En algún momento de nuestra vida, buscamos cambios y exploramos nuevos horizontes, y a veces eso significa vivir en otro país. Este es el caso de Àlex Ginés, una chica de 23 años de Barcelona, que tras un viaje a Filipinas decidió dar un giro a su vida: “Me enamoré de la forma de vivir, de la sencillez, de la conexión con la naturaleza”, cuenta en una entrevista para La Vanguardia. Desde entonces supo que quería volver a Asia, pero no como turista, sino para vivir una temporada mientras teletrabaja.
Cada vez hay más jóvenes que priorizan el teletrabajo para conseguir un balance entre lo personal y lo profesional.
Vivir en una isla
Cambiar la rutina
En un principio pensabas que ciudades como Madrid eran tu sitio. ¿Qué te llevó a darte cuenta de que lo que buscabas estaba en una isla?
Creo que, en el fondo, todos sabemos lo que realmente deseamos, aunque a veces lo confundamos con lo que creemos que “deberíamos” querer. Madrid tiene una energía única: es frenética, llena de oportunidades y de ambición. Pero también puede ser muy egocéntrica, te empuja a tomar decisiones más desde la cabeza que desde el corazón. En una isla, todo cambia. El ritmo, las prioridades y los valores se transforman. Empiezas a poner el foco en otras cosas: un atardecer, una conversación con alguien que acabas de conocer, la calma de tener tiempo para ti. Es un entorno que te saca de tu zona de confort y te obliga a redescubrirte.
¿Cómo reaccionó tu jefe/a cuando le mencionaste la posibilidad de teletrabajar para irte a Malasia?
Mi jefa siempre ha confiado en mí y en mi potencial. Sabe que soy una persona muy comprometida con mi trabajo —de hecho, me cuesta desconectar o pedirme un día libre, incluso en mi cumpleaños—, así que cuando le conté mi decisión, se alegró. Le pareció una oportunidad increíble para mi crecimiento personal y profesional.
¿Y tus familiares y círculo más cercano?
Mis padres no lo llevan del todo bien, aunque lo entienden. Hemos hablado mucho del tema, pero siempre está esa pregunta: “¿Y cuándo volverás?”. Saben que tengo mis propias aspiraciones y que necesito volar del nido, pero eso no hace que sea más fácil. Están muy orgullosos de mi decisión y de mi valentía, pero a la vez sienten ese miedo tan natural de no poder protegerme. Solo tengo 23 años, y a veces yo también me siento pequeña para todo esto, pero creo que precisamente por eso tenía que hacerlo ahora.
¿Cómo es tu día a día allí? ¿Qué te está enseñando esta experiencia sobre ti que no conocías?
Me levanto sobre las 8:30, desayuno en alguna de mis cafeterías favoritas y paso la mañana en la playa, leyendo o simplemente disfrutando del mar. Al mediodía como en puestos locales - muy económicos y a mi parecer, buenísimos - y a las 15:00 h me conecto para trabajar, que equivale a las 9:00 de la mañana en Barcelona.
Trabajo media jornada, lo que me permite teletrabajar y mantener estabilidad y al acabar voy a ver el atardecer y ceno con los amigos que he hecho aquí. Es un equilibrio perfecto entre trabajo, bienestar y conexión humana que nunca había tenido. Esta experiencia me está enseñando que soy más autosuficiente de lo que creía, que puedo crear hogar en cualquier parte del mundo y que la felicidad está en los pequeños hábitos que te sostienen cada día.
Es un equilibrio perfecto entre trabajo, bienestar y conexión humana que nunca había tenido
¿Cuándo tomaste la decisión de dejar tu trabajo presencial para mudarte a Malasia, ¿cómo te sentiste?
