El verano es esa estación del año que asociamos con luz, terrazas, salidas, sol, playa, bronceado... Pero también, para muchas personas, es una etapa que activa inseguridades, comparaciones y autoexigencias. De repente, el cuerpo se convierte en protagonista, y el espejo, en juez. Las redes sociales se llenan de imágenes perfectas, de pieles bronceadas, abdominales, sonrisas sin ojeras y vidas aparentemente libres de complejos. Y tú, mientras tanto, te miras y piensas: “no estoy lista o listo”, “este pantalón ya no me queda igual”, “tengo que hacer algo con mi cuerpo”.
Aparece la culpa, el juicio y el malestar. No porque haya algo que realmente esté mal en ti, sino porque has aprendido a mirarte desde fuera, con los ojos de una cultura que a veces ha valorado más la apariencia que el bienestar, más la forma que el fondo. Y esa presión silenciosa, muchas veces nos lleva a olvidar algo esencial: que cuidarte no es corregirse, y que el espejo no debería reflejar exigencia, sino presencia.
Y no olvides, los estándares los marcan los demás pero los límites los pones tú.
Verano y la presión del espejo
La psicóloga infantil Carmen Esteban, especializada en la etapa perinatal, infantil y adolescencia, ha dedicado un post en sus redes sociales donde habla precisamente sobre el “poder” del espejo. “Llega el verano (o no), te miras al espejo y... ¿Qué ves? Estoy pálida, tengo celulitis (y barriga), ¡Me tengo que depilar! Este pantalón no me queda igual que el verano pasado, tengo que ir a la peluquería, vaya ojeras tengo... ¡Me ha salido un grano! Además de una arruga nueva”, comienza explicando.
Sus palabras no son solo una descripción cotidiana, porque muchas personas repiten ese mismo diálogo interno frente al espejo sin darse cuenta de la dureza con la que se hablan, sino una invitación a tomar conciencia. “En ese momento, te paras, y te vas del espejo, pero dejas de mirarte para mirar el móvil. Todos están morenos, sonrisas perfectas y cuerpos definidos. Sentimiento de frustración en aumento en 3, 2, 1.... Pero te diré una cosa, no te estás mirando sino juzgando. Vuelve al espejo, mírate y admírate. Fija tu atención en esa parte de ti que tanto te gusta y que a penas valoras”, apunta.
Esteban nos muestra cómo, en lugar de simplemente “vernos”, muchas veces nos juzgamos. Y lo hacemos con una lupa implacable, focalizándonos en todo aquello que no encaja con los ideales de belleza que nos han enseñado a perseguir. Y por eso lanza una reflexión: “Porque quejarte con tus amigas de tus defectos es normal, pero presumir de tus virtudes 'queda mal'. En cambio, decirle a tu mejor amiga lo guapa que es o el pelazo que tiene, también forma parte del día a día. Y te pregunto, si tu mejor amiga te dijera las mismas cosas que te dices tú, ¿sería tu mejor amiga?”.
Verano espejo
Si tu mejor amiga o amigo te dijera las mismas cosas que te dices tú, ¿serían tus mejores amigos?
Y es justamente ahí donde la psicóloga quiere que te detengas a pensar. No, no es normal hablarte con desprecio, señalarte sin piedad o exigirte tanto. No lo harías con alguien a quien amas, ¿por qué si contigo? Por eso, Esteban invita a cambiar el enfoque y volver al espejo, pero desde otro lugar. Desde una mirada más amable, amorosa y reparadora. “Te diré una cosa: no te estás mirando, te estás juzgando. Vuelve al espejo, mírate y admírate”, escribe.
Porque al final, el objetivo no es cambiar tu cuerpo, sino transformar la mirada con la que habitas. No se trata de encajar, sino de liberarte. Liberarte de la culpa, de la exigencia, de esa voz crítica que repite lo que la sociedad ha dictado durante años. Como dice Carmen Esteban: “Libera tu cuerpo, libera tu mente de las cadenas sociales condicionadas por los cánones de belleza”. No eres tu celulitis, ni tus ojeras, ni el número que marca la báscula. Eres mucho más que eso. Y en ese proceso de reconciliación contigo misma, recuerda: “Los estándares los marcan los demás, pero los límites los pones tú”.
