Alquimia de aire y fuego en el corazón de Mallorca

Artesanía

Entre coreografías de artesanos silenciosos y hornos de leña, el vidrio soplado de Gordiola se funde con la vida de la familia que lo custodia desde el siglo XVIII

Mar Aldeguer, en la sala de hornos se inspira en la sala de recepciones del palacio fortaleza de los reyes de Mallorca en Perpiñán

Mar Aldeguer, en la sala de hornos, que se inspira en la sala de recepciones del palacio fortaleza de los reyes de Mallorca en Perpiñán

Javier Pérez-Pla

Entre hornos encendidos y cañas de hierro que sostienen masas incandescentes de vidrio, sobrevive una de las casas artesanas más antiguas de Europa, Gordiola. Fundada en Mallorca en el siglo XVIII, esta fábrica de vidrio soplado sigue en manos de la misma familia tras ocho generaciones y es la cuarta empresa más antigua de España. Hoy, Mar Aldeguer Gordiola, una de los cinco hermanos al frente del negocio, octava generación de la familia, reivindica con pasión el valor de la artesanía frente a la estandarización industrial.

“Yo nací encima de los hornos, cuando el taller Gordiola estaba a pie de la muralla de Palma”, recuerda. No es una metáfora: su infancia transcurrió junto a los fuegos que funden la arena y los minerales en formas únicas. “Nunca te planteas si quieres dedicarte a esto, lo llevas en la sangre, es como tener brazos o piernas, no te lo cuestionas”.

La técnica ancestral de Gordiola convierte cada pieza de vidrio en algo único

La técnica ancestral de Gordiola convierte cada pieza de vidrio en algo único

Javier Pérez-Pla

El mercado ha sido caprichoso con la artesanía. Durante décadas, con el auge del plástico y la producción masiva, el vidrio soplado fue relegado a un rincón nostálgico. Hoy, las grandes firmas del lujo redescubren lo que Gordiola nunca abandonó, el valor de lo único. Y si hubo un momento en que el lujo se identificaba con lo caro. Ahora se identifica con lo exclusivo, que no se mide en quilates ni en logos, sino en imperfecciones: “Si un cliente nos dice que una copa es tres milímetros más alta que otra, le explicamos que ahí reside el valor de lo hecho a mano. Es imposible hacer dos iguales”.

Soplar el vidrio es una técnica tan exigente físicamente como poética

La técnica ancestral convierte cada pieza en algo único. Y la industria lo sabe, grandes casas de lujo como Richemont han redescubierto el valor de la artesanía y muestran al público que detrás de sus productos hay artesanía que otorga alma a sus productos, recuerda Aldeguer.

El trabajo del vidrio requiere de una técnica tan exigente físicamente como poética. Un farol puede pesar cinco kilos, pero en el extremo de una caña de hierro, ese peso se puede multiplicar hasta cinco veces en una incandescencia que debe girar en equilibrio constante para no desmoronarse. A 1.200 grados, la materia se comporta como un fluido viscoso, maleable durante unos instantes. De ahí la necesidad de equipos coordinados, maestros y aprendices que se mueven como bailarines en una coreografía silenciosa y se entienden con la mirada. En Gordiola trabajan nueve artesanos. Alcanzar el grado de maestro requiere al menos una década de práctica. “No es fácil encontrar jóvenes dispuestos. Es un oficio duro, exigente, pero también creativo y gratificante”, explica Mar.

El trabajo del vidrio es tanto de una gran exigencia física como poético

El trabajo del vidrio es tanto de una gran exigencia física como poético

Javier Pérez-Pla

Si algo distingue al vidrio Gordiola son sus colores. “Nuestro verde es como la olivina, seco y profundo. El azul cobalto es intenso, el amatista oscuro roza el negro. Nadie más los tiene porque los hacemos en el crisol, no los compramos hechos como en Murano”. El secreto se transmite en una libreta manuscrita, un legado celosamente custodiado.

La fidelidad a la técnica ancestral es, para la familia, un acto de resistencia cultural. Mientras Murano ha modernizado procesos, en Algaida —donde se alza la fábrica castillo construida por el padre de Mar, Daniel, María, Inmaculada y María Antonia en 1969— se funden aún los colores en el crisol, como hace siglos, y en la gran sala neogótica arde un horno de leña siempre encendido.

