Tu historia
Españoles en el extranjero
En La Vanguardia queremos contar tu experiencia en otros países. ¿Te has mudado fuera de España porque tu trabajo está mejor valorado en el extranjero? ¿Has cruzado las fronteras por amor? Si has cambiado de vida lejos de casa, escríbenos a [email protected]
¿Te imaginas dejarlo todo —tu negocio, tu rutina, tu piso en Madrid— para empezar de cero en una isla remota de Indonesia? Cambiar el ruido de la ciudad por el sonido de las olas, las furgonetas por un saco de boxeo y los correos del trabajo por las risas de niños que antes pasaban las noches vendiendo pulseras en la calle.
Para Sancho Villaseca no es una fantasía ni un retiro espiritual improvisado, sino su nueva vida en Lombok, una isla vecina de Bali donde ha creado Little Warriors Project, un gimnasio solidario que financia clases gratuitas de boxeo para los pequeños del lugar.
Allí, entre arrozales, templos y playas salvajes, Sancho construye algo más que un espacio deportivo: levanta una segunda oportunidad para los niños y también para él mismo, después de darse cuenta de que no quería pasarse la vida “entre furgonetas”.
En esta entrevista con La Vanguardia, el madrileño cuenta cómo pasó de ser autónomo en España a emprendedor social en Indonesia, y cómo el boxeo se convirtió en su forma de devolverle algo al mundo.
Tenías una pequeña empresa de transporte en Madrid y habías conseguido independizarte. ¿Qué te llevó a dejarlo todo y marcharte de España?
La principal razón fue que no me veía hasta la jubilación entre furgonetas. No me llenaba, y aunque tenía mi negocio y vivía de ello, sentía que no era el camino que quería seguir. Vi que aún tenía tiempo y margen para maniobrar, y pensé: “Si no lo intento ahora, ¿cuándo?”. Quería buscar otra manera de vivir, no solo de sobrevivir. Así que decidí parar, mirar desde fuera y probar algo distinto antes de que la rutina me comiera del todo.
Poco a poco, han ido construyendo el proyecto desde cero, invirtiendo prácticamente todos sus ahorros
Aun así, trabajabas por tu cuenta y habías logrado vivir de ello. ¿Qué crees que está fallando en España para que incluso los jóvenes emprendedores se sientan tan ahogados?
Ahora que lo veo con perspectiva, me doy cuenta de que en España estás metido en una rueda de hámster. Crees que si no te va bien es culpa tuya, que no trabajas lo suficiente, pero el sistema no te lo pone fácil. Cuando me fui a Australia me sorprendió que ser autónomo allí es gratis hasta que facturas unos 20.000 dólares al año. En España, en cambio, arrancas el mes con 300 euros de cuota de autónomos, 400 de alquiler y más de 100 en la compra semanal. Empiezas en negativo. Luego paga el gimnasio, el teléfono, los seguros... Y claro, así es imposible despegar.
Quería buscar otra manera de vivir, no solo de sobrevivir
Tu idea inicial era irte a Australia para ganar dinero y mejorar el inglés. ¿Qué fue lo que encontraste allí que te cambió la perspectiva?
Yo soy emprendedor de alma, así que me fui con la idea de mejorar el idioma, ganar dinero y observar cómo funcionan las cosas fuera. Tenía curiosidad por saber qué hacía tan bien Australia para que tantos españoles quisieran ir allí. Fui con ese radar puesto, viendo oportunidades, aprendiendo de su forma de trabajar y de cómo apoyan al pequeño negocio. Y aunque al final mi proyecto acabó naciendo en otro país, ese tiempo me sirvió para entender que hay muchas maneras distintas de construir una vida y un negocio.
Allí trabajaste incluso en un matadero. ¿Qué te enseñó esa experiencia?
Fue una experiencia durísima, pero me marcó. Estuve en una ciudad pequeña del este de Australia, perdida, con muy pocos recursos. Dormíamos en una tienda de campaña frente al matadero porque era lo único que había. El olor, el trabajo físico, el calor… todo era extremo. Pero me enseñó lo que es la resiliencia y el respeto por uno mismo. Vi a gente que llevaba 30 o 40 años haciendo lo mismo, sin levantar la mirada. Eso me dio miedo, la idea de convertirme en un número más. Entendí lo peligroso que puede ser acomodarte. Esa etapa me reforzó mucho mentalmente, y me dejó claro que no quería una vida así.
En la cuenta de Instagram @littlewarriors_project comparten todo el proceso
¿Lograste ahorrar en esa etapa?
Sí, porque trabajé muchísimo. Hacía entre 60 y 65 horas a la semana: 45 en el matadero y el resto en un hotel, arreglando cosas. Vivía con lo justo, sin lujos, y eso me permitió ahorrar unos 2.000 euros al mes. Pero también te digo: se sobrevalora un poco el sueldo australiano. Sí, ganas dinero, pero a costa de tu tiempo y tu salud. Yo vivía en una tienda de campaña y trabajaba seis días a la semana. Así que sí, ahorré, pero a base de sacrificio y vida austera. No es todo tan idílico como se cuenta.
