Ser madre o padre es una de las responsabilidades más complejas y exigentes de la vida. Cuando criamos a nuestros hijos, no existe un manual definitivo, pero sí una certeza: todo lo que hacemos, así como lo que evitamos hacer, tiene un impacto duradero en ellos. Cada palabra, cada gesto y cada reacción moldean su manera de entender el mundo y de relacionarse con él.
En los primeros años de vida, los niños absorben lo que ven y viven con una sensibilidad casi mágica. Aprenden no solo lo que les decimos, sino también lo que les mostramos con nuestras decisiones. Y es precisamente ahí, en esas rutinas llenas de amor, cansancio, límites y emociones cruzadas, donde sin querer podemos sembrar patrones negativos que tendrán un gran impacto en su futuro.
Una de las grandes preguntas que muchos padres se hacen es si realmente están haciendo las cosas bien con respecto a la educación de sus hijos. Aunque la crianza es un proceso difícil, es imprescindible saber que incluso teniendo buenas intenciones hay ciertas actitudes que no deberían darse nunca. Por eso, en un mundo cada vez más complicado, entender cómo se forman ciertos comportamientos, como la manipulación, puede cambiar por completo la forma en que educamos.
Si un niño finge estar malo y ve que sus padres cambian sus planes, se quedan con él o le dan atención extra… probablemente lo vuelva a hacer
En el pódcast Tengo un plan, la psicóloga experta en manipulación, Claudia Nicolasa, explica que, aunque muchas veces los padres no son conscientes, pueden estar convirtiendo a su hijo en un manipulador sin darse cuenta. Según ella, esto sucede porque el entorno familiar enseña, refuerza y consolida muchas de las estrategias emocionales que los niños usarán para conseguir lo que desean. A la larga, si estas estrategias no son correctas, pueden acabar convirtiéndose en patrones de manipulación emocional.

El entorno familiar es clave en el desarrollo de la personalidad de los niños
Nicolasa asegura que, desde muy pequeños, los niños observan cómo reaccionan los adultos ante sus emociones y acciones, y establecen asociaciones. El comportamiento que recibe más resultado, más lo repiten. Es puro aprendizaje por refuerzo: “Un niño no piensa: ‘voy a manipular a mis padres’. Pero si ve que llorando, mintiendo o actuando de cierta manera obtiene atención, cuidado o beneficios... su cerebro graba eso como una estrategia útil”, explica.
Para entenderlo, uno de los ejemplos más claros que da la psicóloga es esa situación en la que un niño finge estar malo y consigue así que sus padres se queden con él e incluso le presten más atención que de costumbre. Aunque no lo haga con mala intención, el niño aprende que manipular la emoción del adulto es efectivo, y eso puede provocar que acabe convirtiéndose en su forma habitual de relacionarse cuando quiera algo o se sienta inseguro.
El niño debe entender que las emociones son válidas, pero no una herramienta de control
Para evitar que esto suceda, la psicóloga explica que es fundamental no reforzar conductas que claramente buscan obtener algo a través del drama o el chantaje emocional. Si un niño llora, grita o finge para conseguir atención, permisos o premios, lo peor que se puede hacer es ceder. En su lugar, conviene explicarle con calma que entiendes cómo se siente, pero que ese tipo de comportamiento no cambiará las decisiones. “El niño debe entender que las emociones son válidas, pero no una herramienta de control”, explica.
Además, la psicóloga asegura que es clave establecer límites firmes sin culpa, pues hay que tener claro que los límites no son castigos, sino una forma de orientar y dar seguridad. También es fundamental no caer en el chantaje emocional inverso, es decir, en esas frases adultas tales como “con lo que yo hago por ti”, que no hacen más que reforzar la manipulación desde el otro lado.

Es importante establecer límites sin culpa, que ayuden al niño a saber el camino que debe tomar
Sin embargo, lo más importante, según Nicolasa, es reforzar con afecto y reconocimiento cuando el niño expresa lo que necesita de forma respetuosa. “Esa es la vía más efectiva para construir relaciones sanas desde la infancia”, sentencia.