Alejandro Úriz, guía español y pescador submarino, 41 años: “Dejé el Mediterráneo para vivir en las islas más salvajes de Panamá, rodeado de tiburones y comunidades que me enseñaron lo que significa empezar de cero”
Españoles por el mundo
Desde las islas más salvajes de Panamá, impulsa proyectos de turismo responsable y educación ambiental para proteger un océano desgraciadamente invadido por plásticos
Alejandro ha hecho de su hobby una forma de vida, en uno de los países más bonitos y aún desconocidos por el mundo
Tu historia
Españoles en el extranjero
En La Vanguardia queremos contar tu experiencia en otros países. ¿Te has mudado fuera de España porque tu trabajo está mejor valorado en el extranjero? ¿Has cruzado las fronteras por amor? Si has cambiado de vida lejos de casa, escríbenos a tuhistoria@lavanguardia.es
¿Te imaginas cambiar los yates de Ibiza por una cabaña perdida entre tiburones y comunidades indígenas? Eso fue lo que hizo Alejandro Uriz, un guía y pescador submarino catalán que un día decidió dejar atrás la vida en las Baleares para instalarse en las islas más remotas de Panamá.
Lo que empezó como un viaje de exploración acabó convirtiéndose en un proyecto de vida: limpiar playas invadidas por el plástico, ayudar a comunidades y enseñar a los turistas que la aventura puede ser también una forma de respeto. Desde entonces, Alejandro vive entre selvas, arrecifes y aldeas sin electricidad, organizando expediciones para viajeros que buscan lo auténtico y luchando para proteger un ecosistema al borde del colapso.
En esta entrevista con La Vanguardia, el aventurero español relata cómo el mar, la soledad y la voluntad de hacer las cosas de otra manera lo llevaron a convertirse en el “guardián” de las islas perdidas de Panamá.
El inicio de la aventura
Un cambio radical
Pasa de organizar excursiones de lujo en Ibiza a convertirse en el “guardián” de las islas perdidas de Panamá. ¿Cómo se produce ese salto?
Fue un cambio natural. En Ibiza llevaba años viendo cómo todo se volvía más caro, más competitivo y menos humano. Me encanta el mar, la pesca y la aventura, así que empecé a viajar buscando un lugar donde pudiera vivir de eso: estuve en México, Tailandia, Chile, Brasil… hasta que un amigo me habló de Panamá. La primera vez que fui, en 2016, me enamoré del país. Desde entonces he ido y vuelto muchas veces, hasta el punto de que ahora paso allí la mayor parte del tiempo. Cada viaje me abre nuevas puertas, nuevos proyectos… y siempre termino regresando.
Alejandro es pescador submarino y dedica su vida a ello
¿Qué fue lo que le enamoró de Panamá?
Su naturaleza salvaje. Allí puedo bucear entre tiburones, ver ballenas, pescar, recorrer selvas o convivir con comunidades que nunca han visto a un europeo. En Formentera no ves tanta fauna. En Panamá, cada día es una aventura. Además, la gente me acoge como si fuera uno más. He aprendido mucho de ellos, de su forma sencilla de vivir, sin estrés ni prisas.
La contaminación es muy dura. Los niños tiran envoltorios al suelo porque nadie les ha enseñado otra cosa
Ha llegado incluso a hacerse responsable de islas enteras. ¿Qué significa eso exactamente?
Literalmente, cuidarlas. Una de las primeras fue Isla Mogo Mogo, en el archipiélago de Las Perlas. Un matrimonio suizo-venezolano la había comprado sin tener conocimientos sobre la gestión de una isla. Fui de los primeros europeos que pisó la isla después de ellos y acabé ayudando a construir las primeras cabañas. Al año siguiente me pidieron que la gestionara: estaba a cargo de los trabajadores, de las excursiones, del mantenimiento… hasta que tuve un accidente grave. Una herida se me infectó y estuve a punto de perder la pierna. Me salvaron en un hospital de Panamá y, desde entonces, entendí que allí nada es un juego: la belleza es extrema, pero también los riesgos.
Aun así, sigue volviendo una y otra vez. ¿Qué tiene ese lugar para usted?
Panamá tiene algo magnético. Es como volver a los orígenes: naturaleza pura, selva, océano y libertad. Allí he encontrado el equilibrio entre trabajar, vivir aventuras y sentirme útil. No voy de turista: participo en la vida local, pesco con ellos, vendo mis capturas, limpio playas, educo a los niños sobre cómo cuidar el mar… Me hace sentir que lo que hago tiene sentido.
En su aventura, el español ha conocido una gran variedad de gente con la que ha entablado gran amistad, como Atilio y su familia, guías locales en la selva del Darien
Hábleme del proyecto Green Panamá Explorer. ¿Qué es exactamente?
Es mi forma de conectar viajeros con experiencias reales. Cuando una pareja o un grupo quiere conocer el país, yo les organizo todo: alojamiento, transporte, guía local, actividades… sin intermediarios ni engaños. Les explico cómo moverse, qué precauciones tomar, y sobre todo cómo respetar a las comunidades y al entorno. No es una agencia tradicional: es un proyecto personal para mostrar la Panamá auténtica, desde las islas de San Blas hasta la selva del Darién.
