Dos días antes de la muerte del dictador Francisco Franco mi padre compró una televisión a color de la marca Thomson, con lo que todo eso suponía tras años de ver solo imágenes en blanco y negro. Era aún un aparato que te obligaba a levantarte para apretar un botón si deseabas cambiar de canal. Yo tenía 10 años, y en mi memoria recuerdo solo que el día de la muerte del generalísimo en mi casa hubo silencio, un silencio que trasladaba miedo, aunque yo, dada mi edad, no acababa de entender bien qué estaba sucediendo. Sí recuerdo cuando la TVE inició la transmisión de las colas de personas que circulaban frente al féretro del finado en la capilla ardiente en el Salón de Columnas del Palacio Real en Madrid. Allí, pegados frente al televisor, estaba toda mi familia observando el momento, también en silencio, que para mí tenía interés, casi exclusivamente, porque las imágenes ya no eran en blanco y negro, y podía distinguir los colores del uniforme de Franco dentro de ataúd, los de quienes se detenían frente al ataúd inclinando la cabeza e incluso el color de los rostros de quienes alzaban el brazo en alto con el saludo romano.
Imagen del féretro en el que estaba Francisco Franco durante los funerales.
Ese silencio también lo percibí cuando ETA asesinó al almirante Carrero Blanco, dos años antes. Mi padre me sacó del colegio y me llevó a casa sin darme ninguna explicación. En aquella ocasión también el miedo estuvo presente, sin llegar yo a comprender qué estaba sucediendo. Recuerdo vagos comentarios relacionados con alertas peligrosas sobre posibles problemas violentos en las calles, pero poco más. Con la muerte de Franco pude percibir más detalles de aquella angustia, pues a la pregunta “¿qué pasará ahora?”, que se hacían mis padres, todas las respuestas parecían angustiosas. Insisto, recuerdo pequeños detalles y la llegada de vecinos que vinieron a casa porque, al parecer, éramos de los pocos que teníamos televisión en color en la calle. Hubo un momento en el que se acercaron tíos, tías, amigos y creo que más de 20 personas se juntaron en el comedor mientras mi madre sacaba bebida y cafés para seguir de cerca todo lo que se transmitía por TVE. Yo, insisto, solo estaba interesado en disfrutar de una televisión donde se podían distinguir todos los colores.
Años después, el 23F de 1981, con 16 años, mi capacidad de comprensión era ya casi total. En esa ocasión, la televisión no fue el medio de referencia, fue la radio. Como en los dos casos anteriores, los hechos se siguieron en familia, también con amigos, todos pegados a lo que llamábamos “un transistor”. Esta vez yo ya tenía mi propio grupo de “colegas”, que decidimos movernos por el municipio para compartir la inquietud, y ya de noche, con otros que se habían citado en el Club Amunt de Alzira. Fue una noche larga y en la que todos fuimos conscientes de que existía un enorme riesgo de involución y de fractura del proceso democrático iniciado tras la muerte de Franco. En esas fechas todos teníamos ya televisión en color, y en cada vivienda que visitamos para conocer la situación de vecinos y amigos intentábamos ver si las televisiones retransmitían algo de lo que estaba sucediendo en el Congreso. Pero todo lo que sabíamos era gracias a la radio, que algunos llevábamos pegadas al cuerpo caminando por la ciudad mientras se iban contando los momentos más críticos de lo que estaba sucediendo en Madrid. Fue en esas horas cuando nos enteramos, también por ese aparato, que un Milán del Bosch había saco los tanques en València. Esta vez el miedo no lo percibí en otros, porque yo lo tenía metido en el cuerpo.
De alguna manera, aquella televisión supuso un símbolo de la España en blanco y negro que todos querían dejar atrás, y sus primeros colores fueron, justamente, la imagen del dictador metido en un féretro”
Volvamos al funeral de Franco. Aún recuerdo aquella televisión. Una caja enorme en la que, poco a poco, fueron emitiendo más programas en color, pues aún se tardó mucho en que desapareciera el blanco y negro de las emisiones. Vivíamos las noches pegados a ella, esperando que las películas y programas fueran ya en colores. De alguna manera, aquella televisión supuso un símbolo de la España en blanco y negro que todos querían dejar atrás, y sus primeros colores fueron, justamente, la imagen del dictador metido en un féretro.