¿Alta costura o alta ficción? el veredicto de internet en contra los estilistas de vestuario

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'El Diablo Viste De Prada 2' ni se ha estrenado y ya vive su primer drama: un vaquero demasiado terrenal, unos tacones demasiado rojos y una multitud de jueces armados con el zoom del móvil

Looks del elenco durante las escenas del rodaje de 'El Diablo Viste De Prada 2'

Looks del elenco durante las escenas del rodaje de 'El Diablo Viste De Prada 2'

Jason Howard/bauer-griffin

Por si no bastara con los tráilers que permiten adivinar trama y desenlace, Hollywood ha encontrado un nuevo método para calentar motores: inundar internet con fotografías del rodaje. Pasó con Barbie y con And Just Like That, y ahora ocurre con El Diablo Viste De Prada 2. Las redes sociales están repletas de imágenes de Meryl Streep, Anne Hathaway y Emily Blunt cruzando calles de Manhattan como si fuera un nuevo subgénero cinematográfico: la acera como pasarela. El formato ya es meme hasta el punto de involucrar a Taylor Swift en la broma.

Y, como sucede con cualquier contenido gratuito, internet ha emitido su veredicto: los personajes no visten bien. No están, según el tribunal supremo de X -antes Twitter- y TikTok, a la altura de quienes habitan la cima de la industria de la moda.

Ya en 2006, el vestuario de la primera entrega, firmado por Patricia Field, fue acusado de no reflejar el verdadero estilo de las editoras. En un recordado artículo de The New York Times, Ruth La Ferla recogía las quejas de quienes sostenían que lo “fabuloso” no se resumía en un abanico de etiquetas de Gucci o Dolce & Gabbana, sino en marcas más del entonces que era ahora como Luella o Marc Jacobs. Para colmo, Prada aparecía poco. En su lugar habia collares milvueltas, boinas de tweed y botas por encima de la rodilla de Chanel que, según los críticos, amenazaban con hundir la película. Ese look de la firma francesa es hoy de los más recordados.

Patricia Field, célebre por su trabajo en Sexo en Nueva York, defendía así su enfoque: “Mi trabajo es presentar un entretenimiento, un mundo que la gente pueda visitar y en el que pueda hacer un pequeño viaje. Si quieren un documental, pueden ver el canal de Historia”.

La secuela de Prada lleva ahora el sello de Molly Rogers, asistente de Field en Sexo en Nueva York y responsable junto a Danny Santiago de And Just Like That. Entre las filtraciones: Miranda -Meryl Streep- en zapatos destalonados rojos de Jacquemus que convierten un traje neutro en declaración de poder; Andy -Anne Hathaway- alternando un midi de lentejuelas moradas de Paco Rabanne con otro patchwork de Gabriela Hearst, como si el lujo consciente se hubiera vuelto protagonista; Emily -Emily Blunt- en un corsé de raya diplomática de Jean Paul Gaultier sobre camiseta con logo de Dior, en un guiño a la nostalgia de los 2000. 

Un vestuario que, como en tantos títulos salidos de Hollywood, no persigue la precisión de la moda real, sino la promesa de una versión cinematográfica del glamour: una que millones puedan reconocer y no solo unos pocos miles puedan validar. Porque en el cine, como en aquel célebre look de Chanel, lo que sobrevive no es siempre lo más exacto, sino lo más memorable.

El de El Diablo Viste de Prada 2 no es un caso aislado. A finales de mayo, Ryan Murphy desató otro incendio estilístico al publicar imágenes de Sarah Pidgeon caracterizada como Carolyn Bessette-Kennedy para American Love Story. Una en particular, con abrigo beige y un bolso Birkin negro tamaño 35, provocó un escrutinio feroz: el bolso era demasiado pequeño -ella llevaba un 40-, estaba demasiado vacío y el paño del abrigo era demasiado fino. Incluso el color del pelo de la actriz fue acusado de poco fiel.

Hollywood lleva décadas lidiando con la moda. Se maneja mejor con lo estrafalario —los estilismos de Sexo en Nueva York o Emily en París— que con el minimalismo elegante. Pero el escrutinio actual es otro. Antes de las redes sociales, los diseñadores de vestuario trabajaban con más libertad; para saber qué era cool o cómo vestían los ricos de Manhattan había que comprar una revista y estudiarla. Hoy, cualquier desplazamiento del dedo sobre la pantalla basta para ponerse al día. Y quienes tienen interiorizado ese flujo constante de imágenes detectan —y magnifican— cualquier error: el tamaño equivocado de un Birkin, el grosor del cashmere, la caída de un abrigo.

Quizá, en el fondo, sea más entretenido así. Porque, seamos sinceros: ¿qué es peor, unos zapatos mal elegidos o el tedio monocromático de Succession, aplaudido por la falta de carisma impecable que vestía a sus multimillonarios protagonistas?

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