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“En todos los países ha crecido la corrupción”

Paul Preston

Es uno de los grandes estudiosos de la Guerra Civil y de la posguerra, periodos que no invitan al optimismo. En muchas ocasiones controvertido, Paul Preston tampoco se muestra muy esperanzado sobre el futuro político y la corrupción.

Los protagonistas de una tragedia En El final de la República (Debate), su último libro, Paul Preston narra el golpe de Estado de Casado de marzo de 1939, y el drama que fue para miles de personas. Preston presta especial atención a los protagonistas y opina sobre algunos de ellos. JULIÁN BESTEIRO Uno de los líderes del PSOE y miembro del consejo de Casado “Lo mejor que se puede decir de él es que era cándido, pero si la candidez conduce a la muerte a miles de personas, es difícil de perdonar” SEGISMUNDO CASADO Militar republicano golpista en 1939 “Mentiroso, mezquino (...). Me alucinó cómo, para preparar su golpe, recabó apoyos contando una historia distinta a cada uno” Besteiro se dirige a la población a través de la radio tras el golpe del coronel Casado (a la izquierda)

Era tal la huella que dejaron los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra que, de niño, Paul Preston (Liverpool, 1946) se ataba un abrigo al cuello y jugaba con sus amigos a combates aéreos. Unos eran los veloces Spitfire; los otros, los mortíferos Messerschmitt. Cuando, de mayor, Preston se convirtió en historiador, su idea era estudiar ese gran conflicto, pero el azar lo llevó a centrarse en la Guerra Civil y la historia contemporánea de España, hasta ser uno de los más importantes hispanistas. Desde esa perspectiva, el autor de las biografías de Franco o Juan Carlos I, de El holocausto español o de su reciente El final de la guerra, analiza la situación actual española y europea a la luz de lo sucedido en las últimas décadas. Y sus conclusiones sobre el sistema político y sobre la corrupción no son optimistas.

Actualmente se critica la transición, un periodo que parecía intocable. ¿Cree que esta se hizo bien?

Fue la mejor posible en esas circunstancias. No fue perfecta, pero en las circunstancias del periodo que va de la muerte de Franco a las primeras elecciones difícilmente se podría haber hecho mejor. Los que ahora se quejan de los defectos –y los hubo–, o se olvidan o no saben del poder de las fuerzas que estaban contra la democracia. A la muerte de Franco había unas fuerzas armadas cuya misión primordial no era defender España del enemigo exterior, sino del interior: demócratas, socialistas, comunistas, sindicatos... Y además estaban la Guardia Civil, la policía armada y 200.000 falangistas con licencia de armas. Una fuerza antidemocrática importante. La transición fue una negociación entre los elementos más progresistas del franquismo y los sectores más moderados de la izquierda.

"La transición no fue perfecta, pero en las circunstancias del periodo que va de la muerte de Franco a las primeras elecciones difícilmente podría haberse hecho mejor"

Pero para esa negociación faltaba alguien. La izquierda estaba apoyada por un deseo popular de cambio, pero ese deseo iba contra toda una serie de fuerzas decididas a impedirlo. Hacía falta alguien que pudiera parar a esa fuerza antidemocrática, y fue el Rey. Eso sin entrar en sus motivaciones. ¿Fue un demócrata convencido? Es irrelevante. Lo hizo porque sabía que si no hubiera sido más que el rey nombrado a dedo por Franco para mantener la dictadura, su monarquía duraría a lo sumo un par de años. La reputación de Juan Carlos I ha caído en los últimos años pero juzgarle por ese último periodo sería hacer una injusticia histórica, sería olvidar su papel desde la muerte de Franco hasta el tejerazo. Un papel que se podría resumir como el bombero de la democracia que apagaba los fuegos del golpismo. No fue una transición fantástica, pero fue la mejor posible.

Antes de empezar esta entrevista comentaba su decepción con el presente. ¿Dónde empieza a no funcionar el sistema?