En Gordiola soplan tanto pequeñas piezas como diseños grandes y complejos

En Gordiola soplan tanto pequeñas piezas como diseños grandes y complejos

Javier Pérez-Pla

El edificio de Algaida no es una nave industrial cualquiera. Remite al palacio fortaleza que Jaime II de Mallorca levantó en Perpiñán y a las obsesiones romanas de Daniel Aldeleguer Gordiola, ferviente coleccionista. “Mi padre estaba fascinado con el imperio romano”, rememora Mar. Su inquietud lo llevó a recorrer cunas de civilizaciones en busca de piezas singulares de cristal. En 1975 fue secuestrado en Afganistán, confundido con un agente de la CIA; en otra ocasión, mientras cruzaba el desierto sirio, su convoy fue ametrallado por cazas israelíes. Episodios que revelan la baraka—la buena estrella— de quien dedicó su vida al vidrio y a la investigación. Por eso construyó un espacio que pareciera haber estado ahí desde siempre: muros robustos, jardines inmensos y un aire de atemporalidad que envuelve a los visitantes en cuanto atraviesan el portón.

El recinto fue diseñado no solo como taller, sino como museo y punto de encuentro. Concebido mucho antes de que existieran los event venues, se convirtió hace poco en escenario de un momento íntimo: la boda de la hija de Mar. “La celebramos en el jardín de la fábrica. Fue impresionante, con los vidrieros trabajando, las piezas brillando con la luz del atardecer y mi hija, vestida de novia, soplando vidrio. Un recuerdo imborrable”.

En el salón del trono, vidrieras emplomadas y una impresionante lámpara Gordiola

En el salón del trono, vidrieras emplomadas y una impresionante lámpara Gordiola

Javier Pérez-Pla

Aunque el taller permanece fiel a sus raíces, los encargos actuales exigen nuevas dimensiones. Gordiola colabora con interioristas, hoteles y artistas como Miquel Barceló, adaptando su lenguaje de vidrio a espacios del siglo XXI. “Hemos hecho una lámpara de cinco metros para una finca mallorquina, Ses Cases de Sa Font Seca, con techos de doce metros. La clásica araña se convierte en una megaestructura”. Además de en las grandes possessions mallorquinas, mansiones y palacios de todo el mundo, obras suyas pueden admirarse en espacios públicos como el hotel Son Vida, el Portella de Palma o el Petúnia de Eivissa. 

La escala de producción sigue siendo íntima: nueve artesanos no pueden abastecer el mundo. Pero quizás ahí reside el verdadero lujo. “No somos una multinacional. Cada pieza que sale de aquí lleva nuestra historia dentro”, recuerda Mar Aldeguer.

Parte de esa historia se conserva en el museo que su padre, un apasionado coleccionista y viajero, levantó sobre la fábrica. Allí conviven piezas de Egipto con obras familiares. Una de las obras que más emociona a mar “es una copa que hizo él cuando tenía 16 años; no era vidriero, pero sí sabía dibujar y estaba muy enamorado de mi madre. En una pieza de vidrio, le pintó unos pájaros y la leyenda: 'Soy de Margarita', que era mi madre. Estuvieron juntos hasta el final”.

Mar Aldeguer junto a la escalera de acceso al museo y la escultura del hondero balear del artista Llorenç Rosselló.

Mar Aldeguer junto a la escalera de acceso al museo y la escultura del hondero balear del artista Llorenç Rosselló.

Javier Pérez-Pla

El museo es testimonio del vínculo del vidrio con la humanidad. No en vano, en 2023 la Unesco reconoció el soplado como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. “Se tardó demasiado”, reflexiona Mar, “pero era necesario. Es una técnica que casi ha desaparecido y que merece ser protegida”. 

Además de custodiar la tradición familiar, Mar ha desarrollado una carrera personal como diseñadora de joyas. Su firma, que ha adornado a la reina Letizia en actos públicos, comparte con Gordiola una misma raíz: el color. “No uso vidrio porque sería muy frágil, pero las gamas cromáticas que elijo son las de mi casa”.

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El reto de Gordiola no es crecer, sino sostenerse. “Esto no puede convertirse en una gran industria. Nuestro objetivo es mantener el equilibrio: hacer piezas rentables sin traicionar la tradición”. Como hizo su padre en los años sesenta, cuando adaptó la producción a turistas que no podían llevarse lámparas monumentales y creó objetos pequeños transportables, la familia busca hoy nuevas fórmulas para asegurar continuidad. Los hijos y sobrinos han seguido sus propios caminos —arquitectura, comunicación, arte— pero mantienen una gran sensibilidad creativa. “No sé qué pasará en el futuro, pero ahora el mercado está demandando piezas muy especiales, muy adaptadas a los espacios y nosotros respondemos al reto de esas grandes escalas, pero a la vez sin dejar de hacer las piezas por las que nos conocen en todo el mundo”.

El horno de Gordiola permanece encendido, recordando que la magia existe: es líquida, ardiente y única, y cabe en una copa de cristal soplado. Y, como aquella tarde de boda, puede incluso fundirse con un vestido blanco y una tradición que se renueva con cada soplo.

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