Cuando finalmente tomé la decisión, sentí miedo, por supuesto, pero también una claridad absoluta: no quería esperar a tener “la edad correcta” para hacerlo. No volveré a tener 23 años, y hay experiencias que solo se viven plenamente cuando te lanzas. En Barcelona trabajaba muchísimo —llegué a tener tres empleos a la vez— y sabía que lo hacía por una razón: construir la vida que tengo ahora.
Normalmente en este tipo de sitios suele haber mucha gente de paso. ¿Cómo es vivir rodeada de este entorno?
Es una experiencia preciosa, pero también intensa. Conoces a gente increíble, compartes momentos muy profundos y, de repente, se van. Te encariñas rápido porque todo se vive de forma más acelerada. Al principio me costaba gestionarlo, pero con el tiempo entendí que forma parte del viaje.
De hecho, un día le dije a un amigo: “Siento que no quiero conocer a alguien, disfrutar de su compañía y encariñarme solo para que después se vaya y me quede con un vacío enorme”. Y él me respondió algo que me marcó: “Precisamente lo bonito está en eso, en disfrutarlo, sabiendo que no va a durar para siempre. Si creyéramos que va a durar indefinidamente, no lo valoraríamos igual”. Y tenía toda la razón. Y creo que ahí está la magia de este tipo de vida: en valorar cada vínculo, sabiendo que es efímero.
En Barcelona trabajaba muchísimo y sabía que lo hacía por una razón: construir la vida que tengo ahora
Vivir en un país como Malasia parece un sueño idílico para muchos. ¿Cuál es la otra cara de estar alejada de todo lo conocido?
Malasia tiene paisajes increíbles, pero no es un sueño idílico como muchos imaginan. Ningún lugar lo es. Es un país seguro en muchos aspectos —puedes dejar el casco o incluso las llaves de la moto puestas y nadie las toca—, pero también tiene su cara menos amable.
Como mujer viajando sola, el acoso callejero es algo que se percibe, y la barrera lingüística puede hacerte sentir aislada. Además, vivir en hostales compartidos durante meses te hace valorar cosas tan simples como tener tu propia habitación o una cama que sea solo tuya. Pero justo en esas incomodidades también está el aprendizaje. Te vuelves más adaptable, más paciente y descubres lo poco que realmente necesitas para estar bien.
¿Qué cosas aprecias más de España desde que vives lejos y qué te ha enseñado Malasia?
Desde que estoy lejos, me doy cuenta de lo mucho que damos por sentado en nuestro día a día. Echo de menos el idioma, la comida o abrazar a mi familia cuando llego a casa. Echo de menos la familiaridad, esa sensación de que todo te resulta conocido, desde las calles hasta los gestos de la gente. Cuando estás fuera, descubres que lo que más te ata a un lugar no es lo grande, sino los pequeños rituales de lo cotidiano.
Malasia, en cambio, me ha enseñado a vivir de otra forma. A bajar el ritmo, a observar, a escuchar y a estar verdaderamente presente. Aquí la vida va más despacio, y eso te obliga a hacerlo tú también. Viajar sola, trabajar a distancia, adaptarme a nuevas culturas y convivir con personas tan distintas a mí me ha hecho crecer muchísimo. Me ha enseñado a tener paciencia, a valorar los silencios y a disfrutar de lo que tengo justo delante, sin pensar constantemente en lo siguiente. Al final, España me ha dado las raíces, y Malasia me está enseñando a volar.
Àlex Ginés viajando por Asia.
¿Qué diferencias has notado entre la manera de vivir y trabajar en Malasia comparado con España?
Mi día a día aquí es completamente distinto. En España tenía una rutina muy estructurada y aquí me levanto sin prisas, más calmada y conectada con el presente. En cuanto al trabajo, en España vivimos con una cultura de la productividad constante, donde parece que si no estás haciendo algo útil todo el tiempo, estás “perdiendo el día”. Aquí he aprendido que descansar también es necesario, y que ser productiva no significa estar ocupada las 24 horas. Mi creatividad y mi rendimiento incluso han mejorado desde que tengo un ritmo más equilibrado.