En realidad, mi decepción no se limita a España. Hay mucha gente en el conjunto de Europa que está decepcionada con la clase política. Tal vez se podría decir, por ejemplo, que la clase política británica es un poco más limpia que la española, la griega o la italiana, pero tampoco es limpia del todo. En todos los países, en los últimos 40 años, han aumentado la corrupción y el deterioro de la clase política, tanto moralmente como desde el punto de vista de la competencia. Ha sido un cambio gradual: no es que antes de 1975 hubiera en Francia o el Reino Unido unos políticos totalmente limpios de corrupción y competentes. Explicar el porqué no es sencillo. Un motivo es la globalización, que ha abierto vías para prácticas corruptas; otro son las posibilidades que ha abierto la tecnología para manipular la opinión pública.

Pero en España se percibe que la corrupción es mayor.

No quiero establecer una liga de corrupción, pero ni en Alemania, ni en el Reino Unido ni en Suecia hay una limpieza total, aunque sí que es verdad que hay diferencias. Uno de los problemas de España es que en Alemania o Italia sus fascismos cayeron por una derrota exterior, y sus vencedores impusieron un proceso de desnazificación. Eso no pasó en España. Franco se perpetuó en el poder y aprovechó 38 años de dictadura para hacer un lavado de cerebro nacional que tuvo efectos. Uno es que la transición fue un poco parcial. Frente a esos 38 años de un régimen de terror estatal y de pillaje de los vencedores, al producirse el cambio, en las elecciones de 1977, no comenzó un proceso inverso de contralavado de cerebro nacional, con razón, porque no se iba a pasar de un totalitarismo a otro. Con ello, los que se habían educado en esa cultura seguían pensando lo de siempre, y sus ideas coexistían con ideas modernas, más de izquierdas; los beneficiados por el franquismo seguían teniendo beneficios, los de un régimen corrupto basado en el robo. Y –especulo, no lo sé a ciencia cierta, aunque lo sospecho– muchas personas de izquierda, luego, ya en el poder, pensaron, subconscientemente, “quizá nos toca a nosotros”.

Ahora está preparando un libro sobre el tema.

Sí, pero va para largo, porque posiblemente encuentre mucha más materia. La parte histórica, que es la que más me interesa, es más controlable: los comienzos en el caciquismo, la corrupción electoral de la restauración, de la República, incluso el franquismo. Es un tema que he trabajado mucho y del que creo que puedo hablar con cierta autoridad. Pero lo que ocurre hoy es difícil de acotar, porque se genera mucha información.

¿La corrupción actual no es sólo fruto del franquismo?

Algo tiene que ver, pero hay otras cosas. Si digo que la corrupción no empezó con la democracia, ¿dónde empezó? ¿Con el franquismo? ¿Empezó con la República? Pues tampoco. ¿Con Primo de Rivera? ¿La Restauración? Pero más allá hay una idea que creo que puede ser polémica: ¿por qué parece que hay más corrupción o corrupción de otro tipo en Italia o España? ¿Tiene que ver con el catolicismo? No sé, especulo, pero tal vez habría que preguntarse si un contexto cultural como el católico –y yo soy de formación católica–, en el que se absuelven los pecados simplemente confesándolos, en la práctica precisamente acaba favoreciendo ese pecado. En cambio, los países nórdicos son de tradición puritana, es decir, abrazaron la Reforma como reacción a la corrupción.

“No sé si en alguna ocasión un voto sirvió para algo, pero lo que sí sé es que ahora mismo vale menos que nunca”

Otra de las críticas que se hacen ahora al sistema es que España tiene una baja calidad democrática. ¿Está de acuerdo?

