Harris Reed tiene 29 años y una biografía poco común: criado en Estados Unidos, formado en Central Saint Martins, convertido en referente del fluid dressing antes incluso de graduarse. En 2022 aceptó uno de los retos más complejos de la moda parisina: devolver relevancia a Nina Ricci, una maison con casi un siglo de historia, bajo el paraguas de Puig. Entre Londres, la ciudad que lo inspira desde hace más de una década, y París, donde trabaja con un equipo de más de cien personas, Reed vive en tensión entre dos fuerzas: la de la fantasía personal y la de los datos que marcan el rumbo de un mercado global.
A los diseñadores jóvenes siempre se les pregunta cómo se enamoraron de la moda. Me interesa saber cómo ha cambiado para usted la idea de “moda” desde que empezó hasta hoy.
Lo que no cambia es que sigue haciéndome soñar, como cuando era niño. Lo que sí cambia es que ahora es un negocio. En tu propia marca o en una casa como Nina Ricci hay personas que dependen de ti: empleados con hijos, equipos, mercados exigentes, tiendas que piden determinadas piezas, países que reclaman otros colores. Tu pasión, tu hobby, se convierte en tu trabajo.
Me rodeo de gente que me devuelve siempre al sueño original, pero asumo que ya no puedo tomar los mismos riesgos que en la universidad”
Cuando llegó a París ya tenía una firma con personalidad marcada. ¿Cómo abordó Nina Ricci?
Como un reto emocionante. Sentí la casa un poco en silencio y, a la vez, con una oportunidad: no había un molde inamovible. Pudimos crear cliente, elegir del archivo casi centenario lo que resonaba. Quise “hacer ruido”: llevar las prendas a Beyoncé, Adele o Harry Styles, y divertirnos. Y, a la vez, encontrar desde ahí un guardarropa real. Algunas decisiones luego vi que no eran las adecuadas; forma parte de evolucionar.
Llegó a una casa muy asociada a una feminidad clásica después de popularizar el “fluid dressing”. ¿Cómo reconcilió sus mundos?
Con un círculo cercano muy fuerte. Trabajamos con Carine Roitfeld, a quien he admirado toda la vida; su pregunta clave es: “¿Lo usarías tú?”. También está Nana, mi mano derecha, que conoce la casa y el archivo como nadie tras décadas allí. Ella me desafía en lo que considera el ADN Ricci. Mi comprobación constante con estas mujeres —y con mis amigos— es: “¿Diría esto en 2025? ¿Lo llevaría usted o su comunidad?”. Cuando la respuesta es sí, sucede la magia.
En la colección O/I 2025, encajes, lunares y el nuevo monograma 'NR' actualizan la herencia Ricci.
En un sistema frenético y una industria vertiginosa, ¿qué es lo más difícil de gestionar?
Que todo el mundo quiere algo distinto. Lo bueno de la tecnología y las redes es que todos opinan; lo difícil es procesar ese feedback sin diluir tu voz. Hay que equilibrar lo que quiere el consumidor, lo que piden distintos países, el patrimonio de la casa y mi visión, y convertirlo en una colección coherente para una marca demi-luxe. También está el reto de las “piezas repetidas”: hay blusas o tejidos que la gente pide una y otra vez. ¿Cómo ofrecerlos de forma distinta y que a la vez me satisfaga creativamente? Y aunque no me considero alguien guiado por los datos, lo cierto es que esos datos son los que marcan dónde está el cliente y empujan a crecer como negocio.
Puig tiene fama de grupo amable. ¿Cómo es trabajar con ellos?
Se siente como una familia. Soy una persona sensible —aunque mi personaje público sea ruidoso y seguro— y todo creativo necesita una incubadora saludable. Con Puig hay visión a largo plazo: sí, hay objetivos, pero también fe y respeto por el legado. En otras conversaciones con grupos no vi ese espacio. Además, hay cercanía: poder escribir al CEO o a la familia, conocer a sus parejas en un evento…
Me sentí acogido y eso, en el buen sentido, añade presión: te obliga a darlo todo”
Conjuntos de noche, nuevo monograma de NR
¿Cómo convive con la crítica —interna, de la prensa, en redes—?
No hay receta perfecta. Aprendí pronto a preguntar a la gente adecuada. Si escuchas a todos, todo se deshace: no puedes complacer a todo el mundo. También dejé de leerlo todo hace tres o cuatro años. Haber crecido profesionalmente en Londres y en Central Saint Martins me dio herramientas valiosas y figuras con quienes consulto antes de los desfiles. Y fuera del sector, también: la madre de mi marido me da una mirada fresca. Mantengo el círculo pequeño pero diverso. Odio a las “personas sí”: vengo de Los Ángeles, donde vi mucha artificialidad y agendas propias.
Más allá de “likes” y reseñas, ¿qué hace exitosa a una colección?
Ver las prendas en la vida real. Un día, en la tintorería, vi un vestido nuestro colgado: a una chica se le había derramado champán. “Es mi favorito”, decía. Para mí el éxito es que alguien se ponga Ricci para la mejor noche de su semana o para su reunión más importante. Convertir el sueño en el vestido de la tintorería de alguien es a la vez el mayor reto y el mayor logro.