¿Cómo surge tu conexión con Indonesia y el proyecto que estás levantando allí?
Llevaba un año sin ver a mi familia, y decidimos reencontrarnos en Indonesia porque estaba más o menos a medio camino entre España y Australia. Justo antes de ir, un amigo de allí —que hoy es mi socio— me comentó que había inversores españoles en la zona y que podía ser una buena oportunidad. Yo siempre voy con el radar emprendedor encendido, y cuando llegué a la isla lo vi claro. Hay un montón de potencial, oportunidades reales y gente con ganas de hacer cosas. Así que me dije: “tengo el tiempo, el dinero ahorrado y la energía; si no lo hago ahora, no lo haré nunca”.
‘Little Warriors’ nació de eso: de querer que sean niños, que se rían, que suden entrenando y no tengan que pasar las noches vendiendo cosas
Pero no te convencía la forma en la que muchos extranjeros invertían en la isla. ¿Qué querías hacer tú diferente?
Exacto. Veía a muchos extranjeros llegar solo con la idea de ganar dinero y marcharse. Y oye, lo respeto, pero no es lo que yo quería para mí. Si un lugar te da tanto, lo mínimo es devolver algo. Yo no quería solo llenar mi bolsillo, sino crear algo que aportara valor y que ayudara a la gente que me rodea. De ahí nació la idea del gimnasio solidario.
Junto a su socio, han logrado poner en marcha una iniciativa tan bonita como solidaria
Así nace Little Warriors Project. ¿Qué es exactamente?
Es un gimnasio de boxeo y entrenamiento funcional. Lo especial es que combina las clases de pago para turistas y residentes con sesiones gratuitas para los niños locales. No tengo recursos para montar un gimnasio solo para ellos, así que la idea es que una parte de lo que pagan los adultos sirva para financiar su entrenamiento. El boxeo es una herramienta increíble: te enseña disciplina, coordinación, te ayuda a liberar estrés y a cuidarte. Y, en este caso, también sirve para dar una oportunidad real a esos niños.
¿Cómo es la vida de esos niños?
Dura. Salen del colegio al mediodía y sus padres les ponen un tablón de madera con pulseras para vender. Los ves de noche, con nueve o diez años, dormidos sobre una moto mientras esperan a que los recojan. Te parte el alma. Entiendo que hay necesidad, pero me dolía verlos así. Little Warriors nació de eso: de querer que sean niños, que se rían, que suden entrenando y no tengan que pasar las noches vendiendo cosas. El deporte les da energía, valores y, sobre todo, una vía distinta. Algunos quizá descubran una pasión, otros simplemente un espacio seguro, pero todos se llevan algo.
Llegamos con lo justo, preguntando por la calle si alguien nos ayudaba a encontrar un local, y la gente nos abrió las puertas
¿Y cómo se financia todo el proyecto?
Los turistas o expatriados pagan su cuota mensual y una parte se destina a los niños: material deportivo, camisetas, incluso la posibilidad de pagarles estudios si alguno destaca. Además, tenemos merchandising y un GoFundMe para quien quiera colaborar desde fuera. Cada camiseta, cada pequeña donación suma. Todo se reinvierte en ellos.
Sancho quiere que los niños vuelvan a ser precisamente eso, “niños”
¿En qué punto estáis ahora?
Tenemos el local y estamos en plena obra. Ya pusimos el suelo y ahora estamos con los vestuarios y la ventilación. Todo lo estamos financiando mi socio Iván y yo con nuestros ahorros. Estoy incluso vendiendo mi coche de Australia para poder continuar. Decimos que “quemamos los barcos”, porque literalmente lo hemos apostado todo a esto. Y aunque cuesta, sentimos que merece la pena.
¿Te está resultando complicado emprender en Indonesia?
Tiene sus retos. La burocracia es tremenda y todos los documentos están en indonesio, así que ChatGPT se ha convertido en mi mejor amigo. Pero culturalmente estoy muy agradecido. Llegamos con lo justo, preguntando por la calle si alguien nos ayudaba a encontrar un local, y la gente nos abrió las puertas. Nos han echado una mano desde el primer día. Han hecho piña con nosotros y eso vale oro.
No estoy sacrificando todo para venir aquí y fallar
En redes se ve que estás documentando todo el proceso. ¿Buscas inspirar o crear una comunidad?
Ambas cosas. Me llena cuando alguien me escribe diciendo “me inspiras”, porque siento que algo de lo que hago sirve a otros. Pero también quiero crear comunidad: reunir a gente con mentalidad emprendedora, empática, que vea que se puede ayudar sin cambiar el mundo entero. Pequeños pasos, pero firmes. Creo que esa es la manera.
¿Te imaginas volviendo a España algún día?
Soy muy familiar, y sé que me estoy perdiendo cosas importantes: los últimos años de mi abuelo, los mejores de mis hermanos... Pero no estoy sacrificando todo eso para venir aquí y fallar. Este proyecto me da fuerza. A largo plazo me encantaría que Little Warriors se convirtiera en una cadena de gimnasios en zonas con necesidad, y ojalá poder abrir uno en Madrid algún día. Así cerraría el círculo: devolver lo aprendido y estar más cerca de los míos.
