Maria del Pino, española viviendo en Francia: “Recuerdo entrevistas en las que mi inglés no era perfecto y en España nadie me quería. Fue increíble recibir confianza, conseguir contratos casi inmediatos y que me llovieran las ofertas de trabajo”

Españoles

“Estoy haciendo temporada de verano en Saint-Tropez y el contrato incluye alojamiento y gastos pagados. Sin preocuparme por las facturas, la capacidad de ahorrar es increíble y me encanta”, cuenta María

Maria del Pino, española viviendo en Francia

Maria del Pino, española viviendo en Francia

Cedida

Buscar oportunidades de vida en el extranjero es cada vez más común: “un cambio de aires”, “mudarse por amor”, “buscar mejores oportunidades laborales” son algunas de las razones por las cuales los jóvenes de nuestro país deciden cruzar fronteras y rehacer sus vidas lejos de su país natal.

“Venía de una etapa muy complicada a nivel personal, me sentía bastante estancada en España y lo único que tenía claro era que necesitaba un cambio”, cuenta María del Pino, de Huelva. A sus 25 años ya ha vivido en Malta, Australia y, actualmente, en Saint-Tropez, Francia. La joven ha hablado con La Vanguardia para contar de cerca los entresijos de abandonar el país y los choques culturales que ha vivido al hacer vida fuera.

La primera experiencia: Malta

“La primera vez que me fui de España tenía 21 años. Acababa de terminar mis estudios de turismo y estaba en el clásico ‘vale, ¿y ahora qué?’”, recuerda. Aunque principalmente Malta no estaba en sus planes, María tenía muy claro que quería marcharse al extranjero.

Lee también

Natalia Martínez, española en Alemania: “La gente no sonríe por la calle ni se interesa por tu vida, su carácter es muy distinto al nuestro, especialmente al del sur de España. Al principio hubo momentos complicados y lloré muchas veces”

Judit González Pernías
Natalia Martínez, española en Alemania

“Un día, en 2020, tras el COVID, sin pensarlo demasiado, puse en Google ‘países en Europa donde se hable inglés’ y apareció Malta. Literal, ni siquiera sabía ubicarla en el mapa. Pero dije: listo, para allá que voy. A finales de 2021 me fui con mi amiga, sin trabajo, con muchas ganas y cero miedos”, revela. María tenía un objetivo claro: mejorar su inglés y probar la experiencia de vivir fuera.

Aunque asegura que no tuvo miedos, cuenta que una de las cosas más difíciles antes de marcharse fue despedirse de su familia. La aventura real comenzó nada más llegar a Malta: “Nuestra primera compra la hicimos en un súper que estaba a 45 minutos andando (era el más cercano…). Imagina dos chicas cargadas con garrafas de agua, detergentes y de todo bajo el calorazo de Malta en septiembre. Obviamente no pudimos y acabamos pagando el autobús”, cuenta entre risas.

El dolor de las despedidas y lo que dejas atrás

María siempre ha tenido un contacto muy cercano con sus padres. Cuando se mudó a Malta, la emoción por la experiencia era tan grande que no pensó demasiado en la distancia. “Sentía más bien que estaba jugando al Monopoly, como si todo fuera irreal, un viaje largo más que una mudanza”, explica.

Francia me recordó mucho a España y me sentí en casa desde el primer momento. Después de Australia, llegar aquí fue un respiro y la adaptación fue mucho más fácil

Maria del Pino, española viviendo en Francia

Siempre intenta mantener el contacto con su familia a través de videollamadas o mensajes. Pese a eso, confiesa que “si pasa mucho tiempo sin verles, luego el reencuentro es más duro: te choca más ver los cambios, el paso del tiempo”. La distancia se amplificó cuando se mudó a Australia, y estuvo dos años sin ver a sus padres: “Esa distancia, tan grande y tan literal, se me hizo mucho más complicada de llevar”, revela.

Además, añade: “La distancia con mi familia, y la sensación de que volver no era fácil, se notó más que en Malta. Pero también fue emocionante descubrir un país tan inmenso y sentir la libertad de empezar de cero en un lugar completamente nuevo”. Tras pasar por Malta y Australia, María decidió que su próximo destino debía estar más cerca de su hogar natal.

Reencuentro con su familia tras dos años sin verse

Reencuentro con su familia tras dos años sin verse

Cedida

“Sabía que después de Australia necesitaba estar más cerca de mi familia y, aunque no es España, Europa me da esa seguridad. Aquí me siento más asentada; aunque llegué sin hablar el idioma (francés), la cultura y la vida diaria no son una incógnita, y además estoy con mi pareja, que es francés, así que se siente más hogar. La emoción sigue ahí, pero con una sensación de estabilidad que antes no tenía”, cuenta. Por ejemplo, en Francia mantienen la rutina de llamarse todos los domingos por la mañana antes de entrar al trabajo.

Retos y dificultades de adaptarse a otra cultura y estilo de vida

María cuenta que cada país tiene sus propios desafíos y, después de haber vivido en tres distintos, hay cosas que siempre ha echado de menos siendo española. En Malta, por ejemplo, le costó adaptarse a lo cara que es la vida, los horarios, el transporte y la falta de verde y naturaleza. “La comida tampoco me convencía demasiado y, sinceramente, no me acostumbré a no poder beber agua del grifo. Son detalles que, juntos, hacen que la adaptación sea más complicada”, expone.

