Gorka Dapía, bailarín profesional en Turquía 21 años: “Es un contraste brutal porque sales y ves pobreza, niños sin colegio, gallinas, cabras… y luego entras a un hotel con villas de 25.000 euros la noche”
Españoles por el mundo
Sin apenas oportunidades en España, el bailarín Gorka Dapía encontró fuera del país la estabilidad que el arte aún no garantiza en casa
Gorka asegura que su sueño es poder vivir del baile en España, y sigue luchando por lograrlo algún día
Tener que emigrar a un país con una cultura y unas formas de vida completamente distintas a las tuyas porque en el tuyo es imposible dedicarte a lo que más te gusta es algo que mucha gente se ha visto obligada a experimentar, especialmente en los últimos años. España es uno de los mejores países del mundo por su gente, su clima, sus valores y su gastronomía. Sin embargo, no ofrece las oportunidades laborales necesarias para que quienes se forman aquí puedan quedarse, no porque no quieran, sino porque a menudo no pueden.
Aunque las oportunidades laborales cuestan de encontrar, ya no tanto por su falta, que también, sino porque sean dignas y acordes a una formación que requiere años de esfuerzo y dinero, esto es especialmente visible en el mundo del arte, donde vivir de ello en España se ha convertido en un privilegio reservado a unos pocos.
El español Gorka Dapía lo sabe bien. Desde pequeño, tenía claro que quería dedicarse al baile - tanto, que empezó a bailar con tan solo cuatro años - pero aunque le apasionaba, creía que jamás podría hacerlo de manera digna. Se planteó estudiar idiomas para ser azafato, hasta que su madre le frenó. “Me dijo que dejara de hacer el tonto, que apostara por mí y que si quería más adelante ya estudiaría otra cosa. Ahí pensé: vale, puedo hacerlo”. Y lo hizo. Se fue a Madrid a estudiar danza y, desde ese momento, no volvió a mirar atrás.
Su historia
El golpe de realidad
La ilusión pronto se chocó con la realidad. Cuando terminó de estudiar e intentó vivir del arte en España, justo después del COVID, todo estaba paralizado. “Veía a mis amigos despegar y pensaba: ‘¿Qué hago mal para no conseguir trabajo?’”. Vivía con Ana de Alba —hoy una de las directoras de cine más jóvenes del país— y con el cantante Quique Niza. Ellos empezaban a abrirse camino mientras él sentía que el suyo se cerraba. Hasta que decidió mandar currículums fuera. Uno fue a Grecia, por probar. Le llamaron. Y se fue.
En ocasiones ha tenido que cambiar su forma de vestir para evitar miradas y comentarios
“Fue una mezcla entre necesidad y ganas de probar suerte. Si aquí no me daban oportunidades, tenía que buscarlas fuera”, recuerda. Esa decisión marcaría el comienzo de una nueva etapa que lo llevaría a París, Grecia y Turquía, tres países muy distintos que lo transformaron tanto artística como personalmente.
Su historia
Aprender del camino
De París se llevó la disciplina y la inmediatez: “Allí me enseñaron a aprender algo en el momento y salir al escenario esa misma noche. Perdí el miedo y entendí que sí se puede vivir del arte”. Grecia, en cambio, le mostró lo que no se debe permitir: jornadas interminables, jefes xenófobos y condiciones injustas. “Aprendí a no aceptar cualquier trato, a cuidar a mis compañeros y a no dejar que me pisaran”.
Turquía, donde reside ahora, ha sido un máster en todos los sentidos, como él mismo lo describe. A nivel artístico, ha incorporado nuevas técnicas: partnering y freestyle. A nivel personal, ha aprendido a mantenerse firme. “Es un país con mucha homofobia y misoginia. He visto injusticias y he tenido que decidir cuándo callar y cuándo plantarme. Llegó un punto en el que dije: ‘A mí pisar no me pisas’”.
Su historia
El peso de la identidad
Ser artista ya implica exponerse, pero hacerlo siendo una persona queer en un país conservador multiplica la dificultad. “Aquí confunden ser bailarín con ser animador, y si además eres mujer o persona queer, cuesta el doble”. Gorka confiesa haber sufrido comentarios y actitudes homófobas, incluso de superiores. A veces, explica, incluso ha tenido que cambiar su forma de vestir por miedo, aunque no debería ser así. “Un día me cansé y salí con tacones, como hago en Madrid. Fue agotador sentir todas las miradas encima”.
Aunque sabe que tiene privilegios, “porque socialmente se me ve como un hombre cis y blanco”, también sabe que el miedo y el juicio no entienden de matices. “He escuchado a jefes decir ‘odio a los gays’ y he notado cómo me trataban distinto por ser más femenino. Son gestos pequeños, pero constantes”.
En Turquía ha hecho grandes amistades que le acompañan en su camino
Aun así, no se victimiza. “Intento relativizar. Sé que hay gente que lo tiene peor, pero eso no significa que debamos callarnos. Todos tenemos que seguir luchando por sentirnos seguros siendo quienes somos”.
Su historia
Un contraste brutal
Hoy, Gorka vive exclusivamente del baile. Trabaja en un resort de lujo en Antalya donde, este mismo año, actuó Jennifer Lopez. “Es un contraste brutal: sales y ves pobreza, niños sin colegio, gallinas, cabras… y luego entras en un hotel con villas de 25.000 euros la noche”. Pero más allá del lujo y la desigualdad, le fascina el cariño con el que allí tratan a los animales. “Es lo más bonito del país. Los gatos son intocables. Los cuidan con una ternura increíble”.
Su historia
Soñar con volver
A pesar de haber encontrado estabilidad fuera, España sigue siendo su punto de referencia. “La semana que viene vuelvo a intentarlo”, dice. “Pero sé que seguramente acabaré marchándome otra vez, porque la situación sigue muy complicada, sobre todo por la vivienda. Aun así, España me parece el mejor país del mundo. Tiene defectos, sí, pero también una energía que no he encontrado en ningún otro sitio”.
El baile es su pasión y quiere lograr vivir de ello en su país, España, el cual considera “el mejor del mundo”
Por eso, le gustaría poder vivir de su arte en su tierra, sin tener que renunciar a un alquiler o a un salario digno, pero por el momento ha visto que es imposible. “En Francia hay ayudas, subvenciones y respeto por la cultura. En España, en cambio, se gasta dinero en cosas absurdas mientras el arte, que consumimos todos los días, apenas se apoya”.
Su historia
Seguir bailando
Gorka asegura que si hoy pudiera hablar con su ‘yo’ de 18 años, le diría que siga adelante, que no tenga miedo. “Todo lo que he vivido lo volvería a vivir, porque me ha hecho crecer artística, mental y personalmente. Incluso lo malo te enseña algo”.
Y aunque la distancia, el cansancio o la incertidumbre lo acompañen a veces, su brújula sigue siendo la misma que tenía con cuatro años: el arte. Porque para él, bailar no es solo un trabajo, sino una forma de resistir. “Este mundo es difícil, pero también precioso”, dice. Y sonríe, porque, pese a todo, sigue creyendo que algún día podrá hacerlo también en casa.