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“Lavapiés ha sido arrasado por un tsunami”

Cine urbano 

Entrevista a Marcos Zaván, director del documental “Del susurro del tiempo”

Marcos Zaván

Cuando se terminó de rodar en 2019, Del susurro del tiempo, un poético documental de Marcos Zaván que recorre 24 horas en la vida del barrio madrileño de Lavapiés, se trataba de una despedida a un distrito que sufría un proceso de transformación vertiginosa y violenta. 

Cinco años después, no queda rastro de muchos personajes y locales retratados en la película, desde zapateros artesanales, cantantes de boleros, escuelas de flamenco, hasta fabricantes de guitarras. Lo que aparece en su lugar: un cartel de seis pisos de altura que anuncia: “Compramos edificios”. Y, a la vuelta de la esquina, los pisos turísticos 4bearssharehome o Elix Rental Housing, propiedad del primo de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

Obra colectiva, la película se hizo a partir de una invitación a vecinos, trabajadores, artistas del barrio a participar en el rodaje que se hizo a lo largo de un año, aunque el espacio del tiempo cinematográfico es de solo un día y una noche. 

La última proyección en Madrid ha dado mucho que hablar en un momento en el que Lavapiés escenifica fuertes protestas vecinales por la degradación, el abandono y la turistificación del barrio. Se proyectará este lunes en Barcelona en el festival de vídeo de autor Flux, en el Centre Cultural La Farinera del Clot.

¿La película es un réquiem por Lavapiés?

Es un réquiem por el barrio de alguna manera, sí. El aria de la ópera Dido y Eneas (Purcell) que suena a lo largo de la película viene a decir “Cuando muera, acuérdate de mí”. Pero eso no es lo más importante. Me da más pena que la película sea un réquiem de un tipo de mundo. Porque en las películas que hago, aunque se suelen centrar en lugares concretos, la idea siempre es como ir más allá del lugar concreto, Hay una voluntad de trascendencia, de ir más allá. No de quedarme en los hechos concretos de lo que estoy hablando. O sea, es un retrato del Lavapiés que ha intentado ser lo más plural posible. Me gustaría que sirviese como una especie de referente para que no creamos que el mundo tiene que ser necesariamente individualista, confrontativo, polarizado, sino que existe la empatía, la humanidad, la solidaridad. Y esto existía en Lavapiés

Ya no....

Cuando empezamos a rodar, fue antes del parón de la pandemia.  Y la transformación ya estaba en marcha. No creo que haya que aferrarse a algo para que esté siempre igual hasta la eternidad. Hay que asumir que los cambios están. Pero dicho esto, ¿qué ocurría? Un barrio que tenía muchísimas características envidiables, de comunidad vecinal, de redes de apoyo, de solidaridad, de activismo político, de compromiso, un montón de características que definieron al barrio durante el tiempo en el que yo conocí, Y de repente estaban desapareciendo. Yo he vivido más de 25 años en Lavapiés. A mí lo que me preocupa es que se pierda el tejido social, el tejido cultural.

Yo llevo 30 años viviendo en el barrio y parte de lo que se ve en la película ya no está..

Y eso que cuando empezamos a grabarlo, en realidad ya llegábamos un poco tarde; gran parte de lo que yo disfrutaba del barrio ya no estaba. Y el hecho de estar rodando la película nos hacía ver lo que estaba pasando con más claridad. Y es que realmente teníamos la sensación de que teníamos un tsunami detrás de nosotros. Algo realmente muy violento.

¿Por ejemplo?

Una amiga que llevaba más de 20 años en su casa, de repente recibe un buro fax de que la han echado de la casa en la que está. Otras amigas que también llevaban muchos años viviendo en una casa: también, de repente un fondo de inversión, de Londres, compra todo el edificio entero. Y encontrabas un cartel que ocupaba la fachada de un edificio entero que decía: “Compramos edificios”. Cuando alguien viene diciendo “compramos edificios” y no “compramos casas”, pues estamos hablando de otro juego distinto.

La cuestión de la degradación y la venta de drogas entonces no estaba tan a la vista como ahora...