Como extranjero no quiero venir como un oráculo a criticar otro país. En todas partes, la democracia deja mucho que desear, igual en el Reino Unido que en España. Entre otros motivos, porque todos vivimos en una especie de lavado de cerebro gracias a los medios de comunicación. En el Reino Unido, la mayoría de la prensa es de derechas, y, evidentemente, los medios de comunicación van a lo suyo y usan los métodos más sucios para hacer pensar al votante que los laboristas son tontos y corruptos y los conservadores maravillosos. Lo mismo sucede en el caso de España. Por otra parte, de la misma manera que en tiempo de los romanos se hablaba del pan y circo, ahora vivimos un mundo de los videojuegos, del reality show, de esa basura que desvía el pensamiento tranquilo. Lo que usted o yo podamos pensar respecto al proceso político en nuestros respectivos países no es lo mismo que el que sí que vota pero que no reflexiona porque tiene otras cosas que hacer, o para el que prefiere pasar el tiempo con un videojuego. Hay tantos elementos que diluyen la democracia... y no digamos en EE.UU. Se puede decir que la democracia en España es defectuosa, pero no sé si es más defectuosa que la americana. Puede que sea un pelín más defectuosa que la británica, pero la británica tampoco es ninguna maravilla. Mi desilusión es bastante generalizada.

Tal vez en España hay un complejo de inferioridad porque la democracia es joven en comparación con otros países.

Con esta entrevista voy a hacer muchos enemigos. En el caso de España hay un elemento que se podría considerar como muy favorable a la democracia, pero también podría funcionar al revés: son las autonomías. Diecisiete autonomías, con todo lo que significa respecto a despilfarro. Si se hace una autonomía en una zona... ya no hablo de Catalunya, País Vasco, Galicia, Valencia o incluso Andalucía..., pero eso son cinco. ¡Hay doce más! Esas doce más tienen un Parlamento con diputados, con chóferes... Y alguien que, de repente, tiene posibilidad de ser político autonómico difícilmente dice que no. Eso se ha convertido en otro elemento del deterioro de la democracia. No sé si alguna vez un voto valió algo, pero ahora mismo un voto vale menos que nunca, y hablo tanto del Reino Unido como de España. Claro que, en España la democracia es bastante reciente y eso ya encaja con lo que decía antes del lavado de cerebro durante el franquismo, porque la democracia tuvo muy poco tiempo para cuajar durante la República.

Hay cuatro problemas presentes en España a inicios del siglo XX y hasta la guerra: Iglesia, reforma agraria, ejército y Catalunya. Tres se han amortiguado o resuelto, pero la cuestión catalana sigue. ¿Ve alguna solución?

Hombre, si me dan plenos poderes… (risas). Es lo del campesino irlandés al que un turista americano le dice: “Oiga ¿de aquí cómo se llega a Dublín?”. El campesino responde: “Pues mire, de entrada, yo no empezaría aquí”. Lo mismo con el tema catalán, yo tampoco empezaría aquí. Como mínimo miraría a la reforma del Estatut del 2006 y la reacción que hubo en Madrid. En el Estatut había elementos recurridos que poco después se incorporaron en otras autonomías. Yo, tal vez como guiri inocente, veo un elemento de malicia desde Madrid que ha envenenado este tema, y eso también enlaza con lo que decía antes sobre los medios de comunicación y la democracia, porque entre lo que dice la prensa centralista, lo que dice la prensa independentista, lo que dice la prensa digital en la que casi no hay límite…

Uno de sus libros que han tenido más repercusión es El holocausto español. Le contaré una anécdota personal. Le regalé ese libro a mi padre, que vivió la guerra, y él, tras leerlo, me comentó que sabía que hubo muchos crímenes, durante y tras el conflicto, pero que le había sorprendido su magnitud inimaginable. Comentarios como este le habrán llegado a centenares. ¿Qué sensación le producen?

