“Mi desafío es hacer soñar al mundo – afirma Caroline Scheufele, copresidenta y directora artística de Chopard–, porque todos tenemos necesidad de soñar en un mundo tan incierto y loco. Evidentemente, las joyas no son necesarias para vivir, pero constituyen un regalo emocional, un destello de buen feeling”. A pocos metros del Central Park y la Quinta Avenida, la tienda de Chopard brilla en el kilómetro de oro neoyorquino, donde se concentran las marcas líderes en joyería contemporánea.
Scheufele, una de las mujeres con más influencia en el sector del lujo, muestra la última colección de Ice Cube, rodeada de modelos que llevan una colección firmada por la creadora de origen alemán. “No encontraba los trajes indicados para lucir nuestras piezas, y me decidí a diseñar esta colección”. Las modelos se pasean con vestidos entallados que emulan el reflejo del cristal y el diamante.
Caroline Scheufele recupera el diamante talla Asscher típico del art déco en nuevos anillos y pendientes
En 1999, Caroline Scheufele sorprendió con una colección alejada de las flores y los corazones e inspirada en el hielo. La llamó Ice Cube: una serie de joyas de líneas rectas y superficies espejadas que capturaban la pureza del hielo. Cada pieza, desde los anillos hasta los collares, está compuesta por pequeños cubos engastados con diamantes, módulos que recuerdan bloques de hielo tallados con bisturí. La idea era simple y radical: transformar una figura tan cotidiana como el cubito de hielo en un emblema de elegancia. En una industria dominada por los arabescos, Chopard eligió el ángulo recto.
El resultado fue una joya con un diseño minimalista que atrajo a una nueva generación interesada por la sofisticación sin exceso y la geometría en lugar de ostentación. Una declaración silenciosa: el brillo también puede ser arquitectónico. “Ice Cube siempre ha sido sinónimo de un diseño de vanguardia y depurado”, afirma Scheufele. El año pasado ya lanzaron las piezas de alta joyería en un rascacielos de Manhattan y, este otoño, en el mirador Summit One Vanderbilt. “Hemos llevado aún más lejos el lenguaje de la colección hacia el volumen, el movimiento y la expresión artística. Quería que las joyas fueran fáciles de llevar, originales en el tiempo, concebidas como unas piezas de arte contemporáneo para el cuerpo”.
El brillo también puede ser arquitectónico
Chopard siempre ha mantenido un perfil sobrio. En 1860, en el pequeño pueblo suizo de Sonvilier (Suiza) un joven relojero llamado Louis-Ulysse Chopard fundó un taller con una visión poco común para su tiempo: crear relojes de precisión que fueran tan confiables como bellos. Aquella ambición fue guiada por la meticulosidad helvética y el espíritu artesanal. La firma se consolidó como proveedora de relojes de alta precisión para ferrocarriles y cortes europeas. Sin embargo, el destino de la marca cambió radicalmente en 1963, cuando la familia Scheufele, joyeros alemanes con una sensibilidad moderna, adquirió la empresa. Fue la unión entre la tradición suiza y la audacia creativa de una familia que entendía el lujo como emoción.
La primera joya que diseñó Scheufele partió del dibujo de un payaso que hoy lleva colgado. “Mi padre nunca nos pidió a mí y a mi hermano que continuáramos la empresa. Cuando era niña, amaba el circo, los animales, los clowns, y recortaba, pegaba, hacía collages… Mi padre guardó algunos dibujos y unas Navidades me trajo el payaso con botones de brillante que había pintado. Quizás eso me dio confianza para jugar con piezas verdaderas. Se dice que con el paso del tiempo no tenemos derecho a jugar, pero es falso”.
Emily Ratajkowski luce joyas de la colección Ice Cube
Dos de los grandes objetivos de Scheufele han consistido en otorgarles libertad a los diamantes, y la sostenibilidad. Desde el 2013, lidera una transición hacia el uso de oro ético, asegurando una cadena de suministro trazable y sostenible, mucho antes de que la sostenibilidad se convirtiera en una exigencia de la industria. Esa apuesta, lejos de diluir el brillo de la marca, ha fortalecido su reputación como pionera en un sector históricamente reacio al cambio.
“Todos los productos que utilizamos salen del planeta y por ello tenemos que respetarlo. Cuando empezamos a hacerlo no era algo evidente, pero hoy estoy orgullosa de haberlo conseguido. En algunos países no existe todavía esta educación, y no es fácil. Fue un gran cambio para la producción, la manera de trabajar en toda la empresa: al principio diferenciaban el oro tradicional del oro ético, pero ahora todos estamos alineados”.
Una serie de pulseras que recuperan los códigos arquitectónicos con cubos de diferentes alturas
El cine es otra de sus grandes pasiones, no en vano su alianza con el festival de cine de Cannes la ha posicionado en un marco afín a las artes. “Al principio no sabían qué era Chopard, creían que hacíamos chocolates en lugar de relojes…”, comenta entre risas Scheufele, que se reconoce admiradora de Charles Chaplin. “En Cannes he tenido el honor de conocer a varios cineastas y talentos. Una de las personas que más me impresionaron fue Elisabeth Taylor, que me mostró su colección con piezas de Chopard; se había enamorado y había comprado infinidad de piezas nuestras. Fue una de mis noches más mágicas”.
También lo fue la presentación este año de la alta joyería de Ice Cube en Nueva York, desde el mirador Vanderbilt, definida por una geometría elegante inspirada en el art déco y el skyline. Superponer los brillos de las joyas sobre la ciudad era el reto, para mostrar que hay cubos de hielo que no se funden, pero hechizan.
