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La soledad de Antonio

Si tú me has entendido

Con un poco de suerte, el caso de Antonio Famoso, cuyo cadáver destaparon las últimas lluvias en València tras 15 años sin que nadie preguntara por él, habrá removido a más de uno. Por más que nos pese, su muerte es un retrato de la sociedad que somos, tan distinta a la que nuestros padres y, sobre todo, nuestros abuelos, construyeron. Mi abuela sabía si la vecina del cuarto estaba en casa o en el pueblo y saludaba cada día, al entrar y salir, a la señora Lola, bajita y risueña, porque fregaba los platos con la ventana abierta y la radio puesta, que podías escuchar mientras tocabas al timbre esperando que te abrieran. Yo me alegré mucho el otro día al coincidir con mi vecino de toda la vida en el ascensor de mis padres, él que venía y yo que iba de un edificio que, poco a poco, va viendo envejecer a sus vecinos y, por desgracia, empobrecer también sus relaciones sociales.

No queda tribu, y si algo queda, se teje más en los grupos de WhatsApp que en el día a día. En el apagón conocí a los vecinos del sexto; y ellos dudo que supieran qué cara tengo hasta ese día. Porque vamos y venimos, sin quedarnos, en el individualismo en el que ya hemos caído rendidos y al que nos empuja el nuevo urbanismo. Miren si no los barrios nuevos que crecen en nuestras ciudades, esos “Programas de Actuación Urbanística” que tan bien desglosa Jorge Dioni en La España de las piscinas (Arpa, 2021), donde advierte que ahora ya no se establecen lazos de comunidad, “sino flujos individuales”. 

La puerta del inmueble en el que Antonio ha pasado 15 años muerto sin que ningún vecino advirtiera lo ocurrido 

EFE

En el barrio valenciano de Turianova, con cuya asociación de vecinos se reunió ayer el Ayuntamiento de València, celebraban el otro día la llegada de la línea de la EMT enviándose mensajes y fotos de los autobuses circulando por las calles de un barrio que cumple con la descripción de Dioni: primero las casas, “tras ellas, el resto”. Inicialmente manda el sector privado, dice el autor, luego el público “cubre huecos”.

Vamos y venimos, sin quedarnos, en el individualismo en el que ya hemos caído rendidos y al que nos empuja el nuevo urbanismo”

Es ese el nuevo paisaje que adviene, un mar de bajos comerciales reconvertidos en pisos turísticos y grandes avenidas donde aparcar los coches y, si alguien se acuerda, transitar por los nuevos carriles bici que, eso sí, nos paga Europa. Con banquitos de madera, ¡con suerte!, para que se sienten nuestros mayores en ese resquicio de barrio, de pasado y de presente, donde conversan del tiempo, del día o de la tele, la que aún les hace algo de compañía. ¿Nos imaginan a nosotros, viejos y solos, buscando películas en Netflix?

El barrio, como espacio comunitario, se hace cada vez más necesario. Y el comercio pequeño, y el bar del café de la mañana, ese que cada vez se toman más personas que, ya en su casa, se enfrentan al sofá, al vacío y al desamparo de verse mayores y, sin quererlo, solas. Muy solas, casi tanto como Antonio.