Un palacio medieval restaurado con alma contemporánea

Palma de Mallorca

El arquitecto Claudio Hernández y la interiorista Isabel López Vilalta devuelven la vida una finca histórica  en el corazón de Palma recuperando oficios tradicionales con elegancia atemporal

El antiguo comedor del palacio ahora es un dormitorio, con pintura de Guillem Nadal y lámpara de alabastro de Àngel Jové

El antiguo comedor del palacio ahora es un dormitorio, con pintura de Guillem Nadal y lámpara de alabastro de Àngel Jové

ARTURO SÁNCHEZ

La luz se tamiza desde un patio, el aire huele a cal húmeda y a madera encerada y el caso antiguo de Mallorca parece recuperar su antiguo pulso lejos del trajín turístico. Tras la fachada discreta de piedra marés, Can Armengol, un casal con orígenes en el siglo XIII, revive como un proyecto residencial donde historia y diseño contemporáneo bailan con elegancia.

“El actual palacio, en realidad dos fincas unidas, surge en el siglo XVIII, cuando se agrupan las casas medievales y góticas. Tras sucesivas reformas y ampliaciones, se pueden observar trazos barrocos, neoclásicos y modernistas”, explica la interiorista Isabel López Vilalta, responsable del diseño interior de esta reforma del arquitecto Claudio Hernández, quien añade que “en 1907, el arquitecto Isidro González creó el patio neoclásico y la cúpula del ahora dormitorio principal, e introdujo los pavimentos hidráulicos, las barandillas con motivos florales y una fachada historicista”.

El techo del salón, a seis metros, con frescos protegidos y cuadro de Charles Hinman

El techo del salón, a seis metros, con frescos protegidos y cuadro de Charles Hinman

Salva López

El edificio, de casi 3.000 metros cuadrados, ha pasado por muchas vidas que habían borrado parte de su identidad con algunas intervenciones desafortunadas, como pavimentos de porcelánico moderno sobrepuestos a los hidráulicos o distribuciones descabelladas. “Queríamos eliminar aquello mal hecho y devolverle el alma de sus diferentes periodos, capa a capa”, recuerda López Vilalta. El proyecto, desarrollado durante dos años, ha sido una apuesta coral que ha implicado a arqueólogos, restauradores y artesanos locales. “Un equipo enorme hemos trabajado para proteger y revalorizar el patrimonio arquitectónico mallorquín”, resume la diseñadora.

La planta noble alberga una única vivienda de 1.000 m², con terraza y jardín, que ocupa una tercera parte de todo el complejo, mientras que el resto del conjunto se divide en siete apartamentos de entre 150 m² y 300 m², todos con espacios exteriores privados. En el corazón del edificio, un patio neoclásico protegido distribuye el acceso a las distintas viviendas, mientras un pasillo de columnas se abre al jardín comunitario.

Lámpara de los años 80. Espejo de la propiedad y mesa de mármol italiano

Lámpara de los años 80. Espejo de la propiedad y mesa de mármol italiano

Salva López

La intervención rehúye cualquier gesto grandilocuente. Se ha optado por la recuperación de elementos originales —baldosas hidráulicas, carpinterías de madera, techos abovedados— y por materiales nobles de proximidad: barro cocido manual, jabelga de cal, encimeras de piedra y madera. “Cuando usábamos materiales que correspondían a la época, todo encajaba; el edificio convivía bien con lo que estábamos haciendo”, señala López Vilalta.

La obra ha sido también un homenaje a los oficios tradicionales. “En Mallorca todavía hay buenos artesanos. Yeseros que hacen molduras en la propia obra, metalistas maravillosos, gente amante de su profesión”, resalta la interiorista. Las puertas de pino melis originales fueron restauradas y tratadas con aceite, mientras que la madera más humilde se pintó de negro azulado; los hidráulicos se rescataron y los pavimentos de barro han recuperado el brillo de antaño con un encerado. En el dormitorio principal, las mesitas de noche se han fabricado con la madera de un árbol caído en una finca del propietario, un gesto poético que une la materia con la memoria.

En la cocina, hechaa medida a medida, de acero  inoxidable y diseño industrial, una fotografía de María Espeus

En la cocina, hecha a medida, de acero inoxidable y diseño industrial, una fotografía de María Espeus

Salva López
Varias de las estancias de la vivienda se abren a una terraza interior

Varias de las estancias de la vivienda se abren a una terraza interior

Salva López

Algunas estancias se reinterpretan con sutileza. El comedor de los años setenta se convierte en dormitorio con una cúpula restaurada en que el yeso vuelve a respirar gracias a capas de cal y no de pintura plástica, y la cocina es ahora un baño que conserva la vieja pila de piedra.

La rehabilitación ha supuesto un trabajo de dos años de arqueólogos, restauradores y artesanos

El interiorismo combina diseño moderno y herencia mediterránea. Muebles catalanes de los años cincuenta y setenta conviven con piezas mallorquinas de anticuarios: bargueños, consolas y mesas de factura artesanal. “El cliente quería una esencia local. Apostamos por la proximidad en materiales y mobiliario”, explica López Vilalta. En las paredes, obras de artistas como Jaume Roig, Guillem Nadal o Antonia Ferrer hacen hincapié en la contemporaneidad.

Antesala del dormitorio, con butacas de By Blasco y baldosas de barro

Antesala del dormitorio, con butacas de By Blasco y baldosas de barro

Salva López

El salón, con techos a seis metros de altura que muestran el poderío de la familia Llabrés d’Armengol, conserva pinturas de Guillem Mesquida (1675-1747) y una tela adamascada de seda restaurada. Sofás franceses, lámparas de diseño y un antiguo bargueño dialogan entre épocas. Nada es impostado; todo tiene un sentido en un edificio que, tras siglos de transformaciones, recupera su esencia gracias a una mirada paciente y a un profundo respeto por el legado local.

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