Ha mencionado que también se dedica a limpiar el mar. ¿Cómo es la situación real de la contaminación allí?
Dura. En las islas de Guna Yala, que son paradisíacas, el plástico lo invade todo. Los niños tiran envoltorios al suelo porque nadie les ha enseñado otra cosa. Las corrientes arrastran basura desde Nicaragua, Colombia o Costa Rica. Puedes caminar por playas cubiertas de botellas y bolsas. Yo he limpiado islas enteras, he cargado sacos de residuos en lanchas para llevarlos a la ciudad. Pero sin educación no sirve de nada. Mi idea es crear una fundación para trabajar con las comunidades locales y enseñarles que el turismo sostenible puede darles un futuro mejor.
El día a día
Trabajar con comunidades indígenas
Convive con comunidades indígenas muy aisladas. ¿Cómo es su día a día?
Maravilloso y durísimo a la vez. En la comunidad emberá de Alto Playón, por ejemplo, no hay ni enfermería ni carreteras. Viven con lo justo, pero con una paz que aquí hemos perdido. Te ofrecen su comida, te abren su casa y te enseñan a vivir con lo esencial: cangrejo, iguana, coco… Yo intento ayudarles llevando medicinas o material básico, pero también motivándoles a quedarse, a valorar lo que tienen. A veces sueñan con irse a la ciudad, y yo les digo: “Esto que tenéis aquí vale más que cualquier piso en Panamá capital”.
En su estancia, ha logrado pescar algunos de los peces más espectaculares del planeta
También promueve el turismo comunitario con ellos, ¿no?
Sí. Les enseño a crear rutas de senderismo, a organizar excursiones o a ofrecer su cultura de forma respetuosa. Tengo una pareja española que viajará pronto allí: convivirán con los emberá, navegarán por el río Chucunaque, verán cocodrilos, dormirán en chozas y compartirán su gastronomía. Todo el dinero se queda en la comunidad. Las mujeres, por ejemplo, se visten con sus trajes tradicionales y bailan sus danzas ancestrales; los visitantes lo viven como algo único, no como un espectáculo.
Viven con lo justo, pero con una paz que aquí hemos perdido
¿Cómo se lleva trabajar en lugares tan remotos y a veces peligrosos?
Con respeto y cabeza. En Panamá hay zonas sin ley, piratería, fauna salvaje… Yo he vivido de todo: ataques de tiburones, mordeduras de animales, intentos de robo por parte de piratas, infecciones graves. Pero también he aprendido a protegerme. Duermo en barcos, acampo solo, siempre llevo iluminación, trampas, y conozco los códigos del mar. No soy un loco, simplemente sé a lo que voy. Si quieres vivir entre selvas y tiburones, tienes que aceptar el riesgo.
¿Alguna vez ha sentido miedo de verdad?
Sí. Una vez un tiburón limón (Negaprion Brevirostris) me rodeó mientras pescaba y tuve que defenderme con el arpón. Otra, dos tiburones toro (Carcharhinus leucas) me arrinconaron contra un arrecife y lo pasé muy mal. Estuve semanas sin poder volver al agua. Pero el miedo también te enseña a respetar. Hoy sé leer el comportamiento de los animales, las mareas, las corrientes. Y gracias a eso puedo ofrecer experiencias seguras a otros.
Los parajes a los que tiene acceso cada día son sencillamente espectaculares
El lujo no siempre está en un resort, sino en ver nacer una tortuga, en compartir una comida con una familia indígena o en escuchar el mar al anochecer
¿Cómo ve el futuro del turismo en Panamá?
Está a punto de explotar. Las islas que hace diez años eran vírgenes ahora empiezan a desarrollarse. Panamá tiene todo lo que buscan los viajeros: naturaleza, seguridad, clima y autenticidad. Quiero estar allí cuando llegue ese boom, pero desde dentro, ayudando a que se haga bien, sin destruir lo que lo hace único.
¿Y hasta cuándo se ve viviendo así, entre islas y selvas?
Llevo más de una década viviendo como nómada, pero siento que Panamá es mi lugar. Tal vez dentro de diez años me canse de tanta aventura y empiece a trabajar desde España, enviando grupos y trabajando desde la distancia, pero de momento no lo cambio por nada. Allí tengo mi casa, mis amigos y mi propósito. Quiero seguir buceando, enseñando, pescando y cuidando ese pequeño paraíso.
En Panamá, el español ha encontrado un lugar y una nueva forma de vida
¿Qué le gustaría que la gente entendiera al leer esta entrevista?
Que aún existen lugares donde se puede vivir con lo justo y ser feliz. Que el lujo no siempre está en un resort, sino en ver nacer una tortuga, en compartir una comida con una familia indígena o en escuchar el mar al anochecer. Y que proteger esos lugares no es un capricho: es una obligación.