Mientras escribía este libro, muchos días llegaba mi mujer del trabajo y me hallaba al teclado llorando, por las cosas que algunos seres humanos habían sido capaces de hacer. Ha habido todo tipo de reacciones, como comentarios del tipo “este hijo de puta se lo está inventando”, que todo esto “no pasó”. Esto es lo de menos. Pero, en el otro lado, ha habido cosas que me cuesta creer, como psicólogos que me han escrito diciendo que la lectura ha ayudado a personas traumatizadas por estos hechos. Quizá la reseña que más me emocionó fue en The Independent, que dijo que este libro era la comisión de la verdad que no ha tenido España, y que hasta ahora es lo único que va a tener. Y en las firmas de libros del día de Sant Jordi ha habido situaciones emotivas, gente que me ha contado que ha descubierto en el libro cosas de su familia; o situaciones en las que he terminado literalmente abrazado a alguien, los dos llorando. Y no digo sólo de izquierda, sino también de derechas. No tengo reparo en decir que respecto a la Guerra Civil me considero republicano. Me parece que si hay que hablar en términos de buenos y malos, para mí los buenos eran los de la República. Pero había personas buenas y malas en ambos lados. En los dos había asesinos y víctimas, y en mis libros intento contar hasta donde sea posible la verdad. No digo que sea objetivo, pero sí que soy honesto. Se puede pensar que me he equivocado, lo acepto, pero no estoy falseando nada.

“Me pregunto constantemente por el peso de las personas en la historia; hay grandes movimientos sociales, pero si no hay nadie que los canalice, su desarrollo es muy distinto”

Usted trata mucho el aspecto humano en sus libros, los perfiles de los protagonistas.

Lo hago sin darme cuenta. Mi primer libro fue La destrucción de la democracia en España, y si después de él usted me hubiera preguntado qué tipo de historiador soy, le habría dicho que era un historiador social. Pero después me di cuenta de que incluso en ese libro, que trata de la República, de la Guerra Civil y del gran conflicto entre el PSOE y la CEDA, lo que más me interesaba, y creo que es lo mejor del libro, son las personas; son los retratos de Indalecio Prieto, de Besteiro, de Largo Caballero. Eso es lo que siempre me ha fascinado, y aparte de las grandes biografías que he hecho –grandes de tamaño–, como la de Franco, Juan Carlos, Carrillo, quizás el género que más placer me ha dado son colecciones de biografías, como Las tres Españas del 36, Idealistas bajo las balas, Palomas en guerra…

Leyendo Las tres Españas del 36, se ve lo fascinantes que pueden ser los protagonistas, para bien y para mal. ¿Qué peso cree que tiene el perfil de las personas en los procesos históricos? ¿Pesan más que los grandes movimientos sociales o los intereses económicos?

Me hago esa pregunta constantemente. Es evidente que hay grandes movimientos sociales, pero si no hay nadie para canalizarlos, el desarrollo puede ser muy distinto. Por ejemplo, la Alemania nazi: había muchas personas que podrían haber sido el líder y resulta que acabó siendo el más loco, pero tal vez por muy poco podría haber sido otro. ¿Y qué habría pasado si Sanjurjo no hubiera muerto en el accidente de avión en 1936? O más recientemente, si en 1982 el secretario general del PSOE no hubiera sido Felipe González y hubiera sido otro, como Alfonso Guerra. ¿Las cosas habrían ido igual? Creo que no. Una cosa es el gran flujo humano y otra es quién decide por dónde va. Tome la República durante la Guerra Civil, que va de incompetente en incompetente hasta que llega Negrín. Yo me declaro negrinista, y critico durísimamente a Besteiro o a Largo Caballero. Eso a mucha gente no le hace mucha gracia, pero ¿cuáles fueron sus resultados?

En su último libro, sobre el golpe de Casado en el Madrid republicano de 1939, habla positivamente de Negrín, que después de la Guerra Civil fue denostado y que no ha sido rehabilitado desde un punto de vista histórico hasta una fecha muy reciente.

