El 14 aniversario del cese definitivo de la violencia de ETA coincide con la publicación de Memorias políticas. El infierno de la Transición vasca (editorial Betagarri), ensayo escrito por Jesús Eguiguren. Persona clave en la consecución del fin del terrorismo en Euskadi, el histórico dirigente socialista vasco recuerda la crudeza de varias décadas enterrando a compañeros, su determinación para buscar vías de solución o la pesadumbre que le invadió tras el fin de la violencia.
¿Cómo es la vida de Jesús Eguiguren después de la política?
Es la vida de un observador de lo que pasa en el país, de lo que pasa en la política. Y, por otra parte, es la vida de un caminante que anda un poco sin rumbo. Al estar jubilado, no tengo nada concreto que hacer. Escribo, sigo la política... Supongo que es como la vida de muchos jubilados, que no es tan alegre y festiva como se piensa.
Hace 14 años, tras el anuncio del fin de la violencia, volvió a pisar la Parte Vieja donostiarra tras décadas sin hacerlo. ¿Se ha acostumbrado a pasear por allí?
No suelo ir. Te resistes a ir a los sitios que antes teníamos vetados. Nadie nos va a decir nada y no hay ningún problema, pero se te ha quedado algo ahí dentro. Iba a potear cuando era estudiante, y dejé de ir desde que entré en política.
¿Qué le transmite la gente? ¿Se siente reconocido?
Ha pasado mucho tiempo, pero cuando se hizo la paz, salía a la calle y todos los días había gente que me daba las gracias por el fin de ETA. Ahora, 14 años después, me las siguen dando. Hay quien te dice: “joder, no te han reconocido lo que hiciste”. Y no lo comparto: me siento muy reconocido.
En su segundo libro de memorias, en este caso políticas, habla del empeño personal para lograr el fin de ETA. Dice que las conversaciones del caserío Txillare comenzaron por una intuición.
Es difícil describirlo. Yo estudié en Azpeitia, donde casi todos salieron abertzales. Nunca nos saludábamos. En un momento noté que nos saludaban, que algo estaba cambiando. Luego, analicé el fenómeno del terrorismo, y me hizo pensar que no había sitio para dos terrorismos. Aunque se tenía asumido que era un conflicto sin fin, empecé a decir que se iba a acabar antes o después. Y recibí muchísimas críticas. Me acusaron de crear falsas esperanzas.
El otro factor que le animó a moverse fue, según señala, que veía que el Estado lo había asumido como algo “llevadero”.
Me desesperaba ver que un Estado fuera incapaz de acabar con una organización terrorista, como se había hecho en Italia con las Brigadas Rojas o en Alemania con Baader-Meinhof. Cuando había algún atentado, venía un ministro, te daba unas palmaditas en la espalda y te quedabas con una sensación molesta. “Ahora a discutir de terrorismo en Madrid”, pensábamos. Se había asumido el terrorismo vasco como un problema, pero llevadero. España no iba a sucumbir. Eso me creó la sensación de que había que hacer algo desde aquí. Desde fuera no nos lo iban a resolver.
Desde el inicio de las conversaciones hasta el fin de la violencia transcurre una década. Hubo momentos de ruptura total, como el atentado de la T-4, en 2006. ¿Llegó a pensar que era irresoluble?
En ningún momento lo di por perdido. La primera parte fue bien. Con Josu Ternera (Urrutikoetxea) llegamos a trazar una hoja de ruta con observadores internacionales y representantes del Gobierno y de ETA. Pero hubo un cambio en la dirección de ETA e irrumpió Thierry (López Peña). Empezó a introducir la autodeterminación, la integración de Navarra... Buscó forzarnos ordenando poner la bomba de la T4.
Y obligó a la gente de la izquierda abertzale que estaba por el fin de ETA a cambiar de estrategia...
La paz vino de los escombros de la T4. La gente de la izquierda abertzale pensó: con ETA no vamos a poder negociar, hay que decirle que pare. Y de ahí llega esa estrategia de ir votando en asambleas, que terminaban saliendo por 80-20 a favor de abandonar la violencia.
El veterano político socialista Jesús Eguiguren, junto al río Urumea de San Sebastián.
