“Sobreviví gracias a pedir sobras en la cafetería de Naciones Unidas”: Marc Gené, de fregar platos en Australia a gestionar proyectos internacionales en Ámsterdam
Españoles en el extranjero
Tras encadenar decenas de empleos precarios y trabajar hasta olvidar incluso lo que es tener vida social, a sus 29 años Marc ha logrado por fin trabajar en el sector al que llevaba años intentando acceder
Marc Gené ha tenido que luchar durante muchos años para acabar en el lugar en el que siempre quiso estar
Tu historia
Españoles en el extranjero
En Guayana Guardian queremos contar tu experiencia en otros países. ¿Te has mudado fuera de España porque tu trabajo está mejor valorado en el extranjero? ¿Has cruzado las fronteras por amor? Si has cambiado de vida lejos de casa, escríbenos a tuhistoria@guyanaguardian.es
Hay decisiones que no nacen tan solo de la valentía, sino principalmente del cansancio de ver cómo los días se repiten y de sentir que hagas lo que hagas siempre acabas en el mismo punto. Para Marc Gené, ese punto estaba en un barrio humilde de Barcelona, trabajando desde adolescente para ayudar en casa y estudiando a contrarreloj para no quedarse atrás. Creció con la sensación de que la vida le tenía preparadas cosas mayores en otra parte, lejos de los turnos partidos y de las oportunidades que nunca terminaban de llegar.
Por eso, a los 18 años decidió probar suerte en el lugar más lejano que encontró en el mapa. Australia apareció como un sitio que, a priori, le ofrecía todo lo que él buscaba: surf, sol, inglés y un futuro que podía construirse desde cero, pero la realidad fue muy distinta. Allí se encontró con explotación laboral, soledad, discriminación y la certeza, demasiado precoz, de que salir del país no siempre significa triunfar. Pero Marc no quiso darse por vencido: volvió, se fue a Estados Unidos, trabajó de todo, estudió mientras hacía 60 horas semanales y comía las sobras en la cafetería de Naciones Unidas para poder sobrevivir en Ginebra y se negó a rendirse incluso cuando todo estaba en su contra.
Hoy, con 29 años, vive en Ámsterdam y trabaja como Program Officer en una organización internacional dedicada al salario digno. Ha encontrado estabilidad, propósito y una forma de transformar en trabajo todo aquello que sufrió. Su historia no trata de éxito, sino de la importancia de insistir y resistir, incluso cuando todo aquello por lo que llevas luchando años se tambalea. Así lo cuenta en Guayana Guardian.
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Un inicio convulso
¿Por qué decidiste marcharte de España tan joven y poner rumbo a Australia?
Vengo de un entorno muy humilde, familia monoparental, y llevo trabajando desde los 16 años. Mientras hacía Bachillerato trabajaba y me di cuenta de que lo que ganaba no me llevaba a ningún lado. Siempre había pensado que la vida era más grande que mi barrio, y además era muy skater y tenía relación con gente del mundo del surf.
Todo eso se mezcló y pensé: “Si voy a trabajar en un restaurante por un sueldo mínimo, puedo hacerlo en cualquier parte del mundo mientras aprendo inglés”. Al final elegí Australia por el buen tiempo, el surf y porque allí muchas academias te vendían ese “sueño surfero”.
En su etapa en Australia, descubrió que no es oro todo lo que allí reluce
¿Cómo fue la llegada con solo 18 años? ¿Qué te encontraste realmente allí?
Durísimo. Cuando llegué me dijeron que era la persona más joven que habían tenido nunca. Las empresas que te gestionan los trámites asumen que tienes 20 y pico, no 18, y nadie sabía muy bien cómo acompañarme. Me encontré con un aislamiento social importante y con explotación laboral: cobraba unos 12 dólares la hora cuando el mínimo real eran 16. Trabajaba muchísimo, fregando platos, y nadie me explicó qué leyes me protegían o qué podía exigir. Fue un choque enorme.
¿Sufriste algún tipo de discriminación allí por ser español y tan joven?
Sí, bastante. En Australia se asociaba mucho a los españoles con los “latinos”, y eso generaba discriminación laboral. Al volver a España no sufrí lo mismo, pero sí algo curioso: como venía de Australia y hablaba inglés, algunos pensaban que era “el australiano” y que venía de una familia acomodada, cuando no era así en absoluto. Incluso hubo bromas por mi inglés. Fue raro y chocante.
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Estados Unidos y mucho trabajo combinadio
Después de volver a España te fuiste a Estados Unidos como monitor de skate. ¿Cómo fue esa experiencia?
Era precario, pero ganaba más que en España. En EE.UU. Me pagaban vuelo, alojamiento y comida, y cobraba unos 200 dólares semanales limpios. En tres meses podía volver con más de 3.000 dólares. El sistema es “gris”: te pagan poco porque se supone que vas a formarte, pero para mí fue una oportunidad. Además, mejoré mucho el inglés y conocí a europeos que luego marcaron mi camino hacia Ámsterdam.
¿Qué crees que falla en España para que tantos jóvenes cualificados se marchen?
