Cuando salen por la calle los cuatro juntos, inevitablemente, llaman la atención. Los conductores que se encuentran a su paso, les saludan con una sonrisa. Y los niños quedan impresionados, con ganas de ir a acariciarla. No es para menos. Daisy llama la atención como mascota porque es una oveja. Un rumiante de siete años que vive en un chalet de Les Fonts de Terrassa, muy bien cuidada y siempre acompañada por gallinas y por la perra de la familia, Neula, que es como una hermana.
Esta es la historia de Javi Contreras y Pili Ángeles, un matrimonio aficionado a los animales y a la vida conectada al campo. “Esto ya me viene de pequeño –explica él– porque mi padre siempre ha tenido gallinas, también tuvo cinco o seis cabras en su torre, que la tiene aquí cerca. Le encantan los animales de granja y, desde siempre, me contagió esta ilusión”, apunta. La casa de la hermana de Pili está a pocos metros y comparten terreno, sin valla en el medio, y el cariño por los perros, las plantas y el huerto.
Sara, ahora con 17 años, con su oveja Daisy
El hilo conductor de la naturaleza se extiende hasta Sara, su sobrina de 17 años. “Cuando iba a cumplir los 9 años pensamos que le haríamos un regalo muy especial y a Javi se le ocurrió darle tres gallinas. Le encantaron. Era un regalo compartido porque nos hemos hecho cargo de ellas ambas familias”, apunta Ángeles. “Y cuando se acercaba su décimo cumpleaños, pensamos en una sorpresa más especial porque era una cifra redonda. Y Javi lo tuvo claro. Dijo: ¡una oveja!”. Él, transportista, conocía una granja en Balsareny (Bages), y le pidió al dueño si le vendería una oveja. Tenía menos de un año y, en nada, iba camino del matadero porque en pocos meses, se acercaba la Navidad. Pero la rescataron y le dieron una nueva vida.
Aunque, su primer día en la torre fue memorable, según recuerda Sara. “Por mi cumpleaños, siempre organizábamos diferentes juegos y pruebas con mis amigos. Recuerdo que cuando mis tíos me dijeron que me esperaba el regalo y vi la oveja fue impactante, porque no me lo esperaba”, detalla. “A partir de ahí, todo fue muy loco. Nuestro San Bernardo era pequeño y cuando vio a Daisy –le puse yo el nombre– se emocionó. No debía saber qué era, pero salió directo hacia ella, la oveja se asustó, corrió y cayó dentro de la piscina portátil, que, por suerte, no tenía mucha agua”. La sacaron y todo quedó en una anécdota.
Un caso excepcional
El comportamiento de las ovejas suele ser tranquilo, aunque permanecen en estado de alerta y se asustan fácilmente. Son animales gregarios que necesita a sus iguales. Sin embargo, el caso de Daisy es excepcional porque su equipo de vida son Javi, Pili, Sara y Neula. Además, esta oveja no se amilana ante el peligro. “En nuestro paseo por el bosque, un día aparecieron dos jabalíes, la perra se asustó y se retiró, pero Daisy plantó cara, empezó a balar y los jabalíes acabaron yéndose”.
Le habilitaron un cobertizo abierto, con mucho espacio libre y tierra, junto con las gallinas, con las que comparte el menú. “Le damos las verduras que nos sobran, pan seco –que le encanta–, alfalfa y una bala de paja de 25 o 30 quilos al mes. Y cada día vamos a pasear por un bosque cercano y come las hierbas que encuentra”. Cada tarde se preparan para la ruta, junto con la perra. “Se nota que es un animal que necesita al grupo porque si Javi se entretiene un poco y no está con nosotros, empieza a balar desesperada, reclamándolo”, cuenta su mujer. Son su familia y los identifica claramente.
Daisy, a punto de iniciar el paseo diario
“Este verano nos hemos ido unos días de vacaciones y dejamos a mi hijo y sobrina para alimentarla. No consiguieron sacarla a pasear ni un día, solo quiere con nosotros”, prosiguen. ¿Cuáles son sus retos? “Mi ilusión era hacer queso, pero la teníamos que aparear y que pariese. Aunque por falta de tiempo, no nos ha sido imposible. Esquilarla también es complicado, la tengo que atar e inmovilizarla entre tres, mientras yo le paso una moto especial porque tiene mucha lana. Ahora nos planteamos: ¿y si vamos a por el burro?”, se preguntan entre risas.