En 2008, esas tensiones en ETA llegan al punto de que Thierry busca golpearle con el asesinato de su amigo Isaías Carrasco. ¿Cómo se vive con eso?
Era consciente de que podían ir a por mí, pero me duplicaron la escolta y les resultaría difícil. También pensamos que podían ir a por alguien de mi entorno, y avisamos a bastante gente. Isaías era un tío que no quería escolta ni nada, que además ni siquiera era concejal. Siempre quedó la duda de si al pillarle a él, indirectamente me golpeaban a mí. Lo mataron delante de mi mujer, en campaña electoral. Éramos muy conscientes de que podía pasar algo. No teníamos mucho para testar en un testamento, pero hablábamos de quién se ocuparía de los hijos y esas cosas.
Después del fin de ETA, entró en una fase personal de abatimiento. ¿Qué le ocurrió?
El mismo día el cese de la violencia de ETA sentí un malestar, un frío tremendo. Me empecé a acordar de los muertos. Viví un bache, porque estás en tensión con el terrorismo y luego, cuando se acaba, te surgen pensamientos: “¿ha valido la pena todo lo que he hecho?”. Era un hombre relativamente duro. No sentía mucho los golpes del terrorismo, pero en ese momento aparecen las heridas del alma, y además coincide con que vas cumpliendo unos años. Nunca me han pegado un tiro, pero me siento víctima de ETA.
Dice que se siente reconocido, ¿quién más merecería reconocimiento por el fin de ETA?
Patxi López tenía confianza en mí y me dejó hacer. Con Rubalcaba tenía mis tiras y aflojas, pero nunca me impidió seguir adelante. Y, sobre todo, Zapatero es la figura clave que se la jugó para lograr el fin del terrorismo de ETA.
¿Por el lado de la izquierda abertzale?
Arnaldo Otegi fue el líder de todo ese cambio. Rufi Etxeberria, que tenía mando en plaza, jugó también un papel importante. Hubo otros, como Pernando Barrena y algunos más cuyos nombres no recuerdo.
¿Cómo ve la convivencia en la sociedad vasca?
Bien, llegó muy rápido. Al final, no habíamos estado segregados como en Irlanda. Tenemos una convivencia homologable a la que pueda haber en otras zonas de Europa. Luego cada uno tiene su ideología, y me gustaría que hubiera menos hegemonía nacionalista, pero bueno... Supongo que las sociedades tienen su evolución y seguirá así.
Usted dice que debe haber una parte de olvido y otra de memoria, ¿de qué hay más?
Tenemos de memoria y de olvido, de las dos. Pero no es algo específico de aquí. Ha ocurrido en todos lados. También en España.
¿Cómo ve la política vasca?
Hay una tranquilidad que no hubiéramos imaginado. Antes todo lo que ocurría aquí era noticia, y ahora... Hay hasta cierto aburrimiento.
Pero eso puede ser positivo.
Sí, lo digo en sentido positivo.
Usted confiaba en que el PSE iba a tener más fuerza tras el fin de ETA.
Sí, yo pensaba que se iba a acercar más gente a los partidos que habíamos estado arrinconados, como el PSE. Y eso no se ha producido.
¿Debería cambiar su enfoque político para llegar a más gente?
Me he pasado la vida diciendo que el PSE tenía que ser más vasquista, un poco como el PSC en Catalunya, que es catalanista. En realidad, al PSOE le va bien casi siempre en Euskadi en las elecciones generales. O gana o está muy cerca. Pero en las elecciones vascas parece que los votantes piensan: “Vamos a votar a los nuestros”. El socialismo vasquista es lo único que puede cambiar esto, lo que pasa es que el PSE es un partido muy español.
¿Le gusta Eneko Andueza (secretario general del PSE)?
Me gusta el liderazgo de Andueza. Creo que está haciendo lo que imponen las circunstancias, que es gobernar con el PNV. Tarde o temprano, no obstante, llegará el momento de no depender tanto de las alianzas, de ser más autónomo.
