En España existen innumerables tipos de familia, que se definen tanto por los pilares sobre los que se construyeron como por las circunstancias y la personalidad de todos los miembros que la integran. Aunque no hay modelos familiares perfectos, sí es posible encontrar formas de crecer y avanzar, siempre que antes comprendamos qué factores del pasado influyeron en nuestra manera de actuar. La familia es el primer entorno en el que una persona se forma. Allí aprende y empieza a desarrollar su visión del mundo. Desde la infancia, las palabras, roles y gestos de los miembros del núcleo familiar actúan como espejos para entender quiénes somos y cuánto valemos. Así pues, la manera en que una familia se comunica, expresa cariño o gestiona los conflictos tiene un impacto directo en la construcción de nuestra autoestima.
Cuando crecemos en un entorno en el que se fomenta la confianza, se reconocen los logros y se enseña a aceptar los errores como parte del aprendizaje, desarrollamos una autoestima sólida y equilibrada. En cambio, si recibimos críticas de forma recurrente, o se usan las comparaciones en la clave negativa o no hay atención emocional, es más posible que nos surjan inseguridades y una percepción negativa de nosotros mismos. La influencia familiar puede ir más allá de la infancia, y en muchos casos los patrones aprendidos en casa continúan marcando nuestra identidad y nuestras relaciones. Así pues, reconocer el papel que ha tenido la familia en la construcción de nuestra personalidad y autoestima es el primer paso para sanar heridas emocionales y empezar a construir una relación más sana con nosotros mismos.
Fotografía de una familia joven jugando juegos de mesa juntos en el suelo de su casa.
La psicóloga experta en trauma y en trabajo con heridas emocionales, Marta Segrelles, explica que la familia es un gran punto de influencia en la construcción de nuestra personalidad. En su nuevo libro No hay nada malo en ti, citando la teoría ecológica de Bronfenbrenner, habla de los cinco niveles de influencia en la autoestima, donde a parte de la familia también está la cultura, la sociedad, la escuela y la amistad. Es precisamente en este círculo social donde se dan las primeras experiencias de validación o crítica, que son las que refuerzan o debilitan nuestra percepción y autoestima.
En una entrevista con La Vanguardia, explica que el vínculo con la familia es más significativo por cuestiones de apego. “Todo aquello que hayamos vivido en la infancia va a tener una huella en nosotras, que muchas veces, de adultas tendremos que trabajar y ver los espacios que han quedado vacíos o insatisfechos. Y cuáles son las necesidades que no se pudieron atender o que no había herramientas para ello”.
Hay señales que demuestran que no estamos cuidando nuestra autoestima
La experta apunta que existen señales que podrían demostrar que no estamos cuidando nuestra autoestima. “El hecho de no ser auténtica en todas nuestras versiones. Decir que sí cuando quiero decir que no, o incluso no mostrarme tal y como soy para mostrar incluso sensaciones de gratitud”. Segrelles destaca que otra de las señales puede ser el hecho de estar constantemente midiendo si lo que hacemos “es correcto o no, o sí es inadecuado”. En este sentido, indica que “muchas veces, el hecho de no participar en algunos debates o en algunas conversaciones porque creemos que nuestros intereses o nuestros gustos no están bien” también son muestra de ello.
Según relata a nivel relacional esto se produce porque catalogamos los sentimientos a “nivel moral” y “extrapolamos mucho esta polarización el ser buena o mala persona y eso nos atrapa bastante en esa idea”. Para la especialista es clave saber identificar nuestras fortalezas y saber abrazarlas. “Lo importante es ver cuáles son las cosas que hablan de mí y cuáles son las que me convienen. Hay que encontrar el equilibrio entre la forma como soy y cuáles son las cosas que me convienen, qué es lo que me puedo pedir conociéndome sin traicionarme y sin rechazar mi esencia”.
Marta Segrelles, psicóloga y autora de 'No hay nada malo en ti'
En un momento en que la salud mental ocupa un lugar central en el debate público, comprender el origen de nuestra autoestima es más importante que nunca. En este contexto, la psicóloga también ahonda en el concepto de las heridas emocionales o de trauma, que define como situaciones que han superado nuestras capacidades de afrontamiento y a veces no era tan importantes en sí, sino como la soledad con la que lo atravesamos. “Al final hay veces que podemos vivir algo que puede ser estresante y no tiene por qué ser traumático”.
Uno de estos momentos podría ser la perdida de un familiar en la infancia, que es una situación “desagradable, pero si tengo un espacio en mi casa para poder mostrar mi vulnerabilidad. Para recordar a la persona, hablar de ello, y para procesar ese evento, no se queda una huella tan grande”. Y reflexiona “que a nivel emocional hablamos de heridas emocionales “porque hemos tenido una generación que no ha prestado mucha atención a la parte emocional y hemos aprendido a tirar adelante dejando atrás todo lo que sentíamos”.
Hay veces que podemos vivir algo que puede ser estresante, pero no tiene por qué ser traumático
La psicoterapeuta prefiere hablar de heridas que de heridas cerradas. “Una cicatriz nos señala que ahí hubo un daño y un dolor. Siempre se ha hablado de que cuando ya no te duelen, es que se han superado, pero hay situaciones que has vivido que siempre vas a recordar y que te van a doler y eso no quiere decir que no estén superadas, pero sí sentir que ya no están pasando en este momento”. En este sentido, remarca la importancia de ser consciente que vives algo y habitas con esa vivencia “pero ya no tienes la sensación de que la estás reviviendo, sino que simplemente la estás recordando porque forma parte de tu vida”.
