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Kate Fletcher: “Producir y consumir menos moda no implica vivir menos experiencias con ella”

Entrevista

Investigadora, docente, escritora y activista en pro de una moda y un diseño sostenibles recibió el premio  Favor 2025

Kate Fletcher, investigadora, docente, escritora y activista 

Jack Grange.

Kate Fletcher lo tiene todo. A sus espaldas, una larga trayectoria como investigadora, docente, escritora y activista en pro de una moda y un diseño sostenibles. De frente, posee una elegancia magnética que transmite calma, estilo propio y una sabiduría honda. En el año 2008 se consagró como uno de los máximos referentes en el mundo de la moda sostenible por haber acuñado el término slow fashion, con el que buscaba formas distintas de pensar y hacer la moda que pudiesen purgar los pecados medioambientales cometidos por la gran industria. 

Una década más tarde, decidió darle una vuelta a su propia propuesta y publicó junto a su compañera Mathilda Tham el que sigue siendo su manual de cabecera, Earth Logic (2019). Un plan, una guía aterrizada sobre cómo hacer, vivir y entender la moda que va más allá de lo teórico, con el objetivo de ofrecer acciones reales que poner en práctica desde el minuto uno para frenar, con urgencia, la catástrofe climática inminente. Con él, quiere invitar a que “todos los que llevamos ropa puesta transformemos el sector de la moda, cambiando la lógica del consumo por la lógica de la Tierra”.

Transformemos el sector de la moda, cambiando la lógica del consumo por la lógica de la Tierra”

Fletcher visita Madrid en el marco de la Circular Sustainable Fashion Week (CSFW), que este abril ha celebrado su novena edición, condecorando a la de Liverpool con el Premio Favor 2025. El grueso del público que asiste a su conferencia en el Centro Superior de Diseño de Moda de la Universidad Politécnica está compuesto mayoritariamente -y con notable diferencia- por mujeres, que no vacilan a la hora de alzar la mano para bombardearla a preguntas al terminar su speech. Haciendo estallar todos los tópicos sobre el silencio y la vergüenza que hipotéticamente llevan a las mujeres a no intervenir públicamente en los espacios académicos. Después, Fletcher me invita a sentarme con ella en el suelo de una galería acristalada que hace las veces de pasillo, con el último sol de la tarde incidiendo impertinente sobre su rostro. Me dice que no le molesta y su sombra de ojos tipo glitter hace pequeñas chiribitas durante nuestra charla.

Hace ya casi dos décadas acuñó el término slowfashion, que acabó siendo todo un éxito. ¿Hoy en día seguiría significando lo mismo que entonces? ¿Tiene las mismas implicaciones o deberíamos actualizarlo?

El riesgo del término slow fashion es que la oportunidad para hacer con él greenwashing es muy alta. Se volvió un término más con el que el mercado podía hacer campañas publicitarias, creando un nuevo nicho de mercado para vender más. Quienes trabajan con esos valores presentes hacen un gran trabajo, pero la pregunta es si un término como slow fashion, entendido simplemente como una contraposición a la fast fashion, no se ha acabado convirtiendo en otra excusa para seguir comprando más. Es un gran reto… En definitiva, la razón por la que para mucha gente es un concepto atractivo es que se opone a la fast fashion, que es profundamente problemática. Pero eso no significa que lo contrario tenga que ser necesariamente brillante.

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O sea, ¿que aunque la calidad y los procesos sean más respetuosos, nos lleva a seguir comprando desde el consumismo?