Otra diferencia muy notable es el coste de vida. En Malasia todo es mucho más asequible: desde la gasolina hasta la comida o el alojamiento. Eso me ha hecho reflexionar mucho sobre cómo en España hemos normalizado pagar precios altísimos por cosas básicas. Obviamente, el contexto es diferente y los sueldos locales aquí son mucho más bajos, pero para alguien con un salario europeo, el contraste es enorme. Aquí aprendes a valorar el dinero de otra forma, a distinguir entre lo que necesitas y lo que estás acostumbrada a tener. Por eso, siento que en España vivía para trabajar, en Malasia, trabajo para vivir. Y esa diferencia, que parece pequeña, lo cambia absolutamente todo.
Todo el mundo se toma un momento para agradecer, para rezar y rendir homenaje a lo que consideran sagrado
¿Qué es lo que más echas de menos de España y qué es lo que más te ha aportado este país?
Echo de menos poder quedar con mis amigos, poder abrazar a mi familia, o simplemente caminar por calles que conozco de memoria. Cuando estás tan lejos, te das cuenta de que lo cotidiano era en realidad lo más valioso.
Creo que lo más bonito de todo esto es entender que no se trata de elegir entre un lugar u otro, sino de aprender de ambos. He aprendido a vivir con menos, valorar los silencios, los gestos y los tiempos lentos. También he ganado confianza en mí misma y en mi capacidad de resolver sola sin depender del entorno. Sobre todo, me ha hecho consciente del privilegio desde el que parto: si no trabajara en una empresa española y no tuviera la estabilidad que me da mi país, probablemente no podría costearme esta experiencia. España me dio las herramientas; Malasia me está enseñando a usarlas de otra manera.
Àlex Ginés viajando.
¿Hay alguna costumbre local que te ha sorprendido o hecho replantearte cosas que dabas por sentado en España?
Sí, al llegar a Malasia, me impactó descubrir que la mutilación genital femenina está permitida por ley y, en algunos casos, se anuncia abiertamente en clínicas. Fue un choque enorme, algo como siempre había visto lejano, se presentaba normalizado dentro de una cultura completamente distinta.
Más allá de ese tema tan duro, también hay costumbres que me han sorprendido en positivo, como el profundo respeto que se tiene por las tradiciones y las creencias. Aquí la espiritualidad está muy presente en la vida cotidiana, donde la gente se toma un momento para agradecer y rendir homenaje a lo sagrado. Me parece algo muy bonito y que, en cierto modo, hemos perdido un poco en Occidente. Esta experiencia me ha enseñado a observar sin juzgar, a comprender cada cultura en su contexto y a valorar lo que tengo, recordándome que cada país tiene luces y sombras y que siempre hay algo nuevo que aprender.
Vivir en Malasia es mucho más económico que en España. ¿Cómo manejas tu dinero?
Intento ser muy consciente de mis gastos y mantener un equilibrio entre responsabilidad y disfrute. Al final, esta es una experiencia que no se vive muchas veces en la vida, y quiero aprovecharla. Suelo alojarme en hostales asequibles, y siempre comparo precios antes de decidir. Si tengo que elegir entre una habitación compartida con cuatro personas por 16 € o una con ocho por 10 €, elijo la de ocho. Al principio piensas: “por 5 € más, da igual”, pero aquí aprendes que cada pequeña diferencia suma a final de mes. Lo mismo con la comida: evito restaurantes occidentales, no solo por el precio —que se dispara—, sino porque prefiero probar la comida local y apoyar a los negocios del lugar.
En general, Malasia me ha enseñado a valorar mucho más el dinero. A entender que no se trata solo de cuánto ganas, sino de cómo lo usas y de si lo inviertes en cosas que realmente suman a tu bienestar. No necesito grandes lujos: con un buen café, una playa tranquila y una rutina que me haga feliz, ya me siento rica.