En Australia, lo que más le pesó fue la lejanía. “Extrañaba la diversidad europea: poder subirme a un avión y, en una hora, estar en otro país con otra vida completamente distinta”, aclara. Ahora en Francia, considera que las dificultades son más sutiles: la gente, los horarios, las horas de sol y la comida.

María en Australia

María en Australia

Cedida

También ha vivido choques culturales divertidos, como los besos de saludo. “Al principio no sabía si dar dos, uno, solo la mano… Y con la familia de mi pareja a veces te quedas ahí a media cara, mientras ellos te miran tranquilos. Son pequeñas cosas que al principio sorprenden, pero con el tiempo se vuelven parte de la experiencia de vivir fuera”, cuenta. “También he llevado la etiqueta de ser muy directa al hablar… normalmente en los países donde he estado suavizan todo más”.

Oportunidades laborales en el extranjero

“Mi experiencia buscando trabajo en cada país fue totalmente distinta. En Malta me fui sin trabajo porque me recomendaron que era mejor encontrarlo allí”, revela María. Desde el primer día recorrió calles dejando su currículum en restaurantes, bares, hoteles y tiendas de ropa. Su objetivo era claro: quería trabajar.

“Me llamaron de un montón de sitios, y fue un auténtico choque: en España había pasado seis meses buscando algo y, al final, solo conseguí un contrato de 16 horas en Primark”, explica. María consiguió ahorrar mil euros para irse de España con eso. “Llegar a Malta y que me llamasen de tantos lugares fue un choque absoluto. Recuerdo entrevistas en las que mi inglés no era perfecto y en España nadie me quería. Fue increíble recibir confianza, conseguir contratos casi inmediatos y que me llovieran las ofertas de trabajo”, añade.

Echo de menos la vida de España, pero he adoptado hábitos que me hacen sentir bien como cenar a las siete y media, el café frío o pasar más tiempo en casa

Maria del Pino, española viviendo en Francia

En Australia fue distinto: llegó sin trabajo ni casa, y pasó casi un mes viviendo en un backpacker house buscando ambas cosas. Allí conoció a un francés que le presentó su trabajo en el aeropuerto, donde acabó trabajando durante dos años. “Fue más por contactos y sociabilizar que por buscar activamente, aunque fue complicado adaptarse a la dificultad de encontrar alojamiento y trabajo en un país tan grande y distinto. En Australia es toda una locura encontrar casa y trabajo. Es muy complicado”, destaca.

En Francia, actualmente trabaja haciendo temporada de verano en Saint-Tropez gracias a un contacto. “Adaptarme al mercado laboral aquí no ha sido complicado: los horarios son bastante parecidos a los de España y he aprendido a ser muy camaleónica, adaptándome a lo que sea”.

Lo que se extraña de España

A pesar de echar de menos muchas cosas de España, vivir fuera ha hecho que María adopte otros hábitos que le sientan bien, como cenar más pronto, alrededor de las siete y media, y preferir el café frío al caliente. “Al principio choca, porque echo de menos la vida de España, pero esta pausa forzada me ha enseñado a equilibrar la vida social con el tiempo para mí misma y tranquila en casa. Ahora sé disfrutar tanto de salir como de quedarme en casa, y eso ha sido un aprendizaje muy valioso”, explica.

Aun así, sigue consciente de los choques culturales y se adapta. “En Francia, todavía hoy me sorprende cómo cocinan todo con mantequilla y los horarios de comida, muy diferentes a los de España. Sin duda, lo que más noto es la diferencia cultural con mi país: la vida social, la comida, los horarios y pequeños hábitos diarios que, aunque parezcan simples, marcan mucho cómo se vive”.

María junto a su pareja

María junto a su pareja

Cedida

Pero el sur de Francia le recordó mucho a España: “Me hizo sentirme en casa desde el primer momento. Después de la experiencia en Australia, donde me sentía totalmente fuera de mi entorno, llegar aquí fue un respiro y la adaptación fue mucho más fácil de lo que esperaba”.

María es feliz con su decisión y anima a cualquiera que piense en marcharse de su país a dar el paso. “Si alguien se plantea mudarse a otro país por trabajo, aventura o cualquier razón, simplemente hazlo. No hay bien ni mal: tú misma o tú mismo vas a descubrirte”.

Vivir lejos de España le ha enseñado que puede enfrentar cualquier situación, por límite que parezca. “He aprendido que no necesito que todo sea perfecto para seguir adelante: he pasado meses sin trabajo, sin casa, comiendo cuscús, y aun así encontraba la manera de seguir, de buscar soluciones. Eso me dio una confianza que antes no tenía”, concluye.

Además, afirma: “Vivir fuera me ha enseñado que la vida no es lineal ni predecible, y que está bien sentir miedo o frustración; lo importante es seguir avanzando. He descubierto que puedo crear mi propia vida, mis rutinas y mi propio hogar (literal: siempre digo que mi hogar es el cuerpo en el que habito), sin depender de lo que ‘debería ser’ según mi entorno. Y, sobre todo, me ha enseñado a valorar mi cultura, mi familia y los pequeños eventos de España, como salir de tapeo o compartir la vida en la calle, que ahora aprecio más que nunca. Hasta el punto de que si me ponen pan y picos antes de empezar a pedir en un bar, lo echo de menos…”, concluye.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...