Ni pereza ni falta de voluntad: nuestras emociones son las responsables de la tendencia a postergar

Entender la procrastinación como un reflejo de nuestras emociones y no solo como una falta de disciplina permite abordarla de manera más efectiva

La psicóloga Patricia Ramírez da la clave para tomar las decisiones correctas y seguir con tus propósitos saludables: “No hacerlo te tira dos pasos atrás”

Patri Psicóloga

Durante mucho tiempo se ha pensado que postergar era consecuencia de la falta de compromiso o responsabilidad

Hay tareas que llevan días en la lista de pendientes, compromisos que se posponen sin una razón aparente y objetivos personales que se dejan para otro momento. Lejos de ser simple falta de voluntad o desorganización, este patrón de conducta tiene una explicación mucho más seria. 

La procrastinación no es solo una cuestión de hábitos, sino una respuesta emocional que ofrece alivio inmediato, aunque a largo plazo se convierta en un obstáculo. Entender qué nos lleva a postergar puede marcar la diferencia entre estancarse o avanzar.

Alivio momentáneo

El papel de las emociones en la procastinación

Cuando se pospone una tarea, el alivio que se experimenta en ese momento refuerza la decisión. “Automáticamente tú te alivias, y ese alivio refuerza, ¿no? La la decisión que has tomado, uf, qué bien, menos mal, ya lo haré mañana”, explica Patri Psicóloga en una conversación con Anne Igartiburu. 

Esa sensación agradable crea un patrón que lleva a repetir la conducta cada vez con mayor frecuencia. Lo que en un principio parece una estrategia para reducir el malestar se convierte en un ciclo del que cuesta salir.

Además, postergar una tarea no siempre es negativo. En ocasiones, puede ser una señal de que algo no encaja o de que la decisión que hay que tomar genera inseguridad. “Cuando postergamos, yo creo que tenemos que hacernos varias preguntas, porque postergar también da información”, señala Patri. Identificar el motivo detrás de la procrastinación puede ayudar a entender si se trata de una simple evitación o si, en realidad, hay una razón más importante detrás de esa resistencia.

No es lo mismo retrasar una actividad por miedo al fracaso que hacerlo porque realmente no se está preparado para afrontarla. Hay decisiones que implican cierto grado de riesgo, y en esos casos, aplazarlas puede ser un mecanismo de defensa. “Y hay veces que uno posterga porque está tomando una decisión o tiene que tomar una decisión que igual te pone en riesgo”, añade la psicóloga. Es importante diferenciar cuándo se trata de una estrategia inconsciente para protegerse y cuándo se ha convertido en una barrera que impide avanzar.

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Entender la relación entre las emociones y la procrastinación permite afrontarla de manera más efectiva. En lugar de castigarse por postergar, puede ser más útil analizar qué sentimientos están influyendo en esa actitud. A veces, la clave no está en obligarse a hacer algo de inmediato, sino en descubrir qué hay detrás de esa resistencia.

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