Beatriz de Hohenlohe, la princesa cultivada, publica un libro sobre los matriarcados del mundo
Libros y 'royals'
Arropada por su familia y un círculo selecto de amigas, la princesa Beatriz presentó en Madrid su nuevo libro ‘Entre Viajes Y Matriarcados’. Más que un cuaderno de ruta, es un atlas íntimo donde la autora traza la geografía emocional de los matriarcados

Beatriz de Hohenlohe ha publicado un libro con las fotografías de mujeres durante sus viajes
Su hermano, el príncipe Alfonso de Hohenlohe-Langenburg, fue el visionario que en los años ochenta fundó el Marbella Club. Fue él quien, con un gesto tan excéntrico como exquisito, llevó en su maleta un fragmento de césped de los jardines de Cuernavaca, en México, decidido a plantarlo en el icónico hotel (y con ese mismo césped dio forma a la que sería la primera pista de pádel tenis en Europa). Un santuario dorado en la costa del Sol por el que desfilaron artistas legendarios, magnates, aristócratas, reyes e incluso jeques árabes. Ava Gardner, Sophia Loren, Grace Kelly, Audrey Hepburn, Gunilla von Bismarck o George Hamilton fueron solo algunos de los nombres que más resonaron.
En los años cincuenta y sesenta se celebraban hasta tres fiestas por semana, y las celebridades, lejos de los paparazzi, lograban por fin desprenderse de las ataduras y dar rienda suelta a su libre albedrío.
Dedicó su mirada (y su voz) a las grandes mujeres sabias, invisibles para la historia, pero esenciales para sus culturas
En medio de aquella farándula de alta sociedad, Beatriz de Hohenlohe-Langenburg se convirtió en figura habitual y cultivó allí amistades profundas y un innegable aura cosmopolita. Pero, lejos de encorsetarse en el glamour marbellí, alternaba ese mundo con escapadas casi rituales a los rincones más remotos del planeta. Allí, con una sensibilidad casi antropológica, dedicó su mirada (y su voz) a las grandes mujeres sabias, invisibles para la historia, pero esenciales para sus culturas.

'Entre Viajes y Matriarcados'
La obra se organiza en dos partes claramente diferenciadas, pero profundamente conectadas entre sí. La primera recoge la mirada curiosa de Beatriz de Hohenlohe, la misma que la llevó a explorar sociedades matriarcales en los rincones más remotos del planeta. A través de la fotografía, recopila escenas tan poderosas como las de Indonesia, donde las mujeres minangkabau (uno de los matriarcados más grandes del mundo) custodian las propiedades familiares y las heredan de madre a hija; México, donde las mujeres de Tehuantepec, auténticas soberanas del mercado, reinan con una seguridad ancestral; Chile, donde las mapuche, conocidas como machi, ejercen como la gran autoridad de su pueblo, líderes espirituales y oráculos vivientes; o Marruecos, donde las mujeres saharauis disfrutan de la libertad de casarse y divorciarse cuantas veces deseen, en una cultura en la que, si el matrimonio no funciona, es el hombre quien abandona el hogar sin drama ni vergüenza y, tres meses después del divorcio, ellas celebran una fiesta para anunciar (con orgullo y plenitud) su renovado estatus de soltera.
Estos son solo algunos ejemplos de las muchas sociedades que el libro retrata, mostrando la riqueza y la fuerza del poder femenino alrededor del mundo.

“Ella tenía buen ojo y sabía capturar ese instante. Además, no se documentaba antes de viajar, pero tenía don de gentes para buscarse guías una vez llegaba y facilidad para integrarse en esas comunidades como una más”, explica su hija Marina. “En el libro se recogen fotografías documentales sobre comunidades matriarcales que van desde la década de los setenta hasta 2015”, añade.
La segunda parte es un homenaje a las mujeres aventureras que corren por su sangre, en reconocimiento a su madre, Piedita Yturbe, y a su abuela, la gran duquesa de Parcent, pionera como coleccionista de arte en España y filántropa incansable. Fue esta herencia familiar la que inspiró a su bisnieta, Marina Fernández de Córdoba, a rescatar también la vertiente fotográfica de su madre y reunir todas estas historias en un libro, prolongando así una mirada femenina que trasciende generaciones. “Es un libro en el que se habla de mujeres que han impactado profundamente y de manera positiva y han dejado un legado, especialmente en España”, comenta Tachi, de la editorial La Joplin. En definitiva, un libro escrito por mujeres “para mujeres”.
La presentación de la obra se organizó el último jueves de diciembre en Madrid, bajo el sello de la editorial La Joplin, con la participación de editores reconocidos como Carla Zarebska y Humberto Tachiquín. Actualmente, el libro se encuentra a la venta tanto online como en formato físico en El Corte Inglés.
Una vida para recordar

Beatriz de Hohenlohe nació el 5 de mayo de 1935 en Rothenhaus, Bohemia, y pasó su infancia entre los muros del castillo familiar, antes de que la Segunda Guerra Mundial obligara a su familia a trasladarse a España. Desde muy joven, se codeó con la historia: fue una de las pocas personas que, con apenas 18 años, asistió orgullosa a la coronación de Isabel II el 2 de junio de 1953.
La hija del príncipe Maximiliano Egon de Hohenlohe Langenburg fue, sin proponérselo, una mujer adelantada a su tiempo. En una época en la que la palabra feminismo apenas comenzaba a pronunciarse, viajaba sola (sin escolta masculina) y, casi siempre, acompañada únicamente por su cámara fotográfica.

Durante uno de esos periplos se produjo un encuentro tan inesperado como revelador: conoció a la madre Teresa de Calcuta. Fue en el aeropuerto de Calcuta, donde la religiosa la recibió junto a su congregación de monjas. Entonces aún no era una figura universal; el premio Nobel de la Paz llegaría años después, en 1979. Beatriz, sin embargo, se sintió intrigada al ver su rostro en un sencillo folleto durante la misa y decidió conocerla. El encuentro fue posible gracias a la mediación del obispo de Madrid.
Pero si hubo un viaje que marcó un antes y un después, fue el de 1989, al que ella misma bautizó como crucial para su vocación. En Myanmar (la antigua Birmania, entonces bajo control militar) supo leer entre líneas y sombras una realidad inesperada: allí, ciertas mujeres disfrutaban de una calidad de vida superior a la de otros grupos femeninos en Oriente. Fue también en ese viaje cuando su hijo Joaquín le prestó su cámara. A partir de ahí, su apetito fotográfico se despertó definitivamente, transformando su manera de mirar y de ejercer fotoperiodismo en el mundo.

Desde aquel momento retrató a mujeres de todo el mundo, afinando una mirada que huía del folklore y se detenía en la esencia de lo que realmente importa. No le interesaba lo pintoresco, sino la dignidad; no el gesto grandilocuente, sino la fuerza íntima de lo cotidiano. Su cámara se convirtió en una extensión natural de su forma de estar en el mundo: cercana, curiosa y profundamente respetuosa.
A lo largo de los años, Beatriz de Hohenlohe construyó un archivo visual excepcional (de más de 30 años), un legado donde la moda del viaje se cruza con la antropología y donde cada imagen respira tiempo, carácter y verdad. Fotografías que hoy funcionan como documentos históricos, pero también como declaraciones de independencia femenina.
Vivió sin pedir permiso y viajó sin guion, guiada por una intuición infalible y una curiosidad innata. Su obra, como su vida, es el retrato de una mujer que entendió el lujo no como exceso, sino como libertad. Y en esa mirada (libre, valiente y contemporánea) sigue habitando su recuerdo, ahora compartido con el mundo.