Josep Maria Fericgla, antropólogo: “El amor no es un sentimiento o una emoción, esa es una forma infantil de entenderlo; amar de verdad está muy ligado a nuestra relación interna”
Reflexiones vitales
La intuición, el amor y la necesidad de transcendencia son algunos de los temas que el antropólogo Josep Maria Fericgla lleva investigando durante décadas. Hablamos con él para conocer su perspectiva sobre el mundo occidental y ancestral
“Ver el amor como un sentimiento es una forma barata e infantil de entenderlo; para poder llegar al amor real, debo retirar todas las proyecciones que deposito sobre la otra persona para verla de verdad”, relata Fericgla
Josep Maria Fericgla, antropólogo
Hay viviencias capaces de cambiar, de forma drástica, la manera en que entendemos el mundo. “Dos días en paz absoluta y una lucidez despierta” es, como describe el antropólogo y escritor de origen catalán Josep Maria Fericgla, una experiencia que, tan solo con 15 años, le evocó dedicar su vida a la investigación científica y espiritual de los ‘estados expansivos de conciencia’.
Licenciado en Historia y doctor en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Barcelona, el fundador de la Fundació Josep Mª Fericgla, defiende que el amor no es un sentimiento, sino una conducta basada en el reconocimiento del otro, y que la intuición es una vía directa de acceso a la realidad.
Josep Maria Fericgla, antropólogo:
Fericgla ha recibido destacados premios y reconocimientos internacionales por sus investigaciones. Entre ellos, la prestigiosa mención de honor “Marqués de Lozoya” (Ministerio de Cultural de Gobierno español), el premio “Jaume Nualart” (Generalitat de Catalunya) y el Premio Nacional de Investigación Etnográfica “Joan Amades”, también concedido por la Generalitat de Catalunya.
Su visión hacia el mundo occidental y reflexiones humanistas ha influido en muchos terapeutas para integrar nuevas corrientes que unen lo ancestral con lo contemporáneo. El amor, la intuición y los ritos iniciáticos son algunos de los temas sobre los que reflexiona el autor de veintinueve libros y numerosos artículos publicados en revistas científicas y de divulgación en esta conversación con La Vanguardia.
Josep Maria Fericgla
Intuición, ritos y amor
¿Cómo empezó en el mundo de la antropología?
Cuando tenía 15 años tuve una experiencia extática de forma espontánea. Estaba con un grupo de amigos, meditando -en aquel momento no me interesaba especialmente la espiritualidad ni lo inconsciente-, pero tuve una experiencia literalmente transformadora. Me enseñaron a reconocer que aquello era una experiencia extática espontánea. Al salir de ese estado de paz profunda, de calma, de una conciencia plena y despierta, decidí que dedicaría mi vida a eso: conocer mejor esos estados, estudiarlos y, si existía alguna forma de buscarlos e inducirlos a voluntad, encontrarla.
¿Y decidió empezar la carrera de antropología?
Primero estudié música; pensé que quizá la música me serviría, pero vi que no. Seguí con la música por puro placer. Después estudié psicología. En segundo o tercer curso vi que aquello me llevaba muy lejos de mi interés existencial y que la psicología es una payasada; quiero decir, que no sirve para nada. Cuando estaba en quinto estaba tan harto de estar rodeado de neuróticos y pretensiones que dejé la carrera; me faltaban dos asignaturas para acabarla. Con tres meses más de esfuerzo habría terminado, pero ya estaba bien.
Lo que todo ser humano busca es la transcendencia: la vida del más allá, del propio yo, de mi cuerpo y temporalidad
¿Entonces, cuándo llegó la antropología?
Había descubierto la antropología el curso anterior: una optativa dentro de psicología. La cursé y descubrí que esa mirada antropológica me permitía estudiar y profundizar en esas experiencias extáticas que la psicología no entendía en absoluto y más bien tildaba de patológicas, cuando por mi experiencia subjetiva sabía que era todo lo contrario: una experiencia sanadora.
Cambió toda su perspectiva...
La antropología me permitió estudiar los ritos iniciáticos y los estados expandidos de conciencia en otras culturas, sin la etiqueta de patología. Estudié la cognitiva, que es la rama que analiza cómo los humanos construimos nuestra idea de realidad.
