Quienes padecen pesadillas de forma habitual no solo se enfrentan a noches agitadas, sino a un impacto más profundo que puede llegar a afectar su salud. En algunos casos, estos sueños angustiantes aparecen como un síntoma relacionado con trastornos de ansiedad, episodios depresivos o secuelas derivadas de experiencias traumáticas.
Pero además del plano psicológico, también se ha observado que pueden estar vinculadas con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, según diversos estudios realizados en población adulta. Las pesadillas no siempre son simples desahogos del subconsciente. En ocasiones, actúan como una alerta que conviene escuchar.
Se pueden tratar
Las pesadillas pueden esconder mucho más que una mala noche
A pesar de que muchas personas tienden a relacionarlas con cenas pesadas o alimentos picantes, no existen pruebas científicas que confirmen una conexión directa entre la dieta y este tipo de sueños. Esa teoría, que ha circulado durante años, no cuenta con respaldo en la literatura médica.
De hecho, lo que sí está mejor documentado es el efecto que pueden tener ciertas sustancias o medicamentos en la aparición de pesadillas. Algunos fármacos específicos, así como drogas recreativas, han demostrado influir en la calidad del sueño y propiciar episodios desagradables durante la fase REM.
En cuanto al tratamiento, las opciones han evolucionado. El doctor David Callejo ha explicado en su perfil de Instagram que “las pesadillas se pueden tratar y se pueden cambiar sus finales para que sean más tolerables”.
En este sentido, existen métodos terapéuticos orientados a modificar el contenido de los sueños mediante técnicas de reescritura y relajación, que han demostrado resultados positivos en pacientes con este tipo de afección.
Además del enfoque psicológico, en algunos casos se recurre al uso de fármacos como la prazosina, especialmente en contextos donde las pesadillas están relacionadas con el trastorno de estrés postraumático. El abordaje farmacológico suele combinarse con terapia cognitivo-conductual, con el objetivo de reducir tanto la frecuencia como la intensidad de las pesadillas.
Aunque durante años se han considerado una cosa propia de la infancia, lo cierto es que las pesadillas en la edad adulta están mucho más extendidas de lo que se pensaba. Detectarlas a tiempo y comprender su origen puede marcar la diferencia entre una noche difícil y un problema de salud que merece atención.