Vivir en un estado de alerta constante. Esa es la realidad de muchas personas que, sin darse cuenta, han normalizado la tensión diaria. El doctor Alexandre Olmos, médico internista y experto en epigenética, lo resume sin rodeos: “Ese hábito invisible, ese estrés crónico sostenido en el tiempo, puede ser más perjudicial para tu salud que comerte diez hamburguesas de golpe”.
Y es que cuando el cuerpo se acostumbra a liberar cortisol (la hormona del estrés) de forma continua, entramos en un bucle biológico que impacta desde el sistema inmunológico hasta la capacidad de regeneración celular. El cuerpo deja de enfocarse en reparar, regenerar o equilibrar. Sólo intenta sobrevivir
Consecuencias del estrés crónico
Desde la perspectiva científica, no hay dudas: el estrés mantenido tiene consecuencias devastadoras. Según la American Psychological Association (APA), esta sobrecarga emocional puede afectar de forma directa al sistema cardiovascular, el neuroendocrino e incluso al sistema nervioso central. El cuerpo, literalmente, se desgasta más rápido.
Vivir bajo un estrés continuo debilita el sistema inmunológico, favorece la inflamación sistémica y contribuye al desarrollo de enfermedades graves como cardiopatías, obesidad o depresión. Además, esta sobreestimulación puede causar insomnio persistente: más del 40% de los adultos estadounidenses reconocen que no pueden dormir por culpa del estrés.
En palabras de Olmos, “vivir en alerta constante te roba energía, pero también años de vida. Es como si pisaras el acelerador de tu cuerpo sin frenar nunca. Y claro, todo se desgasta más rápido”.
Cambiar hábitos para ganar salud

El estrés crónico es muy peligroso para la salud.
No se trata de eliminar todo el estrés, sino de identificar cuándo ese estímulo natural se ha convertido en un estado crónico. Dormir mal, saltar de tarea en tarea, comer rápido, no hacer pausas… todo eso son señales de que algo no va bien.
Para empezar a revertir este patrón, Olmos propone acciones simples pero efectivas. La primera, y quizá la más olvidada, es parar. Respirar de forma consciente, dos veces al día, durante unos minutos. Otra clave es reducir la exposición a pantallas al menos una hora antes de dormir. También ayuda hacer pausas reales, como salir a caminar cinco minutos o exponerse al sol. Y, por supuesto, no tratar el descanso como un lujo, sino como una parte esencial de la salud.
La APA respalda estas propuestas, recomendando cambios en el estilo de vida, como incorporar actividad física regular y una dieta equilibrada, además de acudir a profesionales si el estrés se prolonga en el tiempo y afecta en el día a día. Hay quien cuida lo que come, hace ejercicio, pero vive con un nivel de tensión que anula todos esos esfuerzos. Y eso, a la larga, te pasa factura.