Ha tardado mucho en ser rehabilitado, hasta el punto de que le volvieron a admitir en el PSOE en el año 2008, y todo eso es culpa de Prieto. Usted ha mencionado Las tres Españas del 36. De poder volver a escribir este libro, hay partes que hoy dejaría igual, pero otras no. Cuando lo escribí, admiraba a Prieto, me parecía el más realista y el más moderado, pero hoy he cambiado mi punto de vista, porque lo que hizo con Negrín por pura envidia fue deleznable, y eso ha impactado en toda la percepción que la opinión pública ha tenido de él. Y, en cambio, Negrín decía: “Yo no me meto en esas cosas, yo no critico a nadie”. Es muy difícil, leyendo sus papeles, encontrar una crítica a nadie, incluso a gente que le traicionó vilmente, como Miaja o incluso, y eso es más ambiguo, Vicente Rojo. Los trató de maravilla, les facilitó la vida. Creo que su talla humana era excepcional.

Y en cambio otros personajes quedan mal, como Casado…

Casado, mentiroso, mezquino…

Mentiroso hasta consigo mismo. Besteiro…

Lo mejor que se puede decir de Besteiro es que era cándido, pero si la candidez conduce a la muerte de decenas de miles de personas, es difícil de perdonar. En todo caso, hay gente que se salva por cómo es su muerte. Y este es el caso de Besteiro.

Al leer el libro a uno le invade la tristeza: ¿cómo personas con tanta responsabilidad fueron tan incompetentes o se dejaron engañar así?

A mí me causó también una tristeza tremenda. Me alucinó cómo Casado, para preparar su golpe, recabó apoyos contando una historia distinta a cada uno. Lo que contó a los militares es que ya estaba todo arreglado con Franco, respecto a que se respetarían sus pensiones o se les readmitiría en el ejército; a los anarquistas les decía que Negrín, además de hacer mal el esfuerzo de guerra, quería prescindir de ellos; a Besteiro le decía que estaba de acuerdo con la quinta columna fascista y que no habría grandes represalias tras caer Madrid. Eran mentiras diferentes para cada uno, y en eso era muy inteligente. Pero los anarquistas con los que colaboraba eran asesinos, que organizaban las checas en Madrid. Por no hablar de que literalmente hasta la víspera de la salida los golpistas están hablando de una resistencia numantina, y a la hora de la verdad todos salen y llegan sanos y salvos a Inglaterra.

"¡Mira el inglés lo que ha aprendido!"

¿Cómo y por qué empezó a estudiar la historia de España y además de ese periodo?

Nací en 1946 en Liverpool, una ciudad muy castigada por los alemanes en la guerra. En mi niñez, las conversaciones de los adultos giraban en torno a los bombardeos, y en las calles donde yo jugaba todavía se veían los escombros de los edificios. Cuando tenía 6 u 8 años recuerdo jugar a bombarderos en la calle, y luego, a los diez años mi hobby fueron las maquetas de aviones de la Segunda guerra mundial. Siempre estuve fascinado por eso.

