Xavier Mañosa: “La cerámica se revela por sí misma, no hay que tocarla más de lo necesario”

Diseño

El diseñador combina legado y experimentación radical para redefinir los límites de la cerámica, siempre fiel al azar del fuego pero desafiando la escala y lo inesperado

Xavier Mañosa desafía la escala de la cerámica con sus bancos gigantes

Xavier Mañosa desafía la escala de la cerámica con sus bancos gigantes

Jara Varela

Suena música clásica en la gran nave industrial a las afueras de Rubí. Entre el eco de las piezas que se enfrían y una ligera nube de polvo, Xavier Mañosa (Barcelona, 1981) juega con esmaltes, lleva la cerámica a lo impredecible y desafía su funcionalidad tradicional con objetos aparentemente sencillos pero con la tensión constante entre el gesto intuitivo, la precisión técnica y el factor sorpresa que nace de la cocción a alta temperatura.

Al fondo de la nave un hombre moldea barro en un torno. Es Joan Mañosa, padre del diseñador. “Es un ser de luz, sigue viniendo cada día al taller, aunque ahora trabaja en su propia obra de porcelana”, nos explica su hijo al recibirnos. Los padres se han retirado, y el creador ha optado por poner su propio nombre y apellido a lo que un día fue Apparatu. “El cambio de nombre implica responsabilidad y autoría. No dejar nada donde esconderme”, añade.

En el caso de Mañosa y su equipo, trabajan con muchos materiales y muchos procesos, es diseño, y también arte

En general, los talleres de cerámica están muy especializados. Suelen ser de un solo ceramista que hace todo. O de un diseñador con un equipo detrás, con una visión más ingenieril del proceso. En el caso de Mañosa y su equipo, trabajan con muchos materiales y muchos procesos, es diseño, y también arte. “En el taller de mis padres, todo era a baja temperatura. Había dos procesos: torno y molde. Y el material era siempre un tipo de barro blanco. Eso era raro en España, y aún lo es. Yo decidí abrir la puerta a la alta temperatura. Y desde entonces hemos ido abriendo muchas puertas”, explica Mañosa, que ha colaborado con firmas internacionales como Hermès, Lemaire, Louis Vuitton, Isabel Marant, Alessi, Nike o Aesop.

En su taller, señala algunas de sus piezas más matéricas, como sus Atriles, que tanto pueden servir para sostener libros o partituras que ser esculturas y ahora editan BD Barcelona y Apartamento. En esta misma línea están las colecciones Blocks y Cylinders, de geometrías simples y funciones sugeridas, que pueden ser mesas, taburetes o simplemente objetos escultóricos. Ante ellos, el diseñador explica que disfruta cuando la escala se desajusta. “Estos Blocks son un poco salvajes, no en el sentido literal, sino porque están fuera de escala. Las piezas grandes tienen una espectacularidad particular, una vibración molecular que afecta la percepción; cuando se rompe la escala habitual, suceden cosas interesantes”. En ello, explica tiene mucho que ver la enormidad del taller, donde “el espacio crea una fuga, y las piezas adquieren una presencia propia”. Lo que le interesa es cómo la escala marca el trabajo. A veces, se lleva algunas a casa, porque “no puedes ver realmente cómo es hasta que te la llevas”.

El diseñador en su despacho, donde también pinta “por pintar” con tinta y acuarela

El diseñador en su despacho, donde también pinta “por pintar” con tinta y acuarela

Salva Lopez

En su mesa de trabajo, el Formulario práctico de cerámicas de Josep Llorens Artigas, lleno de marcas de página: “Hay pocos ceramistas que hayan hecho un trabajo tan grande en cuanto a investigación en tema de los esmaltes. Artigas era un químico, un alquimista increíble. Su formulario es superextenso”. Pero con los esmaltes, insiste, no se trata tanto de copiar fórmulas como de generar un lenguaje propio. “Entender los esmaltes es muy complejo porque hay muchísima información que dominar. No solo se trata de saber qué hace cada material por separado, sino también cómo reaccionan entre sí cuando el barro ‘se enfada’, es decir, cuando ocurren las reacciones durante la cocción. Aquí es donde comienza la verdadera complejidad”, ilustra.

La cocción se suma a la dosis de incertidumbre, relata. “Cuando abres la puerta del horno, de inmediato puedes ver si el esmalte y la pieza funcionan, aunque hay momentos en que dudas, te gusta pero quizás quieras volver a intentarlo. Algunas piezas pueden pasar por el horno hasta diez veces, acumulando capas de esmalte. Con la experiencia puedes prever cómo reaccionará cada capa, aunque siempre hay algo de incertidumbre”.

