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Aitor Martínez gana el premio Nacional de Artesanía 2025 con sus tallas imperfectas

Diseño

El tornero gallego ha convertido la grieta y lo inesperado en un lenguaje propio que le convierte en una de las voces más singulares del diseño y la artesanía contemporánea en España

El tornero de madera Aitor Martínez, premio Nacional de Artesanía en la categoría de Producto

El tornero de madera Aitor Martínez, premio Nacional de Artesanía en la categoría de Producto

ELENA LOPEZ LAMADRID

En su taller de Tomiño, al sur de Pontevedra, la madera gira, se tensa, se abre. Aitor Martínez observa y espera. No fuerza. Deja hacer. Quizá por eso su trabajo emociona: porque no intenta domar la materia, sino escucharla.

Ese diálogo íntimo entre artesano y madera acaba de ser reconocido con el galardón Producto 2025 en los Premios Nacionales de Artesanía, otorgados por el Ministerio de Industria y Turismo a través de la EOI y Fundesarte. Aitor Martínez se alza con el galardón por su colección Mundos, imponiéndose a los otros finalistas, Pablo Fernández Romero, con su Viola de gamba, modelo Nicolás Bertrand, y Atelier Mel Design SL, con la colección Gema.

Aitor Martínez (55 años) no es un tornero al uso. Formado en la prestigiosa escuela Escoulen —epicentro del torneado artístico en Europa—, fue el primer español admitido en este exclusivo centro francés de Aiguines, donde solo siete alumnos acceden cada año. Allí aprendió técnica, sí, pero también a cuestionarla. A desobedecer la simetría. A entender el torno no como una máquina de precisión, sino como una herramienta para pensar con las manos.

Aitor Martínez (55 años) no es un tornero al uso
Aitor Martínez (55 años) no es un tornero al usoElena López Lamadrid

Su especialidad es la madera verde, recién cortada, todavía viva. Durante el secado al aire, las piezas se deforman, se agrietan, se tensan. Aitor no corrige esos accidentes: los integra. Lo llama “entregar la obra al libre albedrío”. El resultado son volúmenes orgánicos, rugosos, irrepetibles, más cercanos a la escultura que al objeto funcional.

De madre vasca y padre gallego, nacido en el Goierri guipuzcoano y afincado en Galicia desde hace más de veinte años, la biografía de Aitor Martínez es también una historia de fronteras. Llegó a Vigo atraído por sus raíces familiares y el trabajo en la carpintería naval, pero la crisis truncó ese camino, como tantos otros. Hubo que reinventarse y trabajó en distintos oficios —carpintería, cantería, calderería— hasta que, durante una convalecencia, apareció el torno. Literalmente. Ahí supo que no había vuelta atrás.

Su especialidad es la madera verde, recién cortada, todavía viva
Su especialidad es la madera verde, recién cortada, todavía vivaElena López Lamadrid

Ese giro vital culminó en Francia, lejos de casa y sin ingresos, pero con una convicción férrea. A su regreso, tomó otra decisión arriesgada, dejar un puesto estable como interino en la administración pública para dedicarse por completo a su obra. Dos años después, los reconocimientos se suceden.

Honestidad como forma de lujo

En los últimos años, Aitor Martínez ha sido incluido en la guía internacional Homo Faber (2023), ha recibido el premio Joven Promesa del Círculo Fortuny (2024) y fue finalista del premio Nacional de Artesanía en 2024 con su colección Códigos del alma. Paradójicamente, el reconocimiento como “joven promesa” le llegó a los 54 años. “Mis hijas se rieron. Yo también”, ha explicado. “Pero lo entendí como un compromiso.”

Su trabajo se inscribe en una nueva generación de artesanos contemporáneos que rehúyen la perfección industrial y reivindican la imperfección como valor estético. Grietas, texturas, asimetrías: señales de un proceso honesto, visible, no oculto. Salvo encargos específicos, toda la madera que utiliza procede de montes cercanos a su taller en Figueiró, una pequeña aldea del Baixo Miño. Roble, castaño, cerezo, acacia, naranjo o fresno: especies locales, trazables, con historia. “Poner en valor tu entorno te pone en valor a ti mismo”, afirma. Hay algo casi político en esa elección.

“Los artesanos vivimos de las ventas”, recuerda Aitor Martínez, porque los premios abren puertas, pero no sostienen un taller

Desde ese rincón tranquilo —entre la Serra do Galo y la frontera portuguesa— su trabajo ha llegado a la tienda del Museo Thyssen, a galerías de Barcelona, a proyectos de interiorismo y a casas particulares. Porque, insiste, “los artesanos vivimos de las ventas”. Los premios abren puertas, pero no sostienen un taller.

Aitor defiende un artesanado serio, profesional, sin folklore ni concesiones. Reivindica precios justos, intermediarios que cuiden al creador y una administración que facilite canales de venta reales, más allá de la foto institucional. “No podemos vivir de favores”, sentencia. Quizá por eso alguien su obra transmite honestidad.  Cuando estamos saturados de objetos “perfectos”, su trabajo propone otra cosa: piezas que respiran, que se mueven, que aceptan el error. Una resistencia silenciosa. Una emoción hecha madera.

Begoña Corzo Suarez

Begoña Corzo Suarez

Redactora

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