Hay libros que se leen en trenes, en cafés humeantes o en bibliotecas con ese silencio que ya roza lo dogmático. Otros, como La mujer enferma, icono de la modernidad de Raquel Baixauli Romero (Universitat de València, 2025), se leen en salas de hospital. Entre la luz mortecina de los fluorescentes y el murmullo de fondo de la maquinaria médica, esta obra me acompañó mientras yo acompañaba, a su vez, a mi abuela y a mi tía abuela. La primera tuvo más suerte que la segunda, como si el tiempo —ese juez invisible— hubiera querido inclinar la balanza. Resulta especialmente conmovedor que Baixauli abra el libro con un recuerdo a sus abuelas, Fina y Leo. No porque sea un gesto raro —que también— sino porque en mi lectura, esa dedicatoria dejó de ser un prólogo para convertirse en espejo.

Portada del libro La mujer enferma
Quizá no todos hayáis visto Nosferatu de Robert Eggers, pero si sois hijos de TikTok, es probable que vuestro algoritmo os haya ofrecido, como un oráculo digital, algún clip de Lily-Rose Depp en pleno trance místico, ojos en blanco, convulsionando entre lo sublime y lo demoníaco. Lo que parece una performance de época con vocación de exorcismo tiene una genealogía muy bien anclada en el siglo XIX, y La mujer enferma nos ofrece las herramientas para entender por qué esa imagen, lejos de ser nueva, es el eco de un imaginario visual denso, construido durante décadas de representación femenina teñida de enfermedad, deseo y disciplina. Raquel Baixauli, doctora en Historia del Arte por la Universitat de València, no analiza a Depp ni a Eggers, pero su estudio ilumina la lógica visual que ha permitido que, durante siglos, las mujeres enfermas hayan sido una categoría estética en sí misma. No tardamos en encontrarlas en cuanto entramos a un museo del fin de siècle o nos topamos con una cartelería parisina de época: convalecientes, etéreas, languideciendo con elegancia, como si la enfermedad fuera el último grito en feminidad. Hablamos de histéricas, de melancólicas, de mujeres atrapadas en esa categoría que Baixauli analiza con especial agudeza: la tísica sublime, esa representación visual exclusivamente femenina que muestra a mujeres en una suerte de invalidez voluntaria, cargada de lirismo, dolor y belleza.
La fuerza de este obra reside en cómo la autora convierte esta figura, a menudo pasada por alto o romantizada, en el centro de un análisis riguroso y profundamente warburiano. El trabajo de archivo, el rastreo iconográfico, la atención a exposiciones, catálogos, fotografías y cultura visual son el auténtico motor del libro. No hay teoría sin imagen, ni análisis sin documento. Baixauli no cae en la tentación de interpretar desde la distancia, sino que se sumerge en el contexto expositivo e histórico con la precisión de quien entiende que el arte no es una excusa, sino un síntoma. Así, convierte cuadros de Ramón Casas, Jiménez Aranda, Rusiñol, Simonet, Tennant o Cabrera no en ilustraciones de su tesis, sino en material vivo, en artefactos culturales que delatan cómo la modernidad usó la enfermedad femenina como vehículo ideológico. Representarlas enfermas no era un gesto inocente: era, en muchos casos, una manera de distribuir el orden simbólico, de dejar claro quién observa y quién es observado, quién diagnostica y quién es diagnosticada.
La fuerza de este obra reside en cómo la autora convierte esta figura, a menudo pasada por alto o romantizada, en el centro de un análisis riguroso y profundamente warburiano.
Esta operación cultural sigue teniendo consecuencias hoy. Basta recordar lo que me contaba mi abuela sobre cómo no le dejaban lavarse el pelo cuando tenía la regla —como si el agua pudiera ser cómplice de alguna catástrofe uterina— o cómo, aún hoy, en comunidades ortodoxas judías, marido y mujer duermen separados durante el periodo menstrual, por considerarse ella impura. No es que el cuerpo femenino haya sido ignorado, es que ha sido examinado con lupa, diseccionado y mitificado hasta la extenuación. Como si su fisiología fuera un acertijo que nunca debe resolverse del todo, solo mantenerse bajo control. Esta mirada no empieza ni termina en la medicina, sino que se inscribe en un imaginario visual que Baixauli desentraña con un cuidado admirable.
La autora no camina sola en su recorrido: en sus páginas resuenan nombres fundamentales para la historia del arte y los estudios culturales como Aby Warburg, Georges Didi-Huberman, Susan Sontag, Ann Kaplan, Svetlana Alpers o Bram Dijkstra. Pero lejos de convertirse en una acumulación de citas o en una genealogía de autoridad, Baixauli se apropia de ellos con elegancia, los hace dialogar con su objeto de estudio sin que le tiemble la voz, lo que demuestra no solo solidez académica sino claridad en su posicionamiento. Pienso, por contraste y afinidad, en Ladronas victorianas de Nacho Moreno Segarra, donde se analiza cómo el diagnóstico de cleptomanía se aplicaba a mujeres de cualquier clase, como una excusa médica para contener deseos o comportamientos femeninos incómodos. Ambas obras comparten esa voluntad de comprender cómo ciertas patologías afectan no solo a los cuerpos individuales, sino a estructuras enteras de poder y representación. Porque si algo logra este libro es explicarnos que el cuerpo femenino ha sido siempre objeto de fascinación y sospecha. Se ha observado, clasificado, medicado y, sobre todo, estéticamente, representado. La modernidad hizo de esa mirada una narrativa hegemónica, adornada con flores marchitas, luces tenues y expresiones entre el desmayo y la mística. Una narrativa que todavía nos afecta: desde las películas de Eggers hasta la receta automática de anticonceptivos como remedio universal para el dolor menstrual. Como si la incomodidad del cuerpo femenino debiera resolverse rápido, sin preguntar demasiado, con una pastilla y una sonrisa tibia.
La mujer enferma no es solo un estudio de arte. Es una investigación con alma, una crítica cultural con bisturí, una arqueología de imágenes que pone en evidencia cómo la modernidad —más que una época, una idea que se miraba mucho al espejo— no dudó en usar la enfermedad femenina como escenografía de su propio relato. Que Raquel Baixauli lo haya contado así, con rigor, sensibilidad y una mirada propia que no teme atravesar la historia con cuerpo y contexto, es motivo de admiración. No hace falta volver a ver Nosferatu para comprenderlo; basta con leer este libro y saber que, en él, las mujeres ya no están enfermas: están diciendo algo.
Ficha del libro
La mujer enferma, icono de la modernidad. Raquel Baixauli Romero. PUV. 2025