“Tarde o temprano tendrá que salir su nombre”. Con esa frase —según declaró Maribel Vilaplana ante la jueza— el president Carlos Mazón la alertó, dos días después de la Dana del 29 de octubre del 2024, de que haría público que estaban juntos durante la tarde en que el temporal golpeó las comarcas valencianas. Ella, que nunca había imaginado que una comida profesional pudiera convertirse en un vendaval mediático, recuerda cómo recibió aquel aviso: “Le pedí que no sacara mi nombre”. Pero Mazón insistió: “Tengo presión… tendré que decirlo”.
Este es uno de los detalles que aporta la transcripción literal de la periodista que declaró ante la jueza instructora hace una semana. Aquella llamada y la de la misma madrugada de la tragedia —cuando el president la contactó “angustiado”, repitiendo “esto es muy grave, esto es muy grave”— marcaron el inicio de lo que Vilaplana describió como un proceso traumático. “Me entró un ataque de pánico, borré todas las conversaciones y hasta su número de teléfono”. Su nombre acabaría en los titulares, y su vida, asegura, se desmoronó durante las semanas siguientes: insultos, presiones, señalamientos. “Me dijeron ‘puta, puta’ por la calle”, declaró entre lágrimas. “Siento que se me ha utilizado”.
Detrás de esa exposición mediática que ella no pidió, la declaración judicial de Vilaplana reconstruye con detalle cómo fue realmente la comida con el president, pactada días antes y de carácter estrictamente profesional.
Maribel Vilaplana, consultora en comunicación, docente y consejera del Levante UD, aclaró desde el inicio de su declaración que ni conocía a las víctimas ni tenía relación política alguna con Mazón. Él la contactó tras un evento el 14 de octubre, donde ella ejercía como presentadora. “Me dijo: ‘Necesito hablar contigo, me gustaría que tuviéramos algún tipo de colaboración’”. Ella se mostró reacia: “No quería ningún tipo de colaboración política”.
Aun así, cotejaron agendas y fijaron una comida para el 29 de octubre en el restaurante El Ventorro, en València. Una reunión que él quiso mantener de manera “no oficial”. “Para mí había mucho empeño en que no fuera algo oficial”, declaró ella, convencida de que cualquier aproximación política dañaría su independencia profesional.
Me dijo: ‘Necesito hablar contigo, me gustaría que tuviéramos algún tipo de colaboración”
Llegó al restaurante sobre las 15.00, subió al reservado y se encontró a Mazón solo. El dueño entraba y salía, incluso llevando un sobre que el president firmó allí mismo. “Pensé que no estaba ilocalizable, porque le subieron ese sobre y sabían dónde estaba”.
Una de las frases más contundentes de su declaración resume su desconcierto ante el giro político que tomó su presencia en aquella comida. “Yo no le puse una pistola en la cabeza para que se quedara allí”, dijo ante la jueza. Recordó que Mazón llegó tarde por una reunión con sindicatos, que desde el inicio tenía el teléfono sobre la mesa y que se levantaba constantemente para atender llamadas o escribir mensajes. “No hubo nada extraño”, insistió. “Si hubiera visto algo raro lo recordaría”.
“Yo no le puse una pistola en la cabeza para que se quedara”
Mientras él atendía el móvil, ella incluso aprovechó para trabajar: sacó el ordenador, preparó clases y se ausentó al baño en varias ocasiones. Según su recuerdo, entre las 17.30 y las 17.45 fue cuando el volumen de llamadas aumentó de forma notable. “Había un momento en que él se levantaba mucho”, explicó. Cuando finalmente se sentaba de nuevo, le decía “Continuemos”, como si nada ocurriera.
Pero en ningún momento, subrayó, escuchó palabras relacionadas con la emergencia, ni términos como “Dana”, “CECOPI”, “lluvias” o “alerta”. “No me habló de nada de eso”. Tampoco percibió preocupación o inquietud. “Si lo hubiera notado, le habría preguntado”.
La única referencia política que recuerda fue un comentario del president sobre el uso de la imagen pública: “Es lo de siempre, es por lo de la foto”. Ella lo interpretó como la presión habitual para acudir a actos o hacerse la foto institucional. Llegaron incluso a discutir brevemente sobre lo que llamó la “obsesión por los TikToks y el Instagram”.
La comida terminó alrededor de las 18.45. Caminaron unos minutos hacia la zona del parking de la Glorieta, hablando sobre fútbol —él le comentó que podría asistir a un partido del Levante—. Ella no recuerda ver escoltas ni acompañantes. “Tengo la sensación de que iba solo”. Entró al parking, apagó bien el ordenador que había cerrado deprisa durante la comida y salió hacia casa.
Esa misma noche, cuando comenzaron a difundirse las primeras noticias sobre la magnitud de la tragedia, intentó contactar con Mazón. Fue él quien la llamó más tarde, ya de madrugada, desde lo que ella cree que era su teléfono o quizá uno prestado. “¿Qué ha pasado?”, le preguntó ella. Él solo repetía: “Es muy grave, es muy grave”.
Días después, llegó la advertencia que hoy encabeza su declaración: “Tarde o temprano tendrá que salir su nombre”. Ella recuerda que le pidió que no la expusiera, temiendo lo que vendría. No se equivocó: “Ha sido devastador. Tengo pesadillas. Estoy con asistencia psicológica por estrés postraumático”.
“Ha sido devastador. Tengo pesadillas. Estoy con asistencia psicológica por estrés postraumático”
Vilaplana no oculta que la culpa y la presión la desbordaron. “Soy una consecuencia fatal”, dijo, afirmando que se siente “víctima colateral” de un relato que la superó desde el primer minuto. Vio cómo su chat familiar —donde recibió un simple enlace sobre el desbordamiento del río Magre a las 17:39— se convertía en munición mediática. “Se me ha manipulado de manera atroz”. La Letrada de la Administración de Justicia verificó en su móvil que era un link sin imágenes y que ella solo respondió con un emoticono.
Su declaración no solo reconstruye una cronología: muestra la perplejidad de una profesional que acudió a una comida laboral y terminó soportando una presión pública que, según afirma, casi no ha podido soportar. Una mujer que insiste en que no sabía nada, que no percibió señales de emergencia, y que aquel día —como tantos valencianos— hizo su vida con normalidad.

