Entrar en modo vacacional, aunque pueda parecer lo contrario, nunca me ha resultado sencillo. Para mí, desconectar ya no es un lujo opcional, sino una necesidad, puesto que es la única forma que tengo de volver con la energía y la claridad necesarias para dar lo mejor de mí. Este verano, en esos pequeños espacios de reflexión, me he imaginado qué haría si tuviera una máquina del tiempo. Y la respuesta fue clara: no la usaría para borrar errores ni para cambiar decisiones, sino para hablar con la Nuria del pasado y recordarle algo que hoy considero esencial: aprende a divertirte en el camino.
Gestión en una empresa
Durante mucho tiempo viví obsesionada con la meta. El título, el ascenso, el gran proyecto… todo giraba en torno a alcanzar un objetivo concreto. Y sí, conseguirlo siempre daba satisfacción, pero esa alegría era fugaz, apenas duraba unas horas. En cambio, el proceso que me llevaba hasta allí podía alargarse meses o incluso años. Y es en ese trayecto donde suceden las cosas verdaderamente valiosas: los aprendizajes, las conversaciones, los esfuerzos compartidos y también los tropiezos que nos enseñan.
Lo entendí tarde. Recuerdo especialmente un proyecto enorme que nos llevó muchísimo trabajo. Cuando por fin lo cerramos, en lugar de celebrar, pasé directamente al siguiente reto. Ni un café con el equipo, ni un “bien hecho”, ni un momento para respirar. Hoy, si pudiera volver a aquel instante, lo viviría de otra manera. Porque el verdadero valor no estaba solo en el resultado final, sino en el camino que recorrimos juntos para alcanzarlo.
Esa lección, que en un principio parecía personal, con el tiempo la entendí también como empresarial. Las compañías, igual que las personas, pueden quedar atrapadas en la obsesión por la meta: crecer, expandirse, alcanzar cifras. Sin embargo, en Pinturas Blatem he comprobado que cuando un equipo disfruta del camino, los resultados llegan de una manera más sólida, más humana y mucho más sostenible.
En marzo de 2020 asumí la dirección de Blatem. Fue un momento lleno de ilusión, pero apenas unos días después llegó la pandemia. Luego vinieron la escasez de materias primas, una guerra y, en nuestra tierra, la DANA. En lo personal también atravesé momentos complicados. Fue un tiempo de enorme dificultad que, sin embargo, me enseñó algo fundamental: no siempre podemos cambiar lo que ocurre, pero sí cómo decidimos vivirlo.
Comprendí que mantener el mismo nivel de autoexigencia en medio de tanta incertidumbre no tenía sentido. Necesitaba bajar esa presión y aumentar mi capacidad de disfrute. Aprendí a relativizar, a confiar más en mí, a dejar espacio a la creatividad, incluso en medio del caos. Descubrí que disfrutar no era un capricho, sino una herramienta de resiliencia.
Si algo puedo recomendar, tanto desde lo personal como desde lo empresarial, es esto: diviértete en el camino. Porque en ese trayecto lleno de retos, aprendizajes y momentos compartidos se esconde la verdadera transformación”
En la empresa ocurrió algo muy parecido. No podíamos cambiar el contexto global, pero sí podíamos decidir cómo responder. Y esa forma de encarar la situación —mirando hacia adelante con confianza, valorando cada pequeño avance y apoyándonos unos en otros— nos permitió mantenernos unidos y salir reforzados.
Hoy, cada vez que cerramos un proyecto, intento detenerme, agradecer al equipo y disfrutar de lo conseguido. Además, cuando la incertidumbre aparece, recuerdo que no todo depende de lo que sucede fuera, sino de cómo lo vivimos dentro. Y cuando pienso en el futuro, no lo imagino como un destino lejano, sino como un viaje compartido en el que cada paso tiene un valor propio.
Si algo puedo recomendar, tanto desde lo personal como desde lo empresarial, es esto: diviértete en el camino. Porque en ese trayecto lleno de retos, aprendizajes y momentos compartidos se esconde la verdadera transformación. Y porque, al final, es el camino el que nos enseña quiénes somos y de qué somos capaces.