Si un hogar puede dar suerte, quizás el que ocupa el número 48 de Doughty Street, en Londres, sea uno de los mejores amuletos habitables. O eso podría pensar Charles Dickens, que llegó allí con su todavía pequeña familia como un joven periodista de 25 años aspirante a literato y la dejó, apenas dos años después, convertido en superestrella internacional gracias a la publicación de Oliver Twist, Nicholas Nickleby y Los papeles póstumos del Club Pickwick, tres obras maestras de la novela victoriana.
Y si los hombres pueden devolver la fortuna que han recibido, sin duda fue eso lo que salvó de la piqueta esta casa de estilo georgiano, la única que sigue en pie de las muchas que habitó el genial escritor en Londres, gracias a la Dickens Fellowship, que la compró en 1923, la restauró y la convirtió en la Dickens House, inaugurada el 5 de junio de 1925, justo el día del 55.º aniversario de la muerte del novelista.

La casa se ha mantenido para mostrar el ambiente que tenía cuando la ocupó Dickens
Hoy el edificio, ubicado en el muy literario barrio de Bloomsbury, acoge el Museo Charles Dickens, que hasta el 29 de junio celebra su centenario con Dickens en Doughty Street: 100 años del Museo Charles Dickens, una exposición que muestra parte de los más de cien mil objetos históricos relacionados con el autor que conserva la institución y que incluye efectos personales, retratos, fotografías y todo tipo de artefactos que ilustran la vida y la obra de Dickens y el papel del museo en la preservación de su legado.
Durante estos cien años, Dickens House se ha convertido en el centro del mundo para los admiradores del novelista, así como para investigadores, académicos y escritores interesados en su obra y su vida. No solo por la calidad y cantidad de su colección —que incluye muebles, cartas, manuscritos, ediciones raras, pinturas, grabados y fotografías—, sino también por su biblioteca, su archivo de investigación, su programa educativo y la actividad que lleva a cabo, como las frecuentes colaboraciones con universidades y en actos públicos y las exposiciones especiales temporales.
La exposición ofrece una ocasión magnífica para visitar Londres y recuperar la memoria de un maestro de la literatura
Pero, sin duda, la joya de la institución es la casa en sí misma, que se ha conservado en lo posible fiel a la época en que Dickens vivió en ella, con las salas históricas, la mayoría de sus chimeneas, puertas, cerraduras, contraventanas, herrajes e incluso el lavadero de cobre que usó el escritor.
La exposición, que estará abierta hasta el 29 de junio, incluye entre las piezas más destacadas escritos de Dickens, como el manuscrito de Oliver Twist; algunos objetos cotidianos, como el único traje que usó que se conserva, su cepillo de pelo, unos binoculares, pluma y tintero; su licencia de matrimonio, y un boceto a tiza y pastel de Dickens realizado cuando vivía en Doughty Street.

La exposición muestra buena parte del fondo documental y testimonial de la Dickens Fellowship
Está el escritorio en el que escribió Grandes esperanzas, Historia de dos ciudades y Nuestro amigo común, traído de otra casa y colocado en la habitación donde escribió Oliver Twist, Nicholas Nickleby y Los papeles póstumos del Club Pickwick. Y una pared de retratos del autor, desde un apuesto joven escritor hasta su conocida imagen con barba o el retrato perdido de Dickens, que fue pintado mientras escribía Cuento de Navidad y se redescubrió en una venta de casas en Sudáfrica en el 2017, cubierto de moho, tras pasar 174 años desaparecido.
La exposición ofrece una ocasión magnífica para visitar Londres y recuperar la memoria de un maestro de la literatura, hábil creador de caracteres y situaciones, comprometido con las clases trabajadoras —él mismo vivió la explotación laboral en su infancia, a causa de las deudas de su padre—, cuya crítica hacia la hipocresía y el capitalismo rampante de su época le valió la consideración de gran novelista de lo social.
Dickens conoció la gloria, pero no la dicha: perdió prematuramente hijos, familiares y la salud, su matrimonio fracasó y cambió mucho de hogar. Murió con 58 años, en una casa en Kent que había deseado comprar desde que era niño, cuando la veía en sus paseos con su padre, y que hoy es una escuela. Su impronta social, pues, sigue viva en las casas que habitó. Eso sí que le hubiera hecho feliz.