En el fondo, lo que todo ser humano quiere -consciente o inconscientemente- es la trascendencia, aunque sea un atisbo: la vida más allá del yo, de mis problemas, de mi cuerpo, de mis neurosis y de mi temporalidad.
Josep María Fericgla, fotografiado en su casa de Calella Para Contra 29-02-2016 Pedro Catena
¿Cuánto es de importante vivir estas experiencias vitales, como la que vivió usted a los 15 años, para empezar a interesante por este estado de consciencia?
Puede ser que alguien haya tenido una experiencia subjetiva de conciencia expandida -extática-, o puede que no la haya tenido, pero albergue un anhelo natural de buscarla. Hay personas que buscan la belleza o la armonía, aunque nunca hayan vivido en un contexto modélico. Igual que con la sexualidad: en una sociedad sana podría no haberse tenido experiencias sexuales ni visto pornografía, pero llega un momento en que aparece esa pulsión. Si la sociedad no ha enseñado a conducirla de forma saludable y ordenada, la pulsión sigue ahí. El día que esa persona tiene una relación sexual dice: “Ah, era esto lo que buscaba; esta plenitud del orgasmo”. Es algo así.
Hay también otras realidades...
En otras culturas, quienes saben que tenemos esa dimensión interna cuentan con recursos sociales y culturales que se ofrecen: recursos religiosos, sustancias psicoactivas extáticas -como la ayahuasca, ahora de moda- o incluso el vino, pero usado de una cierta manera, dentro de un marco significativo y ritual, no como un juego.
Sociedades como la nuestra no otorgan importancia a cultivar el espíritu de los abismos como la creatividad y el amor verdadero
Así que, ¿existe una dimensión interna diferenciada?
Jung, uno de los padres de la psicología, lo expresaba de forma simple y muy ilustrativa: decía que los humanos tenemos dos personalidades, la número 1 y la número 2. La número 1 es “el espíritu de los tiempos”: la parte de ti, de mí y de cualquiera que se ocupa de llegar puntual, pagar la hipoteca, comportarse, responder a normas sociales para ser aceptados. Casi todo en esa personalidad es cuantitativo: cumplir, pagar, conducir bien, etc.
La personalidad número 2, Jung la llamaba “el espíritu de los abismos”. Ahí está todo lo no cuantitativo de la vida: la intuición, el amor, los sueños nocturnos, las experiencias extáticas. Encontrar tu lugar en el mundo es una cuestión cualitativa.
¿Y cómo podemos encontrar el equilibrio entre ambas personalidades?
Debemos dedicar el mismo tiempo a la personalidad 1 (el espíritu de los tiempos) que a la 2 (el espíritu de los abismos). Todas las experiencias extáticas -abrir las puertas de la percepción, como decía William Blake- se hacen desde la personalidad 2. Sociedades como la nuestra no otorgan importancia ni regulan socialmente el tiempo para cultivar ese espíritu de los abismos: la creatividad, la intuición, el amor verdadero, no la bobada de las cancioncillas.
Hay desconexión de quienes somos...
Es una sociedad regida solo por el espíritu de los tiempos: competitiva, cuantitativa. Por eso estamos como estamos: con un psicópata presidente del país más poderoso de la Tierra, Trump, un auténtico asesino que hace lo que le da la gana, rodeado de otros psicópatas; con guerras por todas partes sin sentido que solo alimentan la psicopatía de ciertos líderes. Como nada de eso tiene sentido profundo, ni a nivel colectivo ni individual, la imagen que tengo de la humanidad actual es la de una manada de caballos salvajes galopando hacia el abismo sin darse cuenta.
Ha nombrado el amor real, no ese amor de las canciones. ¿Qué es entonces el amor verdadero?
Manejo dos definiciones. La corta, quizá la más fácil: el amor es energía unitiva, nada más. En el universo hay una tensión constante entre energía unitiva y energía centrífuga o desvinculante. Para mí, el amor es energía unitiva: cuanto más hay, menos importancia tienen los pequeños roces que chirrían.
¿Y la difícil?
La segunda definición, más amplia y complementaria, es que el amor no es un sentimiento ni una emoción. Entenderlo como sentimiento es una forma barata e infantil de comprenderlo. El amor es una forma de conducta relacional: una forma de relacionarnos basada en el reconocimiento del otro hasta el punto de reconocerme a mí mismo a través de esa relación.
