La curva de las monjas

Cuando circulas por la carretera BV-1462, que une Barcelona con Sant Cugat del Vallés, en su km. 4 y muy cerca de Vallvidrera, un indicador de paraje nos informa de la proximidad del denominado Revolt de les Monges. Su peligro no es un giro a derecha o izquierda, sino la referencia de los senderos de Collserola. Sin embargo, quiero reparar en esta circunstancia por un motivo diferente: la deliberada amnesia selectiva en tiempos de reivindicación de la memoria histórica.

La curva de las Monjas debe su nombre al asesinato en ese lugar de cinco religiosas el 27 de julio de 1936. Un discreto monolito coronado por la cruz promovido décadas atrás por sus hermanas de congregación las recuerda. No obstante, su historia, como tantas, es ignorada por casi todos y silenciada por muchos. En su muerte, ellas dieron testimonio de su fe, pero el Ayuntamiento sigue sin dar cuenta de lo acontecido en la retaguardia republicana durante la Guerra Civil.

El Ayuntamiento sigue sin dar cuenta de lo que aconteció en la retaguardia republicana

El Consistorio sí ha desgranado en nuestra geografía urbana un sinfín de placas y de plafones de justo recuerdo del trágico devenir de quienes sufrieron muerte o represión en aquella contienda desde el bando nacional o durante la dictadura franquista. Del mismo modo, sería de justicia no olvidar las tropelías del anarquismo y del comunismo entre los años 1936 y 1938, que contaron en demasiadas ocasiones con la pasividad de la Generalitat.

Una barbarie silenciada de los más de 8.500 asesinados por sus convicciones religiosas o ideológicas en Catalunya. Muchos lo fueron en la Rabassada, el Morrot o en el cementerio de Montcada. Otros en el Camp de la Bota o en el castillo de Montjuïc por ambos bandos. Las 47 siniestras checas o centros de tortura, como las de Sant Elías, Muntaner, Zaragoza, Portal de l’Ángel, El Molino o Brusil, parece que nunca existieron ante el olvido municipal.

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Memorial en la plaza del Fòrum a las personas fusiladas por el franquismo en el Camp de la Bota 

Otras Fuentes

La verdad no es la mentira de quienes reescriben y reinterpretan nuestro pasado con relatos únicos tergiversadores que silencian los horrores y errores de episodios de convivencia nefastos de la II República, la Guerra Civil, que por fratricida es aún más cruel, y la dictadura posterior.

En este 2025, desde la izquierda se abrirán debates, que no cerrarán heridas, con el pretexto de los 50 años de la muerte de Franco. Mejor sería conmemorar la cincuentena que están cerca de cumplir la transición o la Constitución, en el que es el periodo más largo de democracia y de autogobierno de la historia contemporánea española, y hacerlo dejando atrás revanchismos, intereses partidistas y sesgos ideológicos. Nuestros hijos y nietos tienen la suerte de no padecer los contratiempos bélicos, de falta de libertad y de penurias extremas que sí sufrieron sus padres o abuelos. Las nuevas generaciones deben conocer el pasado, y las experiencias de vida de los mayores deben ponerse al servicio de la convivencia. Las privaciones y sufrimientos de antaño de nuestros predecesores, que lucharon para superar tanta adversidad y que han hecho realidad el presente, son un acicate y una exigencia personal para quienes han de encarar el futuro con oportunidades y en el hoy.

El 18 de julio de 1938, el presidente de la II República, Manuel Azaña, reclamó en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona “paz, piedad y perdón” y el reencuentro de todos. Aprendamos de las historias equivocadas del pasado, todas, para no repetirlas y construyamos un futuro mejor poniendo en valor lo alcanzado desde una memoria histórica sin amnesias selectivas.

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