Norberto Abdala, médico psiquiatra, sobre los abrazos: “Es interpretado por el cerebro como una señal de calma y conexión”

Salud mental

En un mundo digital, el contacto físico emerge como un regulador emocional crucial, activando circuitos cerebrales que promueven calma y conexión afectiva

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Norberto Abdala, médico psiquiatra

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Clarín

En una época dominada por pantallas, interacciones digitales y vínculos mediados por dispositivos, el contacto físico es un recurso escaso. Sin embargo, la ciencia revela que es uno de los reguladores emocionales más potentes de los que dispone el humano. Lejos de ser accesorio, el tacto es un lenguaje que el cuerpo interpreta de forma directa y que la mente usa para organizarse.

En los últimos años, la neurociencia ha identificado un tipo específico de fibras nerviosas, llamadas fibras C–táctiles, especializadas en procesar las caricias lentas y cálidas, típicas del contacto afectivo.

Aumento en los niveles de oxitocina

Estas fibras están presentes principalmente en la piel con vello del cuerpo, no responden a cualquier tipo de presión o temperatura, sino a un rango muy concreto que coincide con una caricia humana suave. Cuando se estimulan, activan un circuito emocional que involucra áreas vinculadas al apego.

El tacto afectivo no solo se siente, es interpretado por el cerebro como una señal de calma y conexión. Uno de los efectos más importantes es que un abrazo sostenido produce un aumento en los niveles de oxitocina, hormona que genera sensaciones de afecto.

Esta hormona también reduce el cortisol, la hormona del estrés, y afloja la tensión, desacelera el ritmo cardíaco y ayuda a que la mente “baje un cambio”. Este mecanismo convierte al tacto en una herramienta fundamental para regular estados emocionales intensos.

Padre abrazando a su hijo

Padre abrazando a su hijo

Getty Images

La ausencia de contacto físico se asocia con ansiedad, irritabilidad, y una sensación de desconexión. La pandemia lo dejó en evidencia ya que muchas personas experimentaron un estado que algunos denominaron “hambre de piel”, una necesidad psicológica y corporal de contacto.

El impacto del tacto no se limita a la esfera emocional ya que tiene consecuencias directas sobre la salud física al fortalecer la respuesta inmunitaria. Muchas investigaciones en lactantes hospitalizados demostraron que el contacto piel con piel aumenta el peso, mejora el sueño y reduce las complicaciones médicas.

En adultos mayores, se asocia con menor presión arterial, mejor calidad de sueño y mayor sensación de vitalidad. Desde el punto de vista psicoanalítico, el tacto es uno de los primeros lenguajes entre el bebé y su mamá o cuidador, antes de que existan las palabras.

Freud y Winnicott, cada uno desde su marco conceptual, señalaron que la experiencia temprana de sostén construye la subjetividad. En la vida adulta, el contacto físico reactiva ese registro temprano, ayudando a restaurar sensaciones de continuidad del ser y de conexión con un otro confiable.

Beneficios médicos del contacto piel con piel

En la época actual, donde proliferan los trastornos ansiosos y el estrés crónico, resulta interesante reconsiderar el tacto como un participante de la salud sobre todo porque -lamentablemente- se tiende a privilegiar la autonomía, la autosuficiencia y la distancia emocional.

Es cierto que también influye el temor a la acusación de abuso y las normas de convivencia han vuelto más cautelosa la expresión física del afecto.

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Los vínculos humanos necesitan de la corporalidad para sostenerse y así, un abrazo bien dado, lejos de ser un gesto trivial, es una intervención neurobiológica de enorme impacto. No se trata solo de volver a tocar, sino de volver a sentir y dejar que el cuerpo participe en la tarea de cuidar la mente.

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