Llevamos más de 30 años intentando mejorar los productos que se comercializan en un mercado que se encuentra en constante crecimiento y los beneficios ambientales que puede implicar la fabricación de un producto ecológico se pierden si todo acaba integrándose en el mismo sistema. La cultura de lo lento (slow culture) no es lo suficientemente fuerte como para darle la sacudida necesaria al sector, para generar un cambio sistémico profundo. Un cambio de paradigma. En su momento, fue innovador inspirarnos para hablar de slow fashion en el movimiento de la slow food, impulsado por Carlo Petrini cuando en la década de los ochenta abrieron el primer McDonald’s en la Piazza di Spagna de Roma. Aquello le escandalizó, porque era un modelo de comida barata, de baja calidad y homogeneizada que empezó a dominar en un lugar que siempre había sido rico en cultura gastronómica. Pero entre los sistemas alimentarios y el sistema de la moda hay diferencias fundamentales. La comida se agota cada vez que la consumes, pero la moda no es de un solo uso, no se agota, aunque ahí el hambre lleve a querer vestirse cada vez de una forma diferente. Fijarme en el movimiento slow food me resultó muy útil para fijarme en cómo volver a regionalizar o devolver al ámbito local la moda, pero no resolvía las cuestiones relacionadas con el volumen generado ni con la sobreproducción. Así que los aprendizajes y experiencias que saqué de la slow culture terminaron evolucionando hasta el proyecto Earth Logic, que suponía una incisión más profunda.

Fletcher fue condecorada con el Premio Favor 2025

Jack Grange

Durante su conferencia ha hablado de que estamos inmersas en una “ideología de las compras”. ¿Qué significa esto?

Diría que en la sociedad contemporánea convergen la idea de democracia, de poder decidir lo que quieres comprar y hacerlo, con la idea de libertad. La asociación entre ambas es problemática y es lo que tenemos que superar. El éxito de la industria de la moda ha sido hacernos creer que la mejor o incluso la única manera en la que podemos conectar con la moda es comprando prendas nuevas. Que la moda no existe en otros escenarios que no sean en el acto de comprar ropa nueva. Esa es una forma muy limitada de pensar la moda. Las experiencias reales que podemos tener con la ropa son mucho más amplias y diversas, así que la clave reside en dar lugar a esa otra pluralidad de formas posibles de expresión con la moda. Refutar esa narrativa de que moda es igual a shopping.

¿Necesitamos, entonces, entrar necesariamente en una fase de decrecimiento? ¿Hay que producir menos ropa?

Producir menos moda no tiene por qué implicar vivir menos experiencias con ella. Es muy cierto que todos debemos empezar a reducir, porque estamos produciendo demasiado. Pero eso sólo se refiere a la cantidad, a los números. Pero no significa necesariamente que la calidad de nuestras experiencias disminuya, puede que incluso aumente. Puede que así tengamos más tiempo para compartir esas experiencias vinculadas a la moda con los otros, con nuestras hermanas o nuestras amigas, que encontremos nuevos lugares y centros en los que disfrutar la actividad de la moda, desde la mesa de nuestras propias cocinas, hasta los parques. Experiencias que nos inviten a desarrollar nuevas habilidades, a ser más autosuficientes, a salir a disfrutar también de este precioso planeta que habitamos, dándole otra prioridad al papel que la ropa que nos ponemos juega en los sistemas naturales.

Es muy cierto que todos debemos empezar a reducir, porque estamos produciendo demasiado”

¿Cree que este modelo en el que, paradójicamente, cuanta más ropa producimos, más se homogeniza nuestro estilo, mata la creatividad?

Sí, socava nuestra confianza para expresar, por ejemplo, gustos, sabores, preferencias locales distintivas… Hará una década viajé a Chile y hacía unos años que habían empezado a llegar allí grandes cadenas de ropa occidentales, del Norte global. Y ya se podía apreciar que lo que la gente llevaba puesto era prácticamente igual que lo que se vestía en Manchester. En aquel momento pensé: ¡Dios mío, esto podría haber sido de cualquier otra manera, pero ha seguido exactamente el mismo patrón establecido! Apenas podemos imaginar alternativas que nos satisfagan y que no consistan en continuar por ese camino.

En algunas comunidades indígenas de América Latina materializan esos modelos de producción textil local y genuina, con las mujeres, además, detentando un papel especialmente importante. ¿Son un ejemplo hacia el que no solemos mirar, pero deberíamos?