En otro de sus libros, ‘Euskal Herria. Por un nuevo nacionalismo, vasquismo y navarrismo’, teorizaba sobre el encaje en España a partir de una adaptación de las tradiciones políticas vascas. El debate sobre la reforma del autogobierno está abierto, ¿puede ser una oportunidad para avanzar en esa línea?
Ahí abordaba también la cuestión de Navarra, que ha estado siempre presente. Desde el punto de vista institucional, me parece que está consolidada como comunidad diferenciada y que el tema está zanjado. Sin embargo, yo creo en una unidad de Euskal Herria desde el punto de vista de compartir, no desde la integración. También con el País Vasco francés. No hay problemas para compartir políticas culturales, incluso crear instituciones comunes. En todo caso, al nacionalismo vasco eso le da un poco de miedo porque piensa que es renunciar a Euskadi. Cuando el nacionalismo vasco ha gobernado en Navarra tampoco ha activado la transitoria cuarta de la Constitución. Luego, está el tema del derecho a decidir que el nacionalismo vasco quiere introducir. Buscan aplicar el esquema del concierto económico aplicado a la política para lograr una relación bilateral. Ahí hay una línea muy fina, que es muy difícil de rebasar para el PSOE. No puede renunciar a la soberanía española, no puede admitir que haya dos soberanías.
Mirando también a Catalunya, ¿cree en el concepto de la España plurinacional?
Le veo un problema. Catalunya y Euskadi, supongo que Galicia también, siempre van a tener que tener un estatus especial. Es decir, que el programa de Catalunya y Euskadi no lo arreglas con una federación o dando también mucha autonomía a Andalucía u otras comunidades, sino que en gran parte el nacionalismo lo que busca es la diferencia. El tema catalán está calmado ahora, pero esto va por fases. Habrá conflictos y el nacionalismo volverá a saltar como un resorte. Puede ocurrir si llegan al Gobierno PP y Vox.
¿Cree que España se encamina en esa dirección?
Yo creo que España seguirá aguantando. A un socialista le cuesta entender algunas de las cosas que hace Sánchez. No nos gusta que grupos de cuatro o siete diputados decidan tanto, pero bueno se ha visto que tampoco pasa nada. Veo las próximas elecciones como un plebiscito entre Sánchez y toda la extrema derecha. Y creo que va a tener incluso más opciones que en 2023.
Cuando escucha a Díaz Ayuso decir que ETA está más fuerte que nunca o decir que el lehendakari le ha “enviado un aviso” con eso del “Ayuso, entzun”, ¿qué piensa?
Me produce mucho cabreo, porque lo dice con total frivolidad. Es gente que ni ha sufrido el terrorismo, ni sabe lo que es. En el PP siempre ha habido esa tendencia a utilizarlo como arma política. Es esa teoría de Mayor Oreja de que ETA sigue existiendo porque, claro, lo que querían ellos era acabar con ETA y con Batasuna. Ven que no se puede acabar con una parte importante de la sociedad, que además crece electoralmente. Es una estupidez. Me recuerda a los de ETA que decían que el franquismo sigue vivo.
Las preocupaciones de la sociedad vasca hoy tienen que ver, según el Sociómetro vasco, con la vivienda, la precariedad laboral, la sanidad pública, la inseguridad y la inmigración. Son problemas comunes a la mayor parte de sociedades europeas. La socialdemocracia, sin embargo, está teniendo muchísimos problemas para ofrecer respuestas a las clases medias y trabajadoras.
El tema de la vivienda me parece el problema más gordo, con el añadido de que las políticas requieren de un largo plazo. La inmigración, por otro lado, es evidente que es la causa del auge de la extrema derecha en toda Europa. La gente lo tiene muy interiorizado, y yo creo que se trata de regularlo, aunque tampoco es sencillo. Es una cuestión que preocupa a la gente y no se puede abordar desde una posición buenista o angelical. Para una persona que vive en la Castellana o en la Avenida de la Libertad, en San Sebastián, no es un problema, pero para la gente trabajadora quizá sí. Es un tema complejo que la socialdemocracia debe regular bien. La socialdemocracia estaba cómoda en el esquema anterior, pero ha cambiado. Además, ocurre que ahora la socialdemocracia se dirige más a colectivos que a la clase obrera en su conjunto.


