¿Qué caracteriza al mundo occidental? ¿O al mundo mundial? Pues que ahora todo el mundo calza zapatillas. Yo camino por un montón de ciudades mirando a los pies de la gente. He estado en estas últimas semanas en París, Venecia, Túnez, Bogotá, Sevilla y Barcelona. He mirado a los pies de los transeúntes: todos llevan zapatillas. Adiós a los zapatos.
Es verdad que el mercado de las zapatillas se ha hecho fashion a más no poder, y sofisticado, e incluso cósmico. Hay zapatillas de todos los colores del arco iris. Y las hay con unas plataformas que te elevan cinco centímetros sobre tu estatura natural. Hay un anhelo en la historia de la humanidad que no cambia ni cambiará nunca: todo el mundo quiere ser un poco más alto.

Para tal cometido los zapatos llevaban tacón, pero el tacón canta como una almeja. Te quedaba la opción de las botas, en donde el tacón era una necesidad de la propia bota. Ahora bien, con el calor que hace en todas partes, ¿quién demonios se pone unas botas? Las zapatillas albergan la mística de la comodidad. Y la elevación de estatura que producen pasa como una necesidad anatómica para la felicidad de tus pies.
Esto es mentira, pero funciona. Mirad los pies de la gente: todos y todas llevan zapatillas con plataforma. Las zapatillas hacen real el sueño democrático de medir tres centímetros más. Crees que con esos tres centímetros más vas a ligar como Paul Newman o Ava Gadner en los años cincuenta. Es otra ilusión más. Ligas lo mismo midiendo un metro setenta que un metro setenta y tres. Pero la vida son las ilusiones que uno se inventa.
Por eso triunfan las zapatillas. Miles de marcas, te lo juro, hay miles de marcas y miles de tiendas de zapatillas repartidas por todas las ciudades del universo. Hay más tiendas de zapatillas que farmacias y McDonald's. Mi trabajo como escritor es ese: contar las tiendas de zapatillas que existen en España, en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza.
Y luego está el asunto espinoso de que los zapatos se inventaron para pisar suelos nobles. Ahora los suelos son todos de tercera división: no merecen zapatos de piel. Llamo suelos de primera división a estos: catedrales, palacios, hoteles de cinco estrellas. Suelos de tercera división: calles, retretes de bares baratos, aceras rotas, pasillos interminables de aeropuertos y andenes de trenes. Ay, los váteres del AVE. No tiene sentido entrar en un váter del AVE con zapatos de verdad. Y al final, no he podido resistirme, y me he comprado unas zapatillas blancas con una plataforma de muerte. Y me encantan. Parezco un crío de quince años.