Ya empezaban a aparecer un montón de narcopisos en el barrio Y no creo que sea en absoluto gratuito. Las dos cosas -la parte inmobiliaria y la droga— responden exactamente al mismo proceso de especulación y de inversión en el centro de una gran capital europea. O sea, realmente Lavapiés siempre ha sido un barrio de clase media baja, más baja que media con mucha población migrante, con situaciones de vida duras.  Lavapiés siempre ha sido un barrio canalla, donde ha habido tráfico de drogas a pequeña escala. Pero nunca ha supuesto un problema como ahora… Y está claramente vinculado con especulación y esos fondos de inversión.

¿Cómo?

Unos vecinos míos fueron desahuciados y el inmueble fue comprado por un fondo de inversión. Que a su vez lo compró a otro fondo de inversión que, a su vez, lo vendió. Y ahí mismo mostraron un narco piso, que el banco nunca tuvo ningún interés en denunciar. Entonces, al final, son dos caras de lo mismo.

En la película, al fijarse detenidamente en las vidas diarias de los vecinos, es mucho más tierna y optimista que el típico documental de denuncia social.

Tiene algo de fábula. Porque en el fondo se está centrando en los aspectos positivos. Cuando haces un artículo, siempre al final, tienes que elegir un enfoque y centrarte en una parte de la realidad, porque toda la realidad que haces, es imposible abarcar, es demasiado compleja. Entonces, he entrado yo en la parte del barrio que me parece que tenía unos valores que son envidiables y que me gustaría como conservar de alguna manera, no tanto para conservarlos en Lavapiés, que ya puede ser difícil, sino porque creo que es un modelo de convivencia o modelo de una manera de relacionarse con el mundo. De hecho, creo que esta película, lo que trata de rescatar son unos valores humanos que me parece que son un modelo de convivencia.

Se ve la vida diaria del barrio de forma muy íntima, largos planos sin que la gente se fije. ¿Las cámaras estaban escondidas?

No, las cámaras son todas visibles. A la gente que sale sí le pedí permiso a todo el mundo para salir. Lo hicimos colectivamente. Había una estructura cronológica que organizaba un poco todo el guion de la película. Y a partir de ahí en charlas y en debates, sí iba definiendo qué consideramos que era característico para cada una de las horas del día en ese momento del año.

Para no desesperarnos del todo, es interesante detenerse en lo que queda en el barrio que se retrata en el documental y no en lo que se ha perdido. O sea, Filmoteca todavía existe; el teatro del barrio aún existe, que no es poco, y el bar Bodegas lo Máximo, donde la dueña Piluca canta aquel bolero, aún existe...

Sí, pero ya no hay boleros. Se llenaban todos los miércoles para escuchar los boleros y eran gratuitos. Hubo un momento hace un par años en que Bodegas lo Máximo estuvo a punto de cerrar. Un fondo de inversión, creo que de Londres, compró todo el edificio. Y al final, han podido seguir en el mismo local, pero pagando el doble de alquiler. Y ya no pueden pagar la licencia para tener música en directo.

¿El zapatero aun existe?

No sé exactamente ahora, porque tenían dos locales, al final se pasaron a uno, o sea que no se exactamente en qué momento están ahora. Había un taller de zapateros que fabrican zapatos todo desde cero, ponen el tacón, ponen los clavos... Y eso está en el barrio. Era maravilloso. Que todavía un zapato se pudiera fabricar de una manera artesanal. Y ese tipo de oficios han desaparecido como otros tantos oficios.

¿El titulo de la película: “Del  Susurro del tiempo”?

Di muchas vueltas al título y creo que realmente sintetiza muy bien aquello de lo que quiero hablar, es decir, que se va produciendo una transformación del barrio que es tan gradual que no te das cuenta apenas; tú sabes que algo está fallando, pero no eres consciente de cómo, no hay un corte brusco en el que digas a partir de aquí esto se ha transformado, sino que es muy gradual. Pero cuando te detienes un momento, te das cuenta de que ha sido un tsunami.

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