Terence vive en una tienda de campaña con dos sombrillas y varias lonas adosadas frente al estanque lleno de agua de lluvia donde se levanta la única estatua de Barcelona que recuerda a Cobi, a los pies de la torre Mapfre, en la Vila Olímpica. “Tengo papeles y empleo –dice este filipino de 40 años–. Soy cocinero en un restaurante del Raval. Pero tengo tres hijos en Filipinas y también he de ayudar a mi padre... Así que no puedo alquilar nada. Antes estaba tras el hospital del Mar, pero hace un año nos echaron y vine aquí”.
Terence, ordenando sus enseres en su tienda de campaña frene a la estatua de Cobi
“Por ahí ya no paseo a mi perro”, dice una mujer de mediana edad. “Yo tampoco –tercia otra vecina del barrio de siempre–. No tengo nada en contra de estas personas, pero me da miedo pasear entre tantas sombras”. El diálogo tiene lugar en el centro comercial del barrio. “Es que casi todos son hombres”. “Antes hacíamos coreografías por ahí, y nos lo pasábamos superbien, pero ya no las hacemos”. “En la iglesia del padre Abraham pusieron verjas porque ocuparon los porches”. “Los dividieron con cortinas de ducha”.
En este asentamiento se cuentan una quincena de tiendas de campaña
Terence tiene una bombona de butano y una cocina con un par de quemadores, y también varias garrafas que llena en una fuente cercana, para beber y para lavarse. La vallas que rodean este restaurante cerrado funcionan como tenderetes. “Tenemos unos servicios al otro lado... La policía viene de vez en cuando para comprobar que todo está bien. No sé si vienen los servicios sociales. Yo llego tarde del trabajo”. Alrededor de su tinglado se levantan otras 15 tiendas. “No somos amigos, pero nos llevamos bien”. Antes o después el Ayuntamiento licitará de nuevo este espacio y no tendrá más remedio que echarlos a todos.
“Tengo papeles y trabajo como cocinero en un restaurante, pero todavía no puedo alquilar un piso”
Son estampas inéditas en este lado de Barcelona. Hasta no hace mucho los asentamientos de la Vila Olímpica se escondían en recovecos de la ronda. No alteraban la vida cotidiana del barrio. Pero ahora se suceden en sus zonas verdes al menos cuatro, hasta el Poblenou. Suman como poco 50 tiendas de campaña. Además, algunas más vienen y van, sobre todo por los abundantes porches de los edificios de viviendas. Y otrora los vecinos más o menos conocían para bien y para mal a las pocas personas que dormían en sus calles. Uno que ya murió se pasaba el día en un banco, con las piernas abotargadas, y las noches caminando, y todos sabían que no le gustaba que le ofrecieran comida, que si le decías cualquier cosa al respecto se ponía de mal humor.
El cepillo y la pasta de dientes de unos de los habitantes del asentamiento de las plaza dels Campions
“En Doctor Trueta, cerca de Correos, una comunidad ya puso jardineras para que no se instalen en sus escaleras”, retoman las mujeres del barrio reunidas en el centro comercial. “Aquí hay muchos espacios que parecen públicos, pero son privados, y cada vez más comunidades se plantean cerrarlos”. “También estamos encontrado jeringuillas. Aquí nunca las habíamos visto”. “No, a la plaza dels Campions tampoco voy. Allí también vive mucha gente”. “Y por aquí nunca pasan ni guardias urbanos ni agentes cívicos”. “Cuando reformen esa plaza también los tendrán que desalojar”.
