguió con el tenis y tras un tiempo escalando el ranking del ATP Tour, cuando estaba practicando su mejor juego, decidió retirarse: de nuevo el personaje pesaba demasiado y el miedo a defraudar volvía a asomarse. Ahora que lleva dos décadas de experiencia formando a jóvenes promesas y profesionales del tenis, ha decidido compartir sus vivencias y cómo superó sus problemas en El arte de entrenar tu mente (Ediciones B). “Si quieres un resumen del libro es el siguiente: si te quieres sentir mejor, trátate con cariño, respeto, comprensión... y verás el cambio”.
¿En qué se parece la vida a un partido de tenis?
En que unas veces salen las cosas como deseas, y otras no. El maestro es la aceptación.
¿Quién ha sido su mayor rival?
No estaba del otro lado de la red, sino dentro de mí mismo. Padecí problemas psicológicos como bulimia y deseo de no vivir, pero antes no se hablaba abiertamente de estos temas.
¿Por qué cuesta hablar de estos temas?
Por miedo a ser juzgado. En mi caso, solo cuando comencé a tratarme con cariño y respeto me sentí mejor y más libre, sin necesitar ya de victorias o de ser un buen chico para ser aceptado por los demás.
Cuénteme cómo empezó todo.
Con cuatro años tenía el regalo de tener una pista en casa. Estaba rodeada de valla y muro, lo que me permitía jugar solo contra la pared. Me fascinaba.
Y le pusieron un profesor.
Jugaba todo el día. Destacaba. Y claro, eso era música celestial para mí: que te quieran. El amor es el alimento del ser humano. Si no sabes dártelo, lo buscas fuera. Y yo lo encontré gracias al tenis.
¿Dónde le llevó esa necesidad?
Mi padre murió cuando yo tenía 7 años. Mi madre era todo. Me fui a vivir a casa de Andrés Gimeno, feliz de jugar a tenis todo el día, pero cada noche lloraba, necesitaba los mimos de mi madre. Ella me llamaba a diario, me preguntaba si quería volver y yo decía que no. Estuve dos años así.
¿Y después?
Me entrenó Luis Bruguera. Recibí mucha atención. Pero ya no jugaba solo por gusto, sino porque tenía que ganar para no defraudar a quienes creían en mí. A los 16 gané el Campeonato de España, la presión aumentó: consideraba que ya no podía perder con nadie.
¿Comenzaron los problemas?
A los 17 años empiezan los primeros episodios de bulimia hasta volverse diarios, vomitaba hasta 14 veces al día. Era un infierno. No solo el acto físico, sino el dolor emocional.
...
Yo me decía: “Quiero que esta sea la última vez”. Me desplomaba frente al váter. Empecé a leer libros de anorexia y bulimia. No se lo conté a nadie. Hasta que un día sentí que lo que estaba buscando era amor.
¿Cómo encontró la salida?
Lo sentí. Sentí que necesitaba cuidarme, tratarme con cariño y respeto. Me di cuenta de que cada golpe en el tenis lo juzgaba: va corta, va larga, la he fallado... Decidí cambiar eso por, a cada golpe, un “me amo y me respeto”. Y en pocos días empecé a sentirme mejor.
¿Y eso fue todo?
No. Inventé una lista mágica. Cada día escribía diez cosas que me gustaban de mí. Al principio solo salían cuatro. Llamé a gente que me quería y les pedí que me dijeran cosas buenas de mí. Con eso formé mi lista. La escribía cada día sintiéndola.
Tiene entrenada la voluntad, y la fe.
Poco a poco, esa lista de lo que me gustaba de mí creció. Todo eso me liberó. Me ayudó a dejar de despreciarme y a desear vivir. Y también mejoró mucho mi tenis.
¿Haciendo lista de virtudes y repitiendo “me amo y me respeto”?
No es una afirmación vacía. Cada vez que me juzgaba, decía: “No soy malo por fallar, soy humano y me amo y me respeto”.
¿Llegó a amarse de verdad?
No fue de golpe, fue milímetro a milímetro. Empecé a observarme. Dejé de juzgar a los demás. Pensé: “Qué de energía estoy sacando fuera para algo que no me aporta”. Es un hábito que nos vampiriza la energía.
¿Y decidió dejar el tenis?
Sí, con veintitrés años. Era cuando mejor jugaba y mejores resultados tenía. Pero cuanto más ganaba, más se centraban en mis conquistas y menos en mi ser.
¿Pero eso a su ser qué más le da?
No me hacía bien. Decidí seguir en el camino que me había salvado la vida: cuidarme como ser humano. Antes yo me trataba como un personaje. Ganaba: bien. Perdía: mal. Basta de eso.
¿Y después?
Me dediqué durante un año a seguir trabajándome interiormente. Rechacé entrenar a muchos chicos hasta que acepté.
Afirma que no necesitamos ganar o perder para sentirnos bien.
Sé que es lo normal, y más en el tenis, yo funcionaba así. Pero después dejé de depender de eso. Empecé a estar bien independientemente del resultado. Lo viví. No lo leí en un libro. Ganara o perdiera, lo prioritario era respetarme, y desde ahí analizar los errores.
¿Eso es lo que enseña a sus tenistas?
No tengo ningún método, pero comparto lo que he experimentado. Para estar en armonía necesitas priorizar tu ser, cuidarte porque te importas, estar en lo que estás, y eso te dará un buen rendimiento.
Apliquémoslo a la cancha de la vida.
Empieza por cómo te tratas, pon atención a cómo te hablas.