Viajar a según qué sitios, odio viajar a según qué otros. Sea como fuere, es siempre más importante el hotel que la ciudad. Un hotel feo arruina hasta la misma Capilla Sixtina. Si lo sabré yo. Pobre clase media destartalada, que hemos viajado como hemos podido. Amo viajar a todos los sitios, he mentido en la primera línea de esta carta al viajero desconocido. He estado en tantos sitios, en tantas ciudades, en tantos hoteles. Para qué sirve quedarte en casa. Yo te lo diré: para nada. La misma nevera, el mismo televisor, la misma mesa de despacho, la misma cama.
A veces me despierto en ciudades ignotas, y no sé dónde estoy. Me dura unos segundos de maravillosa desorientación. Muchas veces me creo que estoy en la cama de mi infancia. Eso solo te pasa si viajas continuamente. Solo por eso vale la pena viajar. Es un viaje al interior de tu infancia que solamente ocurre cuando lo provoca un viaje exterior. Si me despierto en mi casa de Madrid, nunca ocurre tal proeza. Si me despierto en Londres, Sevilla, Roma, Lyon, Nueva York, Málaga, Hong Kong, Ciudad de México (sitios donde he estado recientemente), en los primeros segundos de la vigilia regresa la cama de mi infancia, regresa el poderoso pasado. Soy un millonario del pasado. Viajo a la búsqueda de mi madre y de mi padre, que se marcharon de este mundo y que tienen el capricho de hablarme en ciudades en las que no vivo, en las que solo estoy de paso.

Dos noches en Berlín, tres en Venecia, dos en Barcelona, así todo el rato. En febrero me iré a la India. Las Navidades las paso en el Gran Hotel Ciudad de Barbastro, en donde siempre me reservan la misma habitación, la 203. No confío en la política. No confío en nadie. Solo en los buenos hoteles y en los buenos desayunos. Los museos me aburren, pero las calles de las ciudades me fascinan. Viajo para sentirme libre. Para hablar con los pájaros y el viento. Viajo para no ver lo que siempre estoy viendo.
Envidio a quienes viajan en primera clase. A quienes siempre se alojan en hoteles de cinco estrellas luxury. Es decir, soy español hasta la médula. He estado ante las tumbas de Johnny Cash, Elvis Presley y Franz Kafka. Y si tuviera que elegir dos países, elegiría Italia y EE.UU., en ambos he sido feliz. Siempre viajando. Oye, que no sabemos dónde está Vilas. Estará cruzando el Atlántico. Así es como quiero vivir lo que me queda de vida: cruzando océanos, a ser posible bien colocado. En el asiento, quiero decir.