Aunque era de familia obrera del norte, saqué una beca para la universidad de Oxford, la más elitista, y allí me hubiera gustado estudiar la Segunda Guerra Mundial, pero el currículum era muy vetusto y poco interesante para mí. Hacia final de la carrera quería seguir y hacer una tesis, y estaba pensando sobre qué, y el destino intervino porque vi un anuncio para una beca en la universidad de Reading, que tenía un master totalmente dedicado a los años 30. Sin saber nada de ella elegí una asignatura sobre la guerra civil española. Empecé a leer cosas sobre el conflicto y a los veinte días pensé “esto es cojonudo”, porque yo, que había pasaba mucho tiempo intentando elegir qué hacía con mi tesis doctoral, vi que ahí no tenía que elegir: la España de la Guerra Civil era como una caja de Pandora, porque ahí tienes comunismo, anarquismo, socialismo, fascismo, masonería. Tienes a Stalin, Trotsky, Leon Blum, Hitler, Musolini, Chamberlain, Franco… Empecé a leer las cosas que había en inglés, pero eran los años 60, y en seguida agoté lo que había... Me dije que tenía que aprender español e hice lo peor que se puede hacer que se puede hacer para aprender un idioma. Cogí un libro que me habían recomendado, un auténtico coñazo, pero lo leí con diccionario y al terminar, de hablar nada, pero aún costándome leía. Hacia el final del máster pude ir a España. Recuerdo que mi abuela, que me había criado, siempre me avisaba: “Cuidado en España, que cocinan con aceite de oliva, una cosa espantosa”. Pero cuando llegué, los olores de la calle me chiflaron. Empecé a probar cosas y me encantó todo. Yo era bastante enjuto y míreme ahora… Luego fui a un pueblo del sur, pero iba a la plaza y sólo balbuceaba cuatro palabras. Podía decir “tener sed”, y ellos nunca habían visto a un inglés hablando un poco de español. Venían varios vecinos y decían “mira, el inglés que habla español”, y claro, yo estaba tan emocionado con eso que mientras mis amigos se iban a todas horas por ahí yo estudiaba por la noche, y al el día siguiente iba y les decía “y además de tener sed tengo hambre”, y claro, los del pueblo se sorprendían: “¡anda! Mira el inglés lo que ha aprendido”. Pero esa actitud te alentaba a aprender más, y yo ya estaba enganchado y ahí empezó…

Y luego acabó aprendiendo catalán.

Empecé a aprender catalán a los 60 años. Durante muchos años había venido a Barcelona. Nunca había tenido ningún problema, nadie me había exigido hablar en catalán, a pesar de lo que me decían en Madrid... no sé si me daban un trato especial por ser guiri. Pero el 2005 me dieron el premio internacional Ramon Rull, y pensé: “qué vergüenza tener que ir, recibir ese premio y hacer un discurso en castellano, o en inglés, o en francés”. Tengo un grandísimo amigo que es monje de Montserrat, Hilari Reguer, que durante muchos años me había estado tomando el pelo porque no había aprendido catalán. Y le dije: “Hilari, me doy por vencido, ¿qué hago?”. Y me envío una caja con un curso llamado “Digui, digui”, que debió de haber sacado del almacén de Montserrat, porque eran vídeos VHS -y era muy difícil de encontrar un reproductor para entonces--, y cassettes --cuando ya nos habíamos pasado todos a los CD-. Pasé los cassettes a un ipod, y durante tres meses cuando paseaba al perro lo iba escuchando. Y la primera vez que me atreví a hacer una conferencia era “Una contribució catalana al mite del contuberni judeomasònic bolxevic” ("Una contribución catalna al mito del contuberio judeomasónico bolchevique"), sobre el padre Juan Tusquets.

Los protagonistas de una tragedia En El final de la República (Debate), su último libro, Paul Preston narra el golpe de Estado de Casado de marzo de 1939, y el drama que fue para miles de personas. Preston presta especial atención a los protagonistas y opina sobre algunos de ellos. INDALECIO PRIETO Presidente del PSOE “Lo que hizo con Negrín por envidia fue deleznable, y eso ha impactado en la percepción que la opinión pública ha tenido del presidente del gobierno” Prieto, exiliado en París tras la fracasada revolución de otoño de 1934

Los protagonistas de una tragedia En El final de la República (Debate), su último libro, Paul Preston narra el golpe de Estado de Casado de marzo de 1939, y el drama que fue para miles de personas. Preston presta especial atención a los protagonistas y opina sobre algunos de ellos. JUAN NEGRÍN Presidente del gobierno (PSOE) “Es difícil encontrar una crítica suya a nadie, incluso a gente que le traicionó. (...). Los trató de maravilla. Les facilitó la vida” Negrín en una intervención en la Sociedad de Naciones en el año 1937