En su taller de Rubí, Xavier Mañosa ha pasado del legado familiar a la experimentación radical

En su taller de Rubí, Xavier Mañosa ha pasado del legado familiar a la experimentación radical

Salva López

Y por si fuera poco, a la incertidumbre del esmalte y la cocción a 1.300 grados ha añadido la técnica de la extrusión, pasar un material por un molde que le da forma. Funciona para plástico, aluminio, cerámica… Pero en su caso, está en el límite de lo posible. Con esta técnica elabora las piezas de la colección que durante seis años ha desarrollado para Artek, la firma finlandesa fundada por Alvar y Aino Aalto. “Como diseñador, es un orgullo trabajar con una marca con tanto peso histórico”. El resultado es Tiili (ladrillo, en finés), una serie de formas esenciales —jarrón, candelabro y colgador— que empujan al límite las posibilidades técnicas del taller. “Es la empresa de diseño por excelencia. Y eso me interesa. Los proyectos interesantes están en el límite, entre el material y el proceso; cuando rascas un poco más allá ahí aparece la magia. Pero es un juego arriesgado”.

De la extrusión le interesa “que al final aprietas un botón y se hace sola. Es muy potente a nivel productivo. Aunque cueste mucho hacer el molde, el proceso es casi automático. Eso me interesa mucho: llevar un material artesanal a un contexto industrial sin perder su alma”.

Dibujo a tinta de Xavier Mañosa de su portavelas para Artek

Dibujo a tinta de Xavier Mañosa de su portavelas para Artek

X.M.

Su criterio para descartar es igual de directo. “De cada pieza que quiero tengo que cocer dos, por si acaso. Acumulo, acumulo… y luego hay que hacer limpieza. Tirar muchas cosas. Lo que parecía importante, tal vez ya no lo es. Hay piezas a las que les tengo cariño, pero no puedo estar guardándolas toda la vida...”. Pero tiene un sistema de “indulto” peculiar: “Las tiro al contenedor y si sobreviven tres veces sin romperse, se quedan”, ríe.

Mi baño no será un espacio de luz, sino un lugar de penumbra y materia, donde el cuerpo no se expone, se recoge”

Xavier Mañosa

Unos operarios llaman la atención de Mañosa sobre unos grandes paneles de cerámica azul, casi negra, de un grosor considerable que han salido del horno. Serán para la casa que el diseñador se construye en La Floresta: “Los lavabos los estoy esmaltando yo mismo. Roca me los cedió en crudo, algo que considero mágico”. La inspiración para esta singularidad doméstica es el tenmoku, técnica tradicional japonesa que desarrollaron personajes como Bernard Leach o Yoshi Hamada, con esmaltes, negros y reactivos, que vitrifican dejando las esquinas en rojo. “La idea es que haya un lavabo negro y otro azul, con una textura salvaje, casi brutal. Aunque el lavabo es pequeño y se sacrifica algo de espacio, el acabado es muy especial”. Mañosa alude al libro Elogio de la sombra de Tanizaki. “No lo quiero mitificar, pero me interesó su reflexión sobre el baño y pensarlo no como un espacio de luz, sino como un lugar de penumbra y materia, donde el cuerpo no se expone sino que se recoge”.

Cultiva su inspiración viajando. “Es un recurso muy fácil, pero funciona muy bien. Cuando viajas pasa algo muy mágico, bajas el ego. Sabes que no controlas dónde estás, y entonces eres alguien distinto, alguien más abierto. Es muy bonito”. Describe ese estado como un momento de vulnerabilidad fértil. Y, claramente, Japón es uno de sus destinos favoritos: “La forma en que entienden la materia, el silencio, la ceremonia de lo mínimo”...

También se nutre de lecturas. “Algunos libros no los leo una sola vez, sino que los subrayo, los abro al azar, los consulto como si fueran una conversación. La lectura, como el horno, tiene ese punto de revelación diferida”. Sobre su mesa también descansa un librito sobre Qi Baishi, considerado el renovador de la pintura china con tinta (Le peintre habitant temporaire des mirages). Él mismo pinta con tinta y acuarela, que, asegura, “están muy desvinculadas del proceso creativo. Pinto por pintar. Muchas veces después de haber hecho una pieza, la pinto. Es como un proceso inverso. La idea nunca viene de estos dibujos”.

vvvv

“Hay piezas a las que les tengo cariño, pero no puedo guardarla toda la vida, aunque algunas las indulto: las tiro al contenedor y si sobreviven tres veces sin romperse, se queda”, explica Mañosa

Salva López

El diseñador tiene dos hijos que “me devuelven a la escala, a lo inmediato, a la necesidad de ajustar el tiempo y el espacio. Son, de algún modo, otra forma de taller”, ya han hecho sus pinitos con el barro y trastean con sus acuarelas y libretas. Y si Xavier Mañosa tuviera que hacer una pieza para representarse a sí mismo, ¿cuál sería? “Algo hecho sin pretensión, desde la libertad. Es algo que estoy intentando aprender y que ya he aplicado antes, porque en el mundo del diseño siempre hay condicionantes y factores externos que limitan la creatividad”. Por eso admira a diseñadores como Castiglioni: “Creo que es alguien que debió de disfrutar muchísimo. Todo por hacer, todo por descubrir, y él en medio, con las herramientas y la creatividad para disfrutarlo al máximo. Le envidio esa diversión, esa ligereza... Esa frescura, sin recargar, sin conflicto”.

Y concluye con un consejo y a la vez un lema creativo: “No tocar. Cuanto menos toques una pieza, mejor. Mi padre es un gran no tocador. Las cosas se revelan por sí mismas. No hay que tocarlas más de lo necesario”.

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