El colosal desafío del hotel Internacional de 1888

El álbum

El hotel Internacional de la Exposición Universal de 1888 se construyó bajo el signo imperioso de la prisa. El volumen gigantesco, la menguada disponibilidad económica y el tiempo perdido en discusiones pusieron a prueba al arquitecto encargado del proyecto, Lluís Domènech i Montaner, y por supuesto a Barcelona.

Dado el caso excepcional, me limitaré a la simple aportación de datos que darán una idea más certera de tan arriesgado y novedoso desafío.

La gigantesca mole se construyó en solo 53 días y su derribo, lamentado por todos, tardó 60 jornadas

El terreno ganado al mar (hoy, Moll de la Fusta) era de propiedad municipal y medía 150 metros de largo por 35 de ancho. La planta baja y cuatro pisos habían de reunir medio millar de camas para hospedar a entre 800 y 1.000 clientes.

Las obras comenzaron el 5 de diciembre de 1887. Se emplearon unos tres millones de ladrillos enteros para no malgastar tiempo en trocear para obtener los encajes. Trabajaron 650 albañiles, 100 carpinteros y 40 yeseros en jornadas que iban de las 6.30 de la mañana hasta las 9 de la noche, bajo 18 focos de arcos voltaicos. La decoración corrió a cargo de los renombrados pintores Llimona, Riquer y Baixeras.

La construcción de este formidable edificio fue una verdadera y emocionante hazaña

ANTONI ESPLUGAS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Domènech ingenió una colosal plataforma mediante vías de tren atornilladas y unidas con bóvedas de ladrillo para así evitar unos cimientos en profundidad sobre un inseguro terreno nada compacto.

Al lograr cubrir aguas sin accidentes, se celebró en el Gran Hotel Continental de la Rambla un gigantesco banquete organizado por el alcalde Rius i Taulet para los 800 trabajadores que habían hecho posible aquel desafío temible en tan solo 53 días. La comida fraternal para unos 60 periodistas locales, foráneos y extranjeros ya se pudo celebrar en el hotel Internacional.

El hotel ofrecía un comedor de mesa redonda con 250 cubiertos, una sala-restaurante para 100 comensales y otros dos comedores para familias. La dirección de la cocina fue confiada a los messieurs Guillier y Michelin, propietarios de varios restaurantes en Francia. El empresario barcelonés Cañameras se atrevió a montar en el altillo del hotel una cocina económica de cinco metros de longitud e inventó una parrilla tan gigantesca que permitía brasear nada menos que 400 bistecs a la vez.

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Al cabo de ocho meses fue cerrado y el derribo, muy lamentado, tardó más que la construcción: 60 días. Éxito sin precedentes.

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