Si no retiro mis proyecciones, no te estoy viendo a ti; solo uso tu figura como soporte de lo que proyecto
¿Cómo podemos llegar a ese punto?
Para poder reconocerte, lo primero que debo hacer es retirar las proyecciones que deposito sobre ti. Inevitablemente, me despiertas proyecciones por mujeres de tu edad que he conocido, relaciones pasadas, etc. Y viceversa. Si no retiro mis proyecciones, no te estoy viendo; solo uso tu figura como soporte de lo que proyecto.
Está todo basado en reconocer al otro y en cómo me autorreconozco a través dela relación
Exacto. Si no reconozco mis proyecciones, no podré retirarlas y, por tanto, no podré verte como eres. Amar de verdad, según esta definición, es muy difícil de lograr y está muy arraigado a la propia relación interna.
Habla mucho de la intuición. ¿Cómo podemos estar más conectados a ella? Muchas personas la confunden con el deseo.
¿Con el deseo? Más bien al contrario, desde mi punto de vista. La intuición es la captación directa de la realidad sin pasar por el intelecto. En definición estricta y acertada, es eso: una percepción directa de la realidad no analizada por el intelecto. Es conectar con un nivel de realidad superior al de lo cotidiano.
¿Es posible despertarla?
Gurdjieff, creador del Cuarto Camino —tan de moda ahora—, decía que una persona no es verdaderamente humana hasta que no consigue despertar su intuición, porque esta tiene que ver con los centros superiores internos. Mientras el ego, en sentido psicoanalítico, piensa, analiza, compara y busca salidas, casi siempre se alimenta de miedo, codicia, vergüenza en nuestro mundo interno. Para conectar con esa dimensión transpersonal de la realidad, es decir, la intuición, hay que estar por encima de esos mecanismos del ego.
Josep Maria Fericgla, antropólogo, y Pichama, indígena
¿Solo hay una intuición?
En otras sociedades, por ejemplo, entre los Shuar amazónicos, con quienes viví años, distinguen siete tipos de intuición y los reconocen perfectamente. Por ejemplo, esos pequeños espasmos en el músculo del ojo o en la comisura de la boca no los consideran una molestia neurológica, sino una captación intuitiva de la realidad con sentido propio; toman decisiones, a veces muy importantes, a partir de ello.
Todo esto implica que existe una dimensión real más allá de lo que podemos captar racional o emocionalmente.
Antes ha mencionado los ritos iniciáticos. ¿Qué son exactamente?
Los ritos son construcciones culturales, celebraciones muy estrictas, que sirven para conectar con el más allá, sea lo que sea que cada sociedad entienda por “más allá”. Son dispositivos que permiten a las personas conectar con ese “espíritu de los abismos” y poner orden en el “más aquí”. Estoy plenamente convencido de que el desorden en el que vivimos se debe, en gran medida, a la pérdida de los ritos iniciáticos: ponen orden social (en la colectividad) y orden en la vida individual y psicológica.
Los ritos son al tiempo lo que el hogar es al espacio
¿En qué sentido orden? Interno, externo...
En antropología hablamos de ritos tanáticos, temporales, etc., porque no siempre está claro qué es un “rito”. Pero un rito iniciático implica una experiencia de muerte, de muerte psicológica. En términos actuales hablaríamos de disolución del ego: la persona no pierde la conciencia, pero sí se disuelven los parámetros emocionales, ideológicos, cognitivos e identitarios que configuran su vida psíquica. Esa “muerte” permite reordenarse y reestructurarse de un modo nuevo.
Entiendo...
Todos arrastramos cosas del pasado —tú, yo, y todos—, patrones infantiles que, si no se han limado, siguen operando por dentro. Un rito iniciático disuelve esos patrones para “volver a empezar”, actualizando la identidad y el sentido interno. Por eso, en muchas sociedades, tras varios ritos iniciáticos a lo largo de la vida, cambian el nombre de la persona; toda la comunidad reconoce que ha dejado atrás una etapa y ha renacido en otra.
Qué importante en el transcurso de la vida...
Byung-Chul Han escribió sobre la desaparición de los ritos y dijo que estos son al tiempo lo que el hogar es al espacio. Es una forma preciosa de decir que el rito es una experiencia en el tiempo que nos sitúa en la esencia de nosotros mismos; desde ese núcleo, una vez pasado el rito, se puede volver a vivir habiendo puesto orden interior y deshecho lo que sobraba.