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El agente Cooper y los abetos

Opinión

Tras la desaparición de David Lynch estoy volviendo a ver Twin Peaks. Cuando se estrenó, en casa no tenía sofá y a duras penas tele. Vivía sólo desde hacía poco. Me compré un televisor para seguir los partidos del Dream Team: que lejos queda todo eso. Sin sofá, miraba los episodios sentado en una silla y, como millones de personas en todo el mundo, me quedé enganchado. A distancia y todavía me gusta más: está llena de ideas rarísimas que, en medio de una ficción policiaca más o menos convencional (sobretodo al principio) crean un contraste inesperado y divertidísimo. El agente Cooper y el sheriff Truman van a inspeccionar una caja de seguridad que Laura Palmer tenía en el banco. Encuentran una cabeza de ciervo sobre la mesa del despacho. “Que raro, se ha caído” -dice la secretaria- y siguen hablando como si nada, con la cabeza de ciervo allí tirada. El personaje de Dale Cooper, agente del FBI, es sensacional. Con aquella cara de Madelman detective y la pinta de no enterarse de nada, el carácter flemático y optimista. En un mundo de violencia, secretos y deseos ocultos, se siente feliz porque ha comido una tarta riquísima o porque el almuerzo le ha costado 6 dólares con 35. Parece que no esté por el tema pero descubre al instante los líos sexuales entre la titular de la serradora y el sheriff, el tipo de la gasolinera y la propietaria del bar.

David Lynch en el 2002

Chris Weeks / AP Photo

Cuando llega a Twin Peaks, en el episodio piloto, queda maravillado con la vegetación y le dicta a la grabadora: “Diane, averigua si puedes que árboles son estos: son realmente bonitos”. Más adelante le pregunta al sheriff Truman: “¿que árboles son?” “Abetos Douglas” -le responde el sheriff-. ¡Abetos Douglas! En el Montseny hay muchos. Una de las pocas veces que me han regañado cuando iba por el mundo presentando mi libro Les hores noves fue por culpa de estos abetos. El narrador va por un camino y encuentra “un bosc d’avets Douglas”. “¡Dónde vas a parar! -me dijo una amiga bióloga-. Eso no es un bosque: ¡es una plantación!” Claro: los propietarios rurales plantan abetos Douglas, en hileras, porque es un árbol que crece rápidamente, del que se puede sacar un fácil rendimiento. Me salió el chico de Barcelona que todos los árboles los ve como “un árbol” y todos los pájaros como “un pájaro”.

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Una de las gracias menos obvias de Twin Peaks es que Lynch enfronta dos maneras de entender la naturaleza. El agente Cooper es un pixapins. Le gusta el olor de los árboles y se emociona con unos patos que se bañan en el lago. Los del pueblo sólo se interesan por motos y camiones. Pasan tráileres cargados de troncos y ni los ven. El gran proyecto de los ricos es pegar fuego a la serradora para poder construir una urbanización. También en este aspecto Lynch fue un precursor. De nada de esto me percaté cuando miraba la serie en 1990 sentado en la sillita del comedor.