Absolutamente. Hay muchísimos ejemplos maravillosos, vibrantes y dinámicos sobre cómo hacer las cosas de otro modo. Lo que debemos hacer es no intentar arrastrarlos a ese mercado, sino generar con ellos conexiones que se basen en el apoyo mutuo, para que puedan seguir siendo como son. A nivel local, una de las cosas más efectivas que se observan es que la gente es capaz de tomar decisiones que afectan a la calidad de sus propias vidas. Es algo que en las grandes organizaciones nunca podrá suceder, porque en ellas las grandes decisiones siempre las toma otra persona, en otro lugar, incluso desde un continente diferente. Desde lo local, por ejemplo, puedes darte cuenta de si un río está contaminado por las decisiones de fabricación que se han tomado, sabiendo que es un río que en esa comunidad resulta vital para beber. Podemos implementar aquello que la comunidad necesita, adaptándonos al contexto específico. No se trata de coger lo que hacen aquí o allí y escalarlo a nivel general, eso respondería a la lógica del crecimiento también. Se trata de abrazar las características distintivas de cada entorno sin arrastrarlos al modelo neoliberal.

Kate Fletcher

Jack Grange.

En el momento actual, hay quien podría pensar que las medidas proteccionistas que Donald Trump está implementando en Estados Unidos son una forma de organización local. ¿Tienen algo que ver con esta propuesta ecosostenible?

Entiendo por qué Trump está intentando sugerir que se construya una industria manufacturera estadounidense, pero es irónico dado que no cree en el cambio climático, que está emitiendo licencias para la explotación de la industria petrolera, promocionando el fracking y reduciendo la protección ambiental. Sería irónico que plantease una relocalización en la que tuviese en cuenta a la sociedad. La realidad es que nos hemos vuelto demasiado dependientes de estos sistemas globales y tenemos muy poco control sobre sus efectos; es importante organizarnos de forma más local, pero parte de eso significa defender firmemente una postura de tolerancia y respeto hacia los demás. No se basa en un miedo al cambio, a los otros y a la diferencia como el que propone la extrema derecha en auge. Es justo lo contrario.

Durante la charla le preguntaron si es más importante que, primero, dejemos de consumir tanto, o que, primero, dejemos de producir tanto. Ha afirmado sin titubear que lo segundo, poniendo la responsabilidad principal en el sistema de mercado, en lugar de en las personas individuales. ¿Es normal que creamos que nuestras acciones pequeñas, individuales y cotidianas son inútiles?

No son inútiles en absoluto, tiene todo el sentido que cada cual haga lo que pueda. Es importante reconocer que no es únicamente una responsabilidad nuestra, pero que todos y todas formamos parte de una acción colectiva. Al mismo tiempo, necesitamos seguir presionando a los grandes actores contaminantes. Poner la responsabilidad en los individuos es no reconocer que aproximadamente el 80% de las emisiones globales las generan el Top 5 de empresas y organizaciones mundiales. Una de mis mayores esperanzas es que se apruebe una ley contra el ecocidio, que reconozca los crímenes contra la naturaleza, para que las grandes organizaciones no gocen de impunidad y tengan que afrontar las consecuencias de sus acciones. Pero tiene todo el sentido que cada persona haga lo que pueda, que asuma su parte de responsabilidad, porque además, hacer algo, nos coloca en una posición de agencia y nos hace sentir que, uniéndonos, somos capaces de actuar.

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Para despedirnos, una pregunta, más liviana y personal… ¿Tiene alguna prenda en su armario que sea su favorita y que tenga una historia?

Sí, pero quizá la historia no tenga tanto que ver con la prenda en sí, sino con que cada prenda de ropa que tengo, la he alterado o modificado para que se ajuste a mis ideas sobre cómo estar en el mundo. Veo cada prenda como un proyecto en evolución, llena de posibilidades y creatividad en el que me implico.

¿Entonces, mantiene una relación emocional con su ropa, la cuida como si no fuese un objeto, sino algo más?

Se habla mucho en el llamado diseño emocionalmente duradero sobre esta idea de invocar un vínculo relacional y emocional con la ropa. Sin embargo, lo que vemos es que fundamentarse en esas conexiones emocionales no te impiden seguir comprando más. Se ha visto que lo que genera es que la gente la conserve en sus armarios, sí, pero mientras sigue acumulando más. Invertir en nuestras emociones no es una manera de transformar la sostenibilidad de nuestro armario.