El cálculo que hace un lotero cada vez que entrega un décimo resulta desalentador: de los 20 euros que paga el cliente, solo un euro entra como comisión en la caja de la administración. Esa cifra, lejos de suponer un beneficio real, se reduce aún más con impuestos y cuotas de autónomo, hasta quedarse en cantidades que apenas alcanzan para cubrir gastos básicos.
Los vendedores insisten en que el problema no es nuevo, ya que el porcentaje lleva congelado dos décadas y no se ha adaptado al aumento del coste de vida, lo que ha provocado un deterioro evidente en su poder adquisitivo. La sensación general entre los profesionales del sector es que trabajan mucho, pero lo que queda en limpio por cada venta apenas compensa el esfuerzo.
Situación muy dura
Los vendedores aseguran que el sistema de reparto les impide mantener su negocio
En un reportaje publicado en YouTube por Eric Ponce, varios loteros explicaron cómo funciona este sistema y qué supone para ellos. Allí, una de las entrevistados afirmó: “Es una miseria. No vendes nada, no ganas nada”. Sus palabras reflejan la idea compartida por muchos de sus compañeros, que ven cómo sus ingresos dependen de un margen muy limitado que en la práctica no da para sostener la actividad sin apuros.
A esta falta de ingresos se suma un cambio en las comisiones por el pago de premios. Antes, las administraciones podían entregar grandes cantidades en ventanilla y recibir una compensación por ello, pero hoy el límite se sitúa en 2.000 euros. Cualquier cantidad superior se gestiona a través de un banco y deja al lotero sin ninguna retribución adicional, lo que resta otra posible fuente de ingresos.
La campaña de Navidad, que concentra buena parte de las ventas, se ha convertido en la única vía para mantener la actividad el resto del año. Un vendedor reconoció que el sorteo navideño “te tiene que dar para cubrir todos los gastos de todo el año”, porque las ventas habituales no alcanzan ni para pagar nóminas o alquileres.
La situación se complica más con la competencia de la venta online gestionada por la propia Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado, que resta clientes a las administraciones físicas.
En esas condiciones, muchos loteros dudan de si volverían a apostar por el negocio si tuvieran que empezar de nuevo. Algunos lo piensan, otros lo descartan directamente con un contundente “no, para nada”. Con esa respuesta resumen un sentir colectivo: la lotería reparte ilusión a los jugadores, pero a quienes la venden se la quita.