Hassan, junto a su tienda dispuesta junto a otras en el asentamiento cercano a la escuela Vila Olímpica
Hassan, un treintañero guineano, cuenta junto a su tienda puesta junto a la escuela Vila Olímpica y otros seis tinglados que nunca se había visto en esta tesitura, que lleva aquí unos pocos meses, que trabajó unos años como mecánico irregularmente y que vivía con otros en una casa ocupada y dejada de la mano de Dios. “Si trabajas en negro no tienes nómina. No te alquilan nada. Puedes pagar los 350 euros que te piden por una habitación, pero...”. Hassan añade que se hartó de que su jefe le pagara cuando le viniera bien. “Y luego cerraron la casa donde estábamos. Tuvimos que venir aquí. Puedo conseguir los papeles, pero necesito un abogado. No me voy a quedar aquí siempre”.
“Soy mecánico, pero me pagaban en negro, y como estaba en una casa ocupa que cerraron...”
Los servicios sociales del Ayuntamiento contaron este noviembre 283 personas durmiendo en las calles del distrito de Sant Martí, y de ellas 96 en las del barrio de la Vila Olímpica. “Además –abundan estas fuentes municipales–, en los últimos tres meses también detectamos 44 personas recién llegadas al distrito. Sant Martí está pasando de ser un lugar de estancia a otro de paso. Los equipos de calle del Consistorio tratan de acercar estas personas a los servicios de atención social, pero no pueden obligarlos. Entretanto el Ayuntamiento trata de minimizar las consecuencias de esta ocupaciones del espacio público”.
El argelino Jasid, en una de las tiendas instaladas frente al McDonald's de la ronda
En el último encuentro de diez comunidades de propietarios de la avenida Nova Icària el único punto del orden del día se centró en los problemas asociados a la proliferación de personas sin techo: suciedad, inseguridad, desasosiego... Los vecinos se refirieron a disputas con armas blancas, a gente cocinando en la vía pública, a personas que se cuelan en los portales... Y concluyeron reportar sistemáticamente al 112 todos los incidentes a fin de que las administraciones sean conscientes de lo que pasa en el barrio. “Se solicita un aumento de guardias urbanos para hacer a pie rondas periódicas –termina el acta de la reunión– y así impedir que se den asentamientos en las escaleras”.
Ibrahim, en su particular chamizo en una zona verde de la Vila Olímpica
Yasid, argelino de 47 años, carpintero soldador y pintor, cuenta junto a su tienda de campaña instalada en las proximidades del McDonald’s que lleva meses saltando por ciudades españolas. “Es que se me caducó el pasaporte –prosigue–, y el consulado te pone muchos problemas, de modo que no puedes aspirar a conseguir los papeles”. A su vera y por alrededores se levantan otra docena de tiendas. “En Barcelona se está muy bien. La gente es muy agradable, pero no te dan trabajo. Me voy a a ir Francia en unos días. Allí tengo amigos y todo es más fácil”.
“Barcelona es muy agradable, la gente es muy buena, pero creo que voy a probar suerte en Francia”
Jordi Giró, presidente de la asociación de vecinos, explica que la inquietud ciudadana se viene desatando desde hace un año, que la presencia de personas sin techo en el barrio se multiplicó a medida que se producían desalojos en otros puntos de la urbe, que muchas de estas personas proceden de otros municipios, que les invitan a venir a Barcelona... “Ya pedimos al Ayuntamiento un plan de respuesta, y las dos últimas semanas mejoró la limpieza, pero se trata de un problema de país, de un problema mucho más complejo de lo que puede parecer”. En el barrio de Sant Antoni, donde también inquietan las tiendas de campaña, también mejoró mucho la limpieza durante las últimas semanas, pero por lo demás continúan en las mismas.
A pocos metros de la tienda de de Yasid está el chamizo de Ibrahim. Con ramas de palmeras montó un apañado tejado. Son lustros aprendiendo. Este guineano de treinta y pocos años cuenta que lleva más de una década dando saltos por el Primer Mundo, de ciudad en ciudad, viviendo de estas maneras, de cualquier manera. “Un africano viene de vez en cuando y me da comida –dice sonriente–. Y el resto lo consigo de la chatarra. Así puedo vivir”. Ibrahim no sabe cuánto tiempo pasará en Barcelona. Hace mucho que no tiene a donde regresar.


