Brazos de Barbie

Cristales de bohemia

Brazos de Barbie
David Uclés
Escritor

¿Qué hacemos con esas personas que, cuando saludan, añaden un “estás más delgado”, “tienes mala cara” o “has de comer más”? ¿No aprecian que supone una total falta de educación y que es una desfachatez describir y juzgar así el físico del otro?

En los últimos meses son muchísimos los que me han acribillado con esas lanzas íntimas, y, francamente, no me sientan nada bien. ¿Se habrán parado a pensar que quizás mi constitución, por mucho que coma, es así? ¿O que a lo mejor estuve enfermo y algunos tardamos en recuperar los kilos perdidos? O que no tengo tiempo para engordar o no quiero hacerlo. Lo peor es que soy bastante susceptible y, por culpa de esos comentarios, empecé a hacer algo que antes ni valoraba: observarme en el espejo. Me obsesioné con que estaba adelgazando y podría desaparecer si seguía así. 

Comentar sobre el cuerpo ajeno supone una tremenda falta de educación

  

Getty Images

Me metieron tanto miedo que me hice varias analíticas y me pesé religiosamente cada semana. Todo está en orden, salvo su actitud conmigo, que no es respetuosa. A mí no se me ocurriría nunca decirle a una persona “te sobran kilos”. ¿Por qué habrían de sobrarle? ¿¡Por qué habrían de faltarle!? Arrojan sentencias crueles sin valorar el daño que pueden causar.

Soy delgado desde que nací. Espigado, largo y fino. Y no siempre fue fácil: de pequeño, me bañaba en las piscinas con camiseta. Me daba corte que me vieran los bracillos que sigo teniendo. Pero ya superé el complejo. Ahora sí expongo mis brazos de Barbie. Quizás Dios se equivocó y me ensambló mal, y me pegó dos antebrazos por brazo, pero mi complexión espigada no me ha impedido llevar una vida normal. 

Lee también

Un cristal, la virgen y flores para los muertos

David Uclés
Tumba de Berlioz en París

Resulta que cargo con la compra sin problemas, levanto a mis amigos a horcajadas, vareo las olivas que da gusto, muevo los muebles de sitio perfectamente e incluso he cargado con mi arpa por Madrid y con mi acordeón por París. No entiendo qué virtudes otorgan unos bíceps inflamados. Confirmo que se puede vivir perfectamente sin levantar pesas ni atiborrarse a pasta.

A los veinte pesaba sesenta kilos. A los treinta peso sesenta kilos. Adivinad cuánto pesaré a los cuarenta. ¡Pero no me preocupa! Porque no quiero comulgar con los absurdos cánones de belleza. Y jamás comentaré el físico del otro, así esté ojeroso, flaco, obeso o lozano. Déjennos vivir en paz.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...