En mi caso fueron dos factores que se combinaron y que creo que afectan a muchos jóvenes. Por un lado, la precariedad juvenil y el elevado paro hacen muy difícil construir una vida estable, incluso después de estudiar y esforzarte. Y, por otro, el sector del desarrollo, la ayuda humanitaria y las relaciones internacionales está muy atrasado en España respecto al resto de Europa: apenas hay instituciones fuertes, las ofertas son de sueldo base y las oportunidades reales están fuera. Esa mezcla de falta de futuro y de un sector poco desarrollado fue lo que me llevó a mirar hacia otros países.
Marc en una sesión sobre salario digno en Utrecht
Estudiaste Relaciones Internacionales online en la UOC mientras trabajabas 40–60 horas. ¿Cómo viviste esa etapa?
Fue durísimo. Tenía que estudiar online porque no podía permitirme otra cosa: pagaba habitación, estudios y trabajaba muchísimo. Era un esfuerzo constante para luego acabar en trabajos de 1.200 euros al mes. Era devastador sentir que el esfuerzo no se traducía en oportunidades.
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Las prácticas en Naciones Unidas… no remunearadas
Luego hiciste un máster en Ámsterdam. ¿Por qué elegiste Holanda?
Por supervivencia, literalmente. Utrecht quizá era mejor universidad para lo mío, pero Ámsterdam ofrecía mejores oportunidades laborales. Estudiar allí costaba unos 2.000 euros al año y el gobierno me daba 200 euros mensuales, transporte gratuito y ayudas institucionales. Fue chocante ver cómo otro país me apoyaba más que el mío propio.
¿Pudiste trabajar mientras estudiabas allí?
Sí, esa fue la revolución. Podía trabajar 20 horas semanales y estudiar a tiempo completo. Por primera vez en mi vida tenía tiempo para tener amigos, salir a un bar… Eso no lo había vivido hasta los 24 años.
Tras todo ese camino, consigues prácticas en Naciones Unidas. ¿Qué supuso para ti?
Fue un sueño y un golpe. Pasé entrevistas, exámenes… y cuando me seleccionaron descubrí que las prácticas no eran remuneradas. Y era en Ginebra, una de las ciudades más caras del mundo.
Fuera de España, nadie te trata con más cariño que otros españoles
Recuerdo mi primer día, viendo una docena de huevos a 12 francos, casi 15 euros, y entrando en pánico. Sobreviví gracias a pedir sobras en la cafetería de Naciones Unidas, comiendo rapidísimo para poder repetir y guardar comida para cenar. Fue muy duro emocionalmente.
Marc en una reunión en Santa Marta, Colombia, sobre salario digno en el sector bananero
¿Crees que Naciones Unidas fomenta, sin quererlo, un elitismo social?
Sí, 100%. Los practicantes suelen ser jóvenes con varios másteres, de familias con dinero, gente que puede permitirse vivir en Ginebra sin cobrar. Y es muy contradictorio: hablas de pobreza, derechos humanos y vulnerabilidad… mientras tú mismo estás viviendo precariedad. De 30–50 personas que conocí, solo una consiguió entrar después con contrato. Es un sistema cerradísimo.
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Muchos años de trabajo para acabar consiguiendo su objetivo
Tras volver, pasas otro año y medio buscando trabajo en Ámsterdam. ¿Cómo sales de ese bucle?
Aplicando a 500 trabajos, literalmente. Al final conseguí prácticas en IDH, una ONG holandesa especializada en salario digno y derechos humanos en cadenas de suministro. Ahí sí pude brillar. Después me renovaron, incluso cuando estaban despidiendo a un tercio de la plantilla por recortes internacionales. Por fin sentí que recogía los frutos de tantos años.
¿Cómo son los sueldos en tu sector y cómo se vive con ellos en Ámsterdam?
El sector paga salarios más modestos porque se basa en la vocación. Mi primer sueldo fue de unos 3.000 y pico euros al mes, algo que para mí era inimaginable. En Ámsterdam se vive bien con ese dinero, pero el gran problema es la vivienda: habitaciones por 800 euros, pisos por 1.500 o 2.000. Yo tengo hipoteca y alquilo una habitación, así que puedo vivir con estabilidad.
¿Existe progresión laboral real allí?
Muchísima. El paro es del 3–4%, así que el poder lo tiene el trabajador. Si en un año o año y medio no asciendes, te cambias de empresa, y es normal. Mi sueldo puede doblarse en 5–10 años. En España, eso ni se contempla.
En Ámsterdam ha encontrado su hogar, y el lugar donde quiere estar
¿Qué tendría que cambiar en España para que pudieras volver?
El sector del desarrollo tendría que crecer y profesionalizarse. Y los salarios tendrían que ser competitivos respecto a Europa. Lo veo poco probable en mi vida, quizá mis nietos lo vean. Mucha gente española de mi sector trabaja en remoto desde España para ONG internacionales. Eso quizá sea mi camino futuro.
¿Qué consejo darías a los jóvenes que están pensando marcharse?
La clave es la gente, el entorno. Rodéate de buenas personas, de quienes valoran lo que tienen y comparten oportunidades. No te encierres: ve a intercambios de idiomas, eventos, cafeterías, habla con desconocidos. Y aprende el idioma antes de ir: sin eso, la experiencia cambia por completo. Y un consejo muy español: fuera de España, nadie te trata con más cariño que otros españoles.