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La tormenta de bulos durante la dana agravó la respuesta de las Emergencias

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Una investigación de la UPV y la VIU concluye que los algoritmos explotaron la angustia ciudadana, creando una crisis de falsedades sin precedentes que erosionó la confianza y obstaculizó la respuesta a la catástrofe.

Efectivos de la UME y del cuerpo de Bomberos extraen agua del parking subterráneo del Centro Comercial Bonaire, lugar sobre el que se lanzaron más bulos tras la dana 

Manuel Bruque / EFE

La catastrófica dana que arrasó la provincia de Valencia y zonas limítrofes a finales de octubre de 2024, provocando 228 muertos, no solo desencadenó una de las peores emergencias climáticas en la historia reciente de España, sino que también precipitó una crisis de desinformación paralela de una magnitud, sofisticación y virulencia sin precedentes. Esta tormenta digital de falsedades operó como un factor multiplicador del daño, erosionando la confianza ciudadana, obstaculizando la respuesta institucional y explotando el dolor colectivo con fines ideológicos. Lejos de ser meros errores o malentendidos, los bulos identificados respondieron a patrones de desorden informativo deliberados, amplificados por la arquitectura de las redes sociales y la creciente deslegitimación de las instituciones. Así lo concluyen en una investigación académica los profesores Germán Llorca-Abad de la UPV, en colaboración con el profesor Alberto E. López Carrión de la (VIU) y ha sido publicada en la Revista Mediterránea de Comunicación con el título: Desinformación durante la crisis producida por la DANA de 2024 en España: análisis, características, tipologías y desmentidos.

Tres cuartas partes de la desinformación (75%) consistía en información falsa intencionada

La investigación, basada en un meticuloso análisis de 185 piezas periodísticas de 14 medios digitales líderes que contenían 192 menciones a bulos específicos, revela que tres cuartas partes de la desinformación (75%) consistía en información falsa intencionada (desinformation), creada y compartida deliberadamente para engañar, manipular y sembrar el caos. Solo una cuarta parte podía clasificarse como información errónea compartida sin mala fe. Resulta significativo que no se hallara ningún caso de información veraz utilizada en contextos falsos, lo que subraya el carácter predominantemente inventado de las narrativas tóxicas.

El ecosistema de desinformación no fue homogéneo, sino que se articuló en torno a grandes bloques temáticos estratégicos. El bulo más viral y emocionalmente devastador, que acaparó el 20.3% de las menciones (39 casos), fue el que afirmaba que el aparcamiento subterráneo del centro comercial Bonaire en Aldaia estaba repleto de cientos de vehículos sumergidos con fallecidos en su interior. Esta narrativa apocalíptica, impulsada inicialmente por figuras mediáticas e *influencers* como Iker Jiménez, Rubén Gisbert o María Pombo, encontró un terreno fértil en la angustia y la incertidumbre, y requirió del desmentido explícito de las fuerzas de seguridad y cadenas de televisión para ser neutralizada, aunque su impacto psicológico perduró.

El bulo más viral fue el que afirmaba que en el parking de Bonaire había cientos de muertos

Un segundo bloque estratégico (14.6% de los bulos) consistió en una campaña de ataques coordinados contra el Gobierno de España y sus organismos, con la acusación central y recurrente de haber demolido presas y embalses construidos durante el franquismo, agravando así deliberadamente la inundación. Esta narrativa, promovida por líderes políticos de la derecha y ultraderecha como Santiago Abascal o Esperanza Aguirre, buscaba canalizar la indignación popular hacia una culpabilización institucional directa, siendo desmentida por expertos independientes y el propio Ministerio competente.

La investigación destaca especialmente el preocupante papel que desempeñaron los propios entornos periodísticos profesionales, responsables del origen o amplificación de hasta un 28% de los bulos. Casos como el del colaborador Rubén Gisbert—embarrándose los pantalones a propósito antes de una conexión en directo o colándose en una residencia de mayores para simular abandono—ejemplifican la ética difusa en contextos de crisis. Aplicando el paradigma EMI (Engañoso, Manipulador, Informativo), el estudio concluye que, si bien la mayoría de estas falsedades tenían una intención inicialmente informativa (aunque negligente), una parte significativa fue claramente engañosa o manipuladora, como cuando una periodista de gran audiencia culpabilizó a la AEMET de ofrecer “cifras equivocadas”.

Los entornos periodísticos profesionales fueron responsables del origen o amplificación de hasta un 28% de los bulos

Más allá de la tipología, el estudio aporta una clave interpretativa crucial: el concepto de ”diagonalismo”. Esta estrategia comunicativa, teorizada por Callison y Slobodian (2021), rompe el eje tradicional izquierda-derecha para construir un relato transversal que capta el descontento desde múltiples frentes ideológicos. Así, durante la DANA, actores de ultraderecha adoptaron retóricas tradicionalmente progresistas (como la crítica a las élites o la desconfianza en las grandes instituciones) para reconducirlas hacia narrativas nacionalistas, conspirativas y de descredito sistémico. Este fenómeno se vio potentemente amplificado por los algoritmos de las redes sociales, diseñados para priorizar contenidos que generan altas reacciones emocionales—como la indignación o el miedo—por encima de la veracidad o el rigor, creando cámaras de eco donde estas falsedades se retroalimentaban y ganaban credibilidad.

Los canales de propagación fueron abrumadoramente digitales: la mitad de los bulos (50%) se esparcieron a través de redes sociales abiertas (X, Instagram, TikTok) o cerradas (WhatsApp, Telegram), mientras que un 26% encontró eco en medios de comunicación tradicionales, demostrando una peligrosa simbiosis entre ambos ecosistemas.

Los canales de propagación fueron abrumadoramente digitales

Frente a esta marea tóxica, la respuesta institucional, aunque pionera—con la creación de perfiles oficiales específicos para desmentir falsedades—fue calificada por el estudio como tardía y de alcance limitado. Los verificadores profesionales (Maldita.es, Newtral, VerificaRTVE) emergieron como un dique esencial contra la desinformación, aunque su labor se vio desbordada por la escala y velocidad del fenómeno.

En conclusión, la DANA de 2024 demostró que una catástrofe natural no es solo un desafío logístico y humanitario, sino también una batalla narrativa. Los actores malintencionados, armados con estrategias de diagonalismo y aprovechando las vulnerabilidades de los algoritmos y la psique humana en crisis, lograron intoxicar el espacio público. El estudio de López-Carrión y Llorca-Abad sirve como una urgente llamada a la acción: fortalecer la alfabetización mediática de la ciudadanía, exigir una mayor transparencia y responsabilidad a las plataformas digitales, y desarrollar protocolos ágiles de comunicación institucional que anticipe y neutralice estas campañas de descredito. La próxima emergencia, advierten los autores, será inevitablemente climática e informativa, y la resiliencia de la sociedad dependerá de lo preparados que estemos para esta nueva y compleja realidad.