Las casas de subastas se han convertido en las nuevas plataformas de lujo. Su “marca” otorga legitimidad, emoción y —lo que hoy parece más escaso— una historia. En un momento en que los conglomerados venden deseo empaquetado, son ellas las que han aprendido a envolver la nostalgia, el mito y la procedencia como si fueran el último accesorio imprescindible.
Así, 2025 se ha convertido en un punto de inflexión: el año en que los armarios de las estrellas pasaron de ser guardarropas privados a activos financieros y cápsulas de memoria colectiva.
Cuando Julien’s Auctions anunció el lunes Bold Luxury: Bob Mackie, Stage Glamour & The Couture Edit, no estaba ofreciendo simplemente 50 piezas de alta costura, sino un pedazo de la cultura del espectáculo. Entre los lotes de la subasta que se celebrará en diciembre figuran el “naked dress” que Cher llevó en su especial televisivo de 1978, un body de flecos dorados que Tina Turner agitó bajo los focos en los setenta, y el vestido “periódico” de Dior diseñado por John Galliano en 2000 e inmortalizado por Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York.
Cada una de esas prendas es una miniatura de su tiempo. No importa tanto su valor material —el coste de la seda o el número de lentejuelas— como el relato que encapsula. Es el vestido como documento histórico, como archivo sentimental. Es, en el fondo, una nueva forma de consumo cultural.
Los catálogos de Julien’s o Sotheby’s ya no se escriben en lenguaje técnico, sino emocional. Las subastas son puro relato, mientras el lujo, paradójicamente, parece haber perdido el suyo entre campañas intercambiables y tiendas idénticas de aeropuerto. Las casas de subastas venden significado en una industria que cada vez lo encuentra menos. Y han comprendido algo esencial: en tiempos de exceso, la escasez no se mide en unidades, sino en emoción.
El fenómeno tiene su cronología. En marzo, Kerry Taylor vendió el archivo personal de Mary Quant, pionera de la minifalda, con prendas que iban desde su propio guardarropa hasta piezas de Saint Laurent e Issey Miyake. En junio, Julien’s batió récords con la venta de vestidos de la princesa Diana, incluida la pieza de terciopelo azul que llevó en la Casa Blanca al bailar con John Travolta.
Los catálogos de las grandes casas de subastas ya no se escriben en lenguaje técnico, sino emocional
En julio, Sotheby’s alcanzó su clímax con el Birkin original de Jane Birkin —el prototipo de 1984 que inspiró la creación del bolso—, vendido por 10,1 millones de dólares. La puja fue tanto por el objeto como por el mito: el gesto espontáneo de una actriz que pidió un bolso más grande en un vuelo a París se convirtió en el símbolo del lujo más calculado de la historia. En diciembre, otra de sus piezas personales volverá al mercado.
Durante décadas, la moda aspiró a entrar en los museos para ser reconocida como arte. Ahora, sucede lo contrario: abandona las vitrinas para entrar en el circuito comercial del arte, con catálogos dignos de Sotheby’s y precios de Rembrandt. El cambio revela algo más profundo: la moda, que siempre fue un lenguaje de identidad, se ha convertido también en una unidad de recuerdo. Lo que antes se guardaba, ahora se monetiza. Lo íntimo se convierte en inversión.
El “naked dress” que Cher llevó en su especial televisivo de 1978 también está a la venta en la subasta
El 25 de noviembre, Londres celebrará otro capítulo de esta fiebre de la nostalgia. Cosprop: The Sequel, organizada por Kerry Taylor, pondrá a la venta parte del archivo de la histórica casa de vestuario fundada por John Bright. Desde 1965, Cosprop ha vestido a medio Hollywood en producciones de época: Orgullo y Prejuicio, Anna Karenina, Downton Abbey. En esta segunda subasta se dispersarán trajes de Bette Davis, Elizabeth Taylor, Gwyneth Paltrow, Kate Winslet, Heath Ledger, Ralph Fiennes o Johnny Depp. Hay un vestido de boda de Emma, un uniforme de Sleepy Hollow y un conjunto de tafetán negro que Maggie Smith llevó en Washington Square. Piezas que ya eran históricas en la ficción y que ahora lo serán en la realidad.
“Cosprop es un tesoro: entras siendo tú y sales convertido en otra persona”, dice Helena Bonham Carter, que conoce bien ese poder transformador del vestuario. Y quizás por eso las prendas que alguna vez vistieron a otros resultan tan magnéticas: no por lo que son, sino por lo que fueron.
Las casas de subastas han entendido algo que el lujo comercial parece haber olvidado. Mientras las marcas multiplican tiendas y colaboraciones, ellas apuestan por lo opuesto: seleccionar, editar, teatralizar. Cada venta se convierte en una escena cuidadosamente ensayada, con su catálogo, su guion y su clímax.
Frente al clic impulsivo de la moda digital, el sonido del martillo ofrece algo que parecía perdido: una experiencia con peso, tiempo y pausa. Porque si algo enseña este 2025 es que el lujo del futuro no será lo que se estrene